Este blog se actualiza quincenalmente

La humedad del espejo

Intimida a simple vista, sobre todo cuando se aplica perfume tras las orejas con ese leve, fugaz ademán de las mujeres elegantes (y como toda mujer elegante, carga en su bolso un frasquito). Pese a no ser alta irradia aristocracia, belleza, clase, carácter. Ni un pelo fuera de sitio (la melenita, de hecho, es un prodigio. Me moría por conocerla para comprobar que tiene ese aspecto de caoba pulida de las fotos). Basta intercambiar un par de frases con ella para desechar la primera impresión de una mirada fría y escrutadora, como traspasar la dureza del diamante y quedarte con los brillos. Así es Beatriz Espejo. Así es la prosa diamantina de Beatriz Espejo.
Nacida en el puerto de Veracruz el 10 de septiembre de 1939, en el seno de una aristocrática familia que le dio la materia prima para su primer libro de cuentos, Muros de azogue (1979), Beatriz desarrolló desde aquellos lejanos relatos el tema que más la inquieta, según escribe en el prólogo a sus Cuentos reunidos, “(…) la doble moral burguesa, errores que se cometen al disfrazar los hechos, ponerse una venda en los ojos y dar a las convenciones importancia inmerecida (…)” Asegura haber descubierto la literatura cuando, de viaje por Nueva York con sus padres, en casa de su abuela materna, se sintió irremediablemente atraída por sus libros e hizo acopio de ellos: Mujercitas, Vida de Santa Teresa de Jesús, Los caballeros de la tabla redonda, los poemas de Salvador Díaz Mirón, tú como paloma para el nido; yo, como león para el combate…. Se inició en la lectura sin que nadie la conminara a ello. A los doce años ya sabía que sería escritora y estudiaría Letras. Su mayor influencia sería la de Rosario Castellanos quien no obstante provenir de una familia adinerada se ganaba la vida con su escritura: “Don Javier de Icaza, maestro mío en la Facultad y protagonista de la novela Los años con Laura Díaz de Carlos Fuentes, publicó mi primer texto sobre Los días enmascarados, con buenas ideas pero muy mal escrito. A unos cuantos meses de distancia Juan Jose Arreola sacó La otra hermana en sus Cuadernos del Unicornio, así que en plena adolescencia me sentí escritora profesional, saqué una revista, El rehilete, en 1959, conformada por puras mujeres, y desde entonces no paro”, me cuenta. Fue a través de esta revista que se inició en el periodismo entrevistando, entre otras figuras, a Julio Cortázar y Jorge Luis Borges. Su padre, no obstante la imagen de machos dominantes de los patriarcas de sus cuentos, asegura Beatriz, no era machista. Nunca conoció la discriminación en su propio hogar: “Soy feminista a mi manera, siempre lo he sido porque así nací”, expresa con sencillez aunque destilando carácter por todos sus poros.
Del mismo modo que la Marilyn Monroe de su extraordinario relato “Marilyn en la cama”, la doctora Beatriz Espejos se disfraza de lo que la gente quiere ver en ella, una señora fifí, para empuñar la pluma. No experimenta rubor ante su condición femenina, harto reveladora en su escritura que es, indudablemente, escritura de mujer, “el mundo de las mujeres es mi mundo. Entiendo sus entretelas y aspiraciones.” Tampoco se preocupa por esconder que proviene de la alta burguesía; no le preocupa en lo absoluto. Cuenta, sin embargo, con una faceta académica (es investigadora de tiempo completo en la UNAM), que la acaba de hacer merecedora al Premio Universidad Nacional en el área de Creación Artística y Extensión de la Cultura. En su faceta como crítica literaria ha escrito un estudio clásico sobre quien fuera su profesor favorito en la Facultad, Julio Torri, voyeurista desencantado. La temática de su literatura pudiera despertar prejuicios, hacer que se la juzgue frívola pues la mayoría de sus protagonistas son bellas damas preocupadas por la línea que se desenvuelven en ámbitos exquisitos. Otro detalle recurrente en la narrativa de Beatriz Espejo, no obstante, es la irrupción del elemento corruptor, perverso, sucio, feo, que altera el orden y pone en jaque a la belleza. Parecería, incluso, que Beatriz disfruta del desacato, de las alfombras manchadas con excremento de niña, de la palabra fuera de lugar que estropea irremediablemente la velada romántica. Tales incidentes, que no alteran sin embargo esta prístina prosa que honra el apellido de su autora, son los que anulan la falsa impresión de frivolidad, como en los relatos incluidos en Alta costura (1997), Premio San Luis Potosí 1996. A manera de homenaje a Inés Arredondo, Beatriz plantea en “Don´t try this home” la atracción más bestial que erótica que sobre una distinguida transeúnte de Central Park ejerce un vagabundo negro y sudoroso, cuyas obscenas señas casi la hacen perder la compostura: “(…) tu bolsa cayó al suelo y rodaron hasta los pues del mulato tu polvera de plata y algunas monedas brillantes al sol. Te agachaste para recogerlas. Él se agachó también. Por un instante creíste que las tomaría y saldría corriendo. Te asombró que te las entregara con una mano grande y morena de largas uñas. Las aceptaste avergonzada, a punto de pedirle que guardara el dinero. Casi le rogaste que te acompañara…” (Cuentos reunidos, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 196). Del mismo libro, “Una mujer altruista” pone en relieve la paciencia de santa de una dama de alcurnia que no puede darse el lujo de estrellar contra la pared a la monstruosa hija de su mucama, a pesar de sobrarle los motivos. En el conmovedor relato que da título al libro, asistimos al amoroso empeño de la modista rusa que confecciona la mascada que estrangularía absurda y fatalmente a Isadora Duncan. “Los delfinios blancos”, que dedica Beatriz a su esposo de muchísimos años, el legendario y temido crítico literario Emmanuel Carballo, es pura belleza. Pero la belleza, parece decirnos la autora, no es vacío, es todo: “(…) Los críticos desatentos me inscribirán en el realismo mágico que ha cosechado sus mejores frutos. Sería una equivocación; cualquier escritor que imite a otro se corta el cuello de antemano. Quise divertirme con el realismo milagroso (las cursivas son mías), convencida de que suceden milagros en torno nuestro aunque muchas veces no los advertimos.”
Vajillas de Limoges. Candelabros de bacarat. Juguetes de Sévres. Vajillas blancas y tersas como la leche sobre manteles de granité. Penélopes que confeccionan ajuares de novias que no están seguras de usar algún día. Piezas clave de la decoración de los relatos de Beatriz que, como ella misma explica, se aferran a la naturaleza patria ahora que nos avasalla la globalización, aunque esto es más exacto para describir sus dos primeros libros, Muros de azogue y El cantar del pecador (1993) y se difumina en Marilyn en la cama y otros cuentos (2004), más apegado a la contemporaneidad. En Muros… y El cantar…se aprecia lo que Beatriz denomina “realismo milagroso” y su tono asemeja el de la niña de “El ansia de volar”, incluido en Muros y cuyo pragmatismo es “digno de primeros ministros”. Beatriz Espejo narra las leyendas familiares con la convicción de que se trata de fantasmas tangibles, de prodigios domésticos, como ha dicho ya, más apegada al concepto de milagro que al de magia. “Mis personajes femeninos, ficticios o autobiográficos, llegan a mí como un detonante. Algunos pertenecen a mi infancia, adolescencia y juventud o a edad madura; otros, fueron tomados de las historias familiares que oí contar. Retomados por supuesto por la imaginación y la fantasía. "El cantar del pecador" partió de una historia de Xalapa que trajo consigo "El ángel de mármol" cuya estructura es una trenza con dos puntas abiertas, dos posibles finales; sin embargo en cualquier caso cargan algo entrañable, risueño y doloroso. Me identifico con ellos, y con sus protagonistas, incluso con las que fui, puesto que el mundo de las mujeres es mi mundo, entiendo sus entretelas y aspiraciones.” Pero en medio de las visiones, del temor a Dios y las tardes cayendo en picada sobre el malecón, una adolescente descubre el poder de su feminidad y juega despiadadamente con la turbación que sus piernas provocan en su profesor en “Una mañana de abril”: “(…) y el alma se le va en un hilo sin sonrió con las piernas cruzadas metidas en tobilleras color carne que me llegan hasta las rodillas y presumo un fuego dorado que mantengo sobre el pecho (…) El tiempo está excelente y sólo los abuelos se quejan de la moral contemporánea.” (Cuentos, p. 70). La perversidad y la inocencia conforman una masa uniforme y preciosa en los relatos de Beatriz, tanto que resulta imposible distinguir una de la otra, más aún, concebir la una sin la otra. Y a esta característica tan típica de la prosa espejiana se aúna la asombrosa capacidad de pintar con la palabra, de recrear auténticos cuadros de costumbres y preciosos paisajes. Algunos párrafos son genuinas tarjetas postales, pincelazos más que verbo: “(…) al final del malecón –se lee en “El cofre”-, y más allá rumbo al cementerio, la arena se torna oscura y apeñuscada por el golpeteo de las olas, el mar se junta con el cielo y los ojos de los hombres no contemplan sino un misterio negro.” Como el tío Jesús del relato del mismo nombre incluido en Muros, Beatriz tiene vocación por lo fugaz y trabaja con materiales diáfanos como la gracia del ángel, el vuelo del pájaro, la fragilidad de la rosa… el optimismo de las solteronas y las brujerías de las ancianas bellas. Su relato “Marilyn en la cama”, incluido en el libro del mismo nombre, nos enfrenta a una Marilyn Monroe insospechada: desmaquillada, borracha, embarazada, hinchada… muerta. Cadáver de cuyo dedo gordo del pie cuelga una etiqueta; pie cubierto de grietas y callos, conmoviendo y lo mismo asqueando a una joven periodista que no cree que esa cosa sea la diosa del sexo de Hollywood. Una Marilyn al borde de la obesidad que sudaba profusamente a consecuencia de su adicción por la Benzedrina y al Nembutal y por lo mismo, apestaba. Un relato donde la maestría para graduar de horror a la belleza se desborda ya sin recato: “(…) Tuve una muñeca que perdí. Todavía la recuerdo medio carcomida del rostro, repugnante como mi madre.” (Cuentos reunidos, p. 229). Cada relato de Beatriz, no importando su longitud pues ha explotado también los textos hiperbreves, son auténticas piezas de orfebrería que parecen más bordados que escritos; un muy evidente delirio por la perfección, por la autocrítica tiránica, por la belleza. Es por esto y no por otra cosa que ha publicado poco a pesar de haber escrito mucho. Pese a haber incursionado en prácticamente todos los géneros literarios, incluyendo la dramaturgia, de la que publicó una obra escrita cuando fue alumna de Luisa Josefina Hernández titulada “La luna en el charco” en la revista Estaciones, solo se ha atrevido a publicar sus relatos en forma de libro, aunque en sus cuentos reunidos está incluido un relato que pudiera leerse como novela fragmentada titulado Todo lo hacemos en familia, que retoma y las condensa admirablemente las características de sus cuentos.
Beatriz Espejo fue acreedora a diversos reconocimientos tales como el Premio Nacional de Periodismo (1984), el Magda Donato (1986), el Nacional de Narrativa Colima (1993), el de Veracruzana Distinguida (1997) y a la Medalla al Mérito Literario (Yucatán, 2000). Fue becaria del Centro Mexicano de Escritores y del Colegio de México. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Sus cinco libros de relatos se hayan completos en Cuentos reunidos. Actualmente trabaja en su sexto libro de relatos que, asegura, es el más ambicioso.