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Herida en canto

Foto cortesía de Carlos Sánchez (escritor y artista gráfico sonorense)


La señora Laura no pide nada porque lo tiene todo: con estar viva sería más que suficiente. Pero tiene además hijos, nietos, poesía y una vocación magisterial. La señora Laura, en realidad, nunca separa una cosa de la otra: imposible jerarquizar, dividir, priorizar. Es la misma desde que la conocí, hace muchos años: mujer que exuda fortaleza y dignidad, de ceño algo adusto pero de manera suaves con apenas un leve toque de hosquedad. Ha permitido a sus sienes nevarse. Apenas eso altera el retrato que de ella guardo en la memoria.
Firma sus poemas con su nombre casi completo: Laura Delia Quintero. Ocasionalmente incluye: García. Nació en Mazatlán, Sinaloa, pero desde los nueve años de edad vive en Hermosillo, Sonora. Dicen las leyendas que le gustaba hacerles la tarea de literatura griega a sus amigas. Consagró treinta y cinco años de su vida (y digo consagrar porque ningún otro término es mejor) a la enseñanza de la literatura en la Secundaria Técnica No. 1 “Carlos Espinoza Muñoz”, popularmente conocida como Prevo. Fue hasta 1982 que ingresó como estudiante a la carrera de Letras Hispánicas en la UNISON, cuyos créditos fue cubriendo de a poquito. A principios de los 90 me tocó coincidir con aquella hermosa matrona de andar lento por los corredores de Altos Estudios y, por algún motivo, sentía que ella era importante, aunque no atinaba a discernir en qué consistía esa impresión pues ignoraba que fuera una poeta extraordinaria. Y cuando digo extra-ordinaria, intento decirlo a la manera en que la propia Laura Delia desentraña las palabras: a simple vista era una de tantas doñitas hermosillenses, acarreando bolsas del mandado con el mismo porte con que acarrean todo lo demás: niños, afanes, penurias, sueños frustrados, ataviada con holgados blusones y zapatos ideales para cruzar el desierto a diario. Laura Delia misma no sabía entonces, creo que no lo sabe aún, quien era ella en realidad: “Para la roca/ que en tu pecho/ habita/ del agua/ poseo/ la humilde/ pertinencia/ de la gota.” (“Humildad”, Escrito sobre el fuego, Editorial UNISON, Col. Ojos de Búho, No. 24, Serie Poesía, Hermosillo, 2007).
Laura Delia publicó, tímidamente, sus primeros poemas en 1984, en el suplemento literario del periódico El Imparcial y en 1986 inició sus andanzas por los talleres literarios de la Casa de la Cultura de Hermosillo, donde coincidimos también. Los poemas de esta mujer callada que sin embargo hacía temblar cuando daba voz a su poesía, no se parecían en nada a la de los demás aspirantes a poetas que, por buenos que fueran, carecían de los tres detalles fundamentales que delinean la personalidad poética de Laura: el primero, que no pretende que el lenguaje se moldee a conveniencia de sus necesidades expresivas, antes bien, subordina estas al rigor del lenguaje; el segunda, que entiende que la formación del poeta no termina nunca… y la tercera, que no ve en el quehacer poético un pasatiempo ni un adorno, sino su vida entera: el oficio al que en sus poemas alude como “tarea del exilio”, “habitación de silencio”, “oficio de incendios y rescoldos”, “oficio de parvada”. La grandeza de Laura Delia era tal, que el aula que albergaba a los talleristas se achicaba hasta la asfixia bajo la resonancia de su imponente vozarrón; esa nata cualidad histriónica a la que hizo referencia el doctor César Avilés durante el homenaje rendido a la poeta en la VIII Feria del Libro de Hermosillo: “Cuando escribe “amar” –señala Avilés – quiere decir amar. Nada hay en su poesía que sea remotamente artificial o banal”. Y a las pruebas se remite al leer un fragmento de “Los cautelosos”, una versión de “Los amorosos” que hubiera conmovido a Jaime Sabines:

Los cautelosos
amansan párpados
para que nadie atisbe sus secretos
visitan jardines panteones en desuso
aeropuertos estaciones
fingen que regresan
se enlazan se despiden se derriten
no pueden escapar
están esposados por saliva
tacto piel soledad
(Escrito sobre el fuego, p. 69)

Discreta, Laura Delia ha ganado en dos ocasiones el Premio Nacional de Poesía Anita Pompa de Trujillo que se convoca en Hermosillo… discreta, digo, porque nunca hace la mínima alusión a sus triunfos. Los logra y ya, al día siguiente se le ve acarreando las bolsas del mandado, la noble frente despejada, perlada de sudor; cierto gesto doloroso al transbordar de un ruletero a otro. Sus primeras publicaciones fueron muy rústicas, muy, me parece, falta de respeto hacia su luz, pero una vez más, la voz impresa de la señora Laura convierte en oro el papel corriente y las tapas de cartoncillo: Sobre las huellas del polvo (CCS, 1988) y Construyo tu cuerpo (ISC, 1992). Ruborizada como una niña, acepta homenajes a su labor magisterial y poética, más por no parecer mal adecuada que por una sincera confianza en lo que hace, como si se preguntara: ¿por qué, si hago lo que quiero, y amo lo que hago, encima de todo… ¡me homenajean! De ella aprendí algo que nada tiene que ver con cultivar una estereotipada “humildad”: el poeta/ escritor es un aprendiz. Ese es su signo y quien no quiera verlo así, que se dedique a otra cosa. Y no me refiero a aprender de los Clásicos, de los Grandes Maestros… ¡eso, cualquiera! Laura Delia aprende también de los jóvenes, de sus alumnos, de quienes fuimos sus condiscípulos en el aula aunque tuviéramos edad para ser sus niños; de los muchachos con quienes compartió la mesa rectangular del taller de la Casa de la Cultura. Hay cosas que los jóvenes saben y dominan mejor que los adultos pues, para empezar, se mueven peces en un mundo básicamente adaptado por y para ellos, y los adultos requerimos ser guiados en este océano que es cada vez menos nuestro. Y eso incluye al aprendizaje de la literatura que, por supuesto, es influenciada por la tecnología. Por eso está predestinada a ser un clásico, porque clásico es aquel que no conoce tiempo ni espacio: “Abrirse a la vida igual que un tallo/ adornarse la frente con imágenes/ hacer que el corcel de la palabra trote/ gozar la voz del agua/ (…) que brota desnuda en la garganta.” (“Infinitivos”, p. 46, Galería de instantes, Instituto Sonorense de Cultura, 2007). Leyéndola, me ha enseñado también que el poeta no solo está fuera del alcance de la política, sino que es lo opuesto de un político, pues mientras la demagogia consiste en desperdiciar palabras sin aterrizar en nada concreto, la poesía transmite un caudal de emociones con muy pocas. Un poema suele ser mucho más elocuente que todo un tratado sobre la corrupción:

cánidos que hunden su rabia en rostros enflaquecidos
que azuzan colmillos contra fémures y vientres
y dorsales
y dejan a su paso residuancias
de vahos putrefactos y de osarios
y un desfuturo de ácidos prospectos
sembrado por fueros y curules.

(“Hay días”, Galería de instantes, p. 134)

¿En qué consiste la individualidad de un poeta que en cada poema reconoce a sus maestras e influencias literarias? ¿Se adquiere un estilo propio homenajeando a otros? En el caso específico de Laura Delia Quintero, la respuesta es un Sí absoluto. Los rasgos personales son producto de reconocerse en otros, aceptarlos y hacerlos nuestros/ a nuestro modo. Fruto de este reconocimiento, es la asombrosa habilidad de esta poeta para trastocar radicalmente los lugares comunes, como ella misma reza cada noche: “Líbranos Señor del Común Lugar. También.” Pero el Señor no solo aparta a la poeta del Común Lugar como a las mariposas del fuego, sino que además la dota del Poder de resignificarlos y con ellos recuperar la tradición romántica sin por ello parecer anticuada. No extrañe por tanto que sus sonetos suenen más a desafíos posmodernos que a otra cosa: “Hay palabras armadas de cuchillos/ palabras disfrazadas de inocencia/ voz de seda que doma su impaciencia/ sinónima de clavos y martillos.” (“Palabras”, Galería de instantes, p. 140).
Asimismo, más allá de la metáfora, Laura Delia reemplaza la palabra que se dispone uno a hallar por otra que, contrastando al adjetivo, modifica dramáticamente la estructura del poema… como cuando se retira una pieza del castillo de naipes sin moverlo un ápice. Como en este poema inspirado en su gran amigo, Abigael Bohórquez, el poeta mayor de Sonora, donde términos como “intolerancia” y “rencor” adquieren significados ambiguos:

A veces el poema
fluía de tus labios
como un río
de cauces amables y acuarelas
otras
tronaba torbellinos
espumaba rencores
toro de aguas rebeldes
embistiendo esquemas
babeando smog y desamores
(…)
Era así
espada liberada de su funda
látigo ardiente tu palabra
de coloso insumiso
de hombre en su verdad desnudo
de hombre sin cercados
de hombre destinado a subrayar
su diferencia
entre lenguas voraces y torcidas
sonrisas tolerantes.

En otro poema donde el término “intolerancia” adquiere una connotación positiva, aquí, “tolerancia” sería el enmascaramiento de “hipócrita” o “displicente”. En todo caso, la aplicación de los calificativos confunde, sorprende y maravilla, todo al mismo tiempo. No es necesario conocer al hombre al que refiere el poema para entender que se le canta a un poeta homosexual, apartado de todos los convencionalismos y marginados por la cultura oficial cuyos antiguos representantes, oh ironía, hoy le alaban en público. La poeta, en efecto, está más allá de la metáfora, no digamos de la hipérbole… pero está todavía más allá de las significancias, de tal suerte que su poesía es multidireccional, multirreferencial, multifacética. En su vocabulario, la palabra “ternura” que tanto asusta a los poetas posmodernos, adquiere una nueva relevancia… al grado de ser la palabra más socorrida por esta poeta aternurada: “Y fui la paz/ y la ternura más fresca/ y más humilde/ como girasol abierto/ en viva carne.” (“Construyo tu cuerpo”, Semillas de yodo y sal, Editorial UNISON, Col. Ojos de Búho, No. 23, Serie Poesía, Hermosillo, 2007); “Mi pensamiento es ave del desierto/ tú eres un árbol de agua esbelta/ que hunde sus líquidas raíces/ en el centro de todas mis ternuras.” (“Mi pensamiento es ave”, Escrito sobre el fuego, p. 31).
“(…) con dos granos de arena qué castillos” dice en un verso del poema “Retorno”. Así es la poesía de Laura Delia: escasos sus materiales y múltiples sus recursos. No ha sido aventurera, ni viajera, ni visionaria. Pero su pecho es un cúmulo de emociones, impresiones y presentimientos. Poco se sabe de su intimidad pues, como señala en otra poeta, suele encerrarse a llorar corriente adentro, llorar sin llorar puertas adentro. Por consiguiente no podría afirmar que no ha vivido voraces pasiones, más aun, casi juraría que sí las has vivido, que alguna, incluso, le ha arrancado una entraña. El caso es que Laura Delia, la señora Laura, solidifica un majestuoso edificio poético sirviéndose de paisajes y gente cotidiana. Además de reivindicar el verso en espléndidos sonetos, ejerce con igual maestría el frágil arte japonés del haikú, ala de mariposa. De este último tiene un libro completo, sin contar los dispersos en los títulos antes mencionados: Caleidoscopio de hai kais, publicado en 2005 en coedición del Instituto Sonorense de Cultura, La Cábula Ediciones y Quedra Callada Editorial, es una muestra del ingenio lúdico/lingüístico donde se reúnen 170 hai-kus redondos y perfectos: “…y gozarás/ con sudor de tu vientre:/ sin culpa bíblica.” (“Absolución”); “De orgullo vístete/ cuando la dignidad/ se te desgarre.” (“Desafío”); “Barro y costilla:/ mujer de acero dulce/ ante el desastre.” (“Superación”).
Dividido en siete secciones, Caleidoscopio cuenta con una de título “Contracorriente” donde, además de pintarse de cuerpo entero en su calidad de poeta, Laura Delia vuelve a hacer gala de un rasgo estilístico: la reescritura-homenaje de sus poetas amados. Ennumera aquí a poetas y compositores pues para ella, y en realidad es así, la poesía es canto, y el compositor es poeta, y viceversa: “…Llena de mí, sitiado….”/ te vuelves mi epidermis:/ me Gorostizo.” Gorostizada la poeta, sabe tanto del quehacer poético como de las trampas que tiende a veces: “Cruel espejismo:/ dormir y amanecer/ comiendo fama” (…) “Nacer a diario/ a la luz del poema: eso es milagro.”
La señora Laura sueña y desayuna poesía. Lee su propia suerte en la negra superficie de la taza de café de la olla y sonríe: ¿para qué quejarse? Sola, nunca: un libro la acompaña siempre. Es, como la polaca Wislawa Scymborszka, una figura familiar, amable y admirada en su comunidad a quien la gente sonríe a su paso por la calle, aunque en vez de un chal de flores lleva una frente sudorosa. Recientemente, Laura Delia, la gran poeta del desierto que, en sus propias palabras, no es sino un mar invertido, ha sido homenajeada en la VIII Feria del Libro de Hermosillo 2007 y su obra poética ha sido reeditada con dignidad por las instituciones organizadoras.
Mi Querida Eve:

Por qué hay nombres que nos son tan familiares como la propia mano alzada a los ojos o el rostro de buenos días asomando al espejo?

Así me pasa con Laura Delia Quintero -y ya me había pasado con la señora Enheduanna y la señora Safo y la señora Murasaki y toda la legión desde ellas de señoras mujeres que señoras poetas deshilaron las verbadas entrañas a ojos interesados en buscarlas para aprehenderlas.

Por eso aquí, yo, cual tú, rindiendo alma y afecto al señorío de la poesía que tal se enseñorea en las gargantas féminas...

La señora Laura Delia Quintero, la poeta Laura Delia Quintero, la maestra Laura Delia Quintero, la mujer Laura Delia Quintero que escapa del retrato que escapa de su cuerpo que escapa de las canas que escapa la humildad de la ropa la humildad de la casa que escapa toda ella y quedan, resplandecientes, sus palabras como quedaran esas buenas señoras Enheduanna Safo Murasaki y tantas otras ya sin cuerpos sin sangre sin carne sin huesos sin canas sin ropas sin casa: sólo su alma viva, sólo su viva poesía para seguir aprehendiendo su nombre...

Te abrazo con mi voto por Christa Wolf
Esalí