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Narciso envenenado

Hubo una época en que pensé que hacía falta un valor extraordinario para ir de un lugar al otro. Ahora, al reflexionar detenidamente, me doy cuenta de que es necesario mucho más valor para no dejar nunca un lugar que se ha elegido.
W.H

Debo confesarlo: fue el morbo lo que me llevó a Shangai baby, lo mismo que a 80.000 lectores clandestinos en China que conseguían las copias piratas principalmente en discotecas donde circulaban con una sensual foto de la hereje en la portada. Si a una obra literaria la precede la fama de haber sido incinerada públicamente —40,000 ejemplares en una hoguera quijotesca—no resulta extraño que hasta los que no tienen el hábito de leer corran a ver qué pasa (¿entenderán los censores, algún día, el inmenso favor que le han hecho al arte?). Posiblemente sea la mujer más maldecida en China junto con la super belleza Xi’er, la famosa amiga transexual de Hui, la primera en aquel país en meterse a un quirófano para cambiar de sexo, la única persona en la que Hui siente que puede confiar, al grado de compartir revistas de hombres desnudos. Pero… ¿Qué pudo haber escrito esta jovencita para que hasta su nombre fuera vetado en periódicos y revistas? Nos topamos con que el motivo de la gran censura, que por supuesto no lo explicitan las cintillas rojas que acompañan cada ejemplar, es que su autora, Wei Hui, de solo 29 años entonces y graduada de la prestigiada Universidad de Fudan, en Shanghai, escribe como occidental —esto lo pongo en duda, ¡muy en duda!—, porque a los censores podrá parecerles pornográfico y hasta aberrante que una muchacha detalle las sensaciones de su cuerpo y coloque a sus personajes en situaciones tan sórdidas como, por ejemplo, fumando marihuana. Lo peor: la protagonista, Cocó —a todas luces alter ego de Wei Hui—se enamora de un alemán rubio de ojos azules y, para colmo, ¡casado! Elementos suficientes, creo yo, para que los chinos hayan mandado quemar en efigie a la transgresora, que por hoy vive exiliada, rica y feliz en Nueva York…
¿Feliz? ¿Es cierto?: “(…) en China no es ningún motivo de orgullo que prohíban tu libro –dice Cocó-Hui, quien pese a dominar diversos idiomas, entre ellos el inglés, continúa escribiendo en su lengua materna, el chino-. Eso conlleva un duro castigo que puede hacer que los autores se vean obligados a no aparecer en público durante seis o siete años. Los autores bien vistos por el gobierno, en cambio, disfrutan de un salario mensual durante el resto de su vida.” (Casada con Buda, Emecé, Barcelona, 2006, traducción de Ainara Munt Ojanguren y Xu Ying). Parece mentira, pero a Cocó-Hui le duele ser abiertamente desdeñada por los autores chinos, autores “oficiales” quiero decir, invitados a una mesa redonda en Columbia. El hecho de ser la más asediada por los jóvenes universitarios le sirve apenas de consuelo, como las atenciones que le dispensa su editorial para quien ella es una de sus más preciadas celebridades. Ni siquiera se explica cómo es que un libro suyo se venda “como churros por todo el mundo” (sic). ¿En el fondo Cocó, cuyo nombre budista es Hui, que significa “sabiduría”, preferiría ser una escritora asalariada por el gobierno de su país de origen, al ultra sofisticado Nueva York donde basta ingresar a una sala de masaje para que las luces hagan desaparecer por encanto toda imperfección de tu piel; donde los sanitarios de los grandes hoteles son transparentes y se pasea una por la Quinta Avenida en zapatos de tacón de Vía Spiga –aunque insista en vestir qipaos diseñados por una modista china, ocasionalmente pantalones-; donde hasta los árboles de Navidad son marca Ferragamo y Hui destaca no solo por su belleza exótica sino por ser la escritora proscrita en China, algo que los hombres más guapos y ricos suelen hallar harto estimulante.
Pero… ¿y el amor?, se pregunta no sin angustia Cocó-Hui, quien incluso ha intentado suicidarse: una mancha amarillenta en su bañera de lo que fuera sangre se lo recuerda constantemente… ¿será que en el fondo es una chica indefensa tratando de parecer sofisticada? Todos sus entrevistadores hispanos, sin excepción, coinciden en parece bastante recatada en persona. Reconoce ingenuamente no entender el feminismo occidental, ¿cómo es posible que las mujeres tengan que pagar la parte de su cuenta cuando salen con un hombre? No ha logrado habituarse a esa rara costumbre. Le parece tan inexplicable como su propia reacción al escuchar el sonido de la seda al rasgarse, el sonido más estimulante del mundo… particularmente cuando esa seda cubre tu cuerpo. ¿Será el mismo sonido de la liberación, de la ruptura no violenta con los atavismos?
Si el lector occidental se acerca a Shangai baby influido por las reiteradas (y sospechosas) comparaciones entre Hui y ¡Jack Kerouac! (¿Realmente han leído a Hui?, peor aún, ¿han leído a Kerouac?), no encontrará sino literatura simple y llana que lo hará botar el libro. Pero si eres de los que se deja llevar por el lenguaje poético y otras virtudes destacables de esta autora que enumeraremos más adelante, te enamorará —aquí habría de señalar la traducción del chino de Romer Cornejo y Liljana Arsovska que logran mantener la musicalidad propia de la lengua china —, aunque llegue a detestar ciertos destellos de frivolidad que más obedecen a la estética confesada por su propia autora, recién llegada a América y todavía con actitud de femme terrible, pitillo y tirante holgado: “La obra debe ser profunda en su interior y en el exterior tener la atracción de un best-seller”. Esta formula, por fortuna, llegaría a evolucionar notablemente en su siguiente novela, Casada con Buda, donde Hui perfecciona esa curiosa fusión de alta frivolidad neoyorquina con la espiritualidad y misticismo propios de una niña nacida en 1973 en un templo budista, en medio de incienso, cantos y pastelillos de crema, única adicción del Maestro de la Naturaleza Vacía quien, por increíble que parece, la reconoce veintitantos años más tarde cuando Hui acude buscando refugio a sus atribulaciones eróticas y amorosas: “Una vez nació una niña en el templo de Fayu, de forma prematura. La mujer que dio a luz parecía haber venido desde muy lejos y apresuradamente.” (Casada con Buda, p. 124). Hija de un estricto oficial del ejército, lo que supondría una vida llena de restricciones y represiones, Hui no manifiesta sin embargo otra queja cotra su padre como no sea su renuencia a leer sus libros. No puede quejarse de represión en su familia –aunque evidentemente sus padres preferirían que fuera una escritora discreta y humilde –aunque sí en su círculo de estudios donde siempre destacó por su rebeldía, talento y belleza: “Confucio decía: “Comer, beber, amar: he aquí los mayores deseos de la humanidad.” En esta priorización de la comida y la bebida entre los deseos humanos se ve claramente que comer es lo más importante que existe bajo la faz de la tierra. Mis padres nunca me abrazaron, y mucho menos me besaron. Pero, mientras para ellos el contacto físico paternofilial era tabú, podían ofrecerte una mesa tras otra llena de exquisitos y deliciosos manjares, y cada uno de los platos te decía: “Te quiero, hija mía…” (Casada con Buda, p. 96).
En Shangai Baby, Cocó, llamada así en honor a Cocó Chanel a quien se debe la genial frase “elegancia es rechazo”, es una camarera de veinticinco años con aspiraciones literarias, como la propia Hui antes del escándalo, declarada fan de Henry Miller al grado de querer escribir como él —no lo logra… por fortuna—y vivir como él, razón por la que pasa por encima de la estricta educación que ha recibido de sus muy conservadores padres —que sin embargo respetan que sea liberal—y ejerce libremente su sexualidad aunque sin dejar de considerar la posibilidad del matrimonio y, sobre todo, de la maternidad. La maternidad es la más cara ambición de su vida, aunque esto se percibe mejor en Casada con Buda. Hui, como su alter ego Cocó es, por todo lo anterior, adorablemente ingenua, hasta para asumir su vocación literaria. Cuando conoce a su paisano Tiantian, un joven pintor que además de holgazán es impotente (algo que humilló muchísimo a los lectores chinos… y, presiento, es el verdadero motivo de la feroz censura), no vacila en embarcarse sentimentalmente con él con la más sincera intención es serle fiel hasta que el rubito Mark entra en escena. “Cuando la escritura entró en nuestra vida de pareja, ya no era simplemente escribir, la escritura tenía una íntima relación con el deseo de amor insatisfecho, con la fidelidad y con nuestro rechazo a soportar la liviandad de nuestras vidas.” Según detalla Cocó, las jóvenes chinas tienen la extraña idea de que las mujeres occidentales tienen dos hombres: uno para amarlo locamente y otro para el sexo. Su ideal era que Tiantian cubriera ambas necesidades, pero su impotencia y la aparición de Mark alteran sus buenas intenciones. “Finalmente me convenció de que yo era una mujer más afortunada que muchas, ya que de acuerdo a las estadísticas más del setenta por ciento de las mujeres chinas tienen algún problema sexual y que más del diez por ciento jamás han tenido un orgasmo”. Occidentalizada y todo lo que quieran, Hui posee esa singular feminidad y ternura de las mujeres orientales y lo más destacable de su prosa son las comparaciones poéticas, también muy propias de su lengua materna: “El invierno de Shangai es como la menstruación, húmeda y nefasta”, nos dice.
Antes de Shangai baby, publicó dos volúmenes de cuentos: Crazy like Wei Hui y Desire pistol. Tan ambiciosa como Cocó, Hui tuvo que volver a trabajar de camarera luego del primer libro que empezó a acarrearle fama de perversa, “hubo hombres que a través de la editorial me mandaron fotos y cartas pornográficas, querían saber cuál era mi relación con el personaje central del libro, querían hacer una cita para comer conmigo en el restaurante de Saigón de la calle Hengshan disfrazados como personajes de mi novela y hacer el amor conmigo en el automóvil al llegar al gran puente Yangspu”, narra Cocó en la página 78. Sea como sea, al contemplar las fotografías de Wei Hui, que es tan guapa como describe a Cocó, con ojos de caricatura japonesa y enarbolando un cigarrillo y una copa en pose de Marguerite Duras —a la que también admira profundamente—, me deja la misma sensación de su escritura: una niña genial jugando a la mujer fatal.
Casada con Buda es otra cosa. No solo potencia las virtudes observadas en Shangai baby; se advierte, además, un afán por destacar lo profundo sobre lo superficial, de tal suerte que logra un efecto casi herético no solo en el entrecruzamiento de epígrafes de Confucio y Carrie Bradshaw (una de las protagonistas de la serie Sex in the city) sino en la materialización de dicha amalgama en la propia escritura. La crítica hacia el machismo de los chinos, que si por ellos fuera continuarían vendando los pies de sus mujeres, es todavía más acre, más directa en esta novela, donde menciona la terrible experiencia de perder la virginidad a los diecinueve años (con un chino, desde luego), su relación clandestina con un “respetable” profesor y algunos secretillos universitarios que los chinos preferirían mantener ocultos a los ojos del mundo, particularmente de los intrusos occidentales, en donde se concentra la mayoría de los lectores de la escritora maldita: “(…) En la universidad había oído hablar a mi profesor hablar de la milenaria tradición cultural china de la combinación del confucianismo, el taoísmo y el budismo, tres disciplinas inseparables, pero en aquella época yo andaba con varias bandas de rock de cerca de la facultad, y parecía que la única forma de expresar la furia de la juventud y las llamas del deseo era mediante la poesía enajenadora de la generación beat y el sexo desenfrenado, acompañado de gritos y sudor. Todas ellas eran armas letales, pero podían hacerte salir de la podrida y asfixiante que te sepultaba.” ¿Qué esperar de una raza de hombres que en tiempos ancestrales calmaban el hambre de sus soldados cercados por el enemigo, dándoles a comer a sus concubinas, según afirman las antiguas novelas chinas? Lo peor es que la doncella china encuentra lo que nunca encontró en un varón chino… ¡en un japonés! Cualquiera pensaría, yo lo pensé, que se trataba de una abierta provocación contra el régimen que la había forzado a poner pies en polvorosa, pero Hui, autora inminentemente autobiográfica, tuvo en realidad un novio como Muju que la adiestró en el arte de la meditación para encontrar su propia espiritualidad y fusionarla con su sexualidad… Un japonés que la hace reconocer lo mucho que la excita el sonido de la seda al rasgarse. Un japonés que la hace regresar al templo donde nació poco más de treinta años atrás. Paradójicamente, Hui termina por enamorarse de la cultura china a través del japonés. Por supuesto, nunca se atreve a confesarle a su madre que el delicioso novio que la ha enseñado a cocinar y a meditar es japonés, esto la disgustaría muchísimo. Para colmo, y ante la renuencia de Muju para estabilizarse, Cocó no tardará en dejarse seducir por los encantos de…. ¡un norteamericano!, que para colmo se parece a George Clooney. ¿Más y más provocaciones? No, Hui no hace sino reproducir sus pasiones, y en realidad ninguna mujer, occidental o asiática, podría culparla por enredarse con hombres tan encantadores como Nick, quien independientemente de su parecido con el citado actor de las sienes nevadas, reúne misterio, sexualidad y ternura. Cocó no cree en la seriedad de sus atenciones hasta que este le obsequia un libro de Herman Hesse… definitivamente no el obsequio de un donjuán que solo pretende sumarte a su lista de conquistas, aunque tampoco algo que pudiera asociarse a una felicidad tangible y segura. Y Cocó ya no está segura de nada, solo de que desea acostarse con Nick y de que su orgullo se lo prohibe: “El pez forcejea por librarse de la red; la rosa lucha para que no la corten; una mujer mojada va camino a la destrucción” (p. 233). Es posible que en el templo encuentre el consuelo… la respuesta… la liberación definitiva de la seda al rasgarse. La certeza de que China tendrá un motivo más para enloquecer por ella, que además de escritora insolente está por convertirse en madre soltera, cosa que no altera en lo absoluto al Maestro de Naturaleza Vacía: “(…) me respondió con una pintura hecha en tinta china de un paisaje montañoso bajo la lluvia. Junto a la imagen se leía el siguiente koan (14): “La lluvia provoca el crecimiento generalizado, y el paisaje de mil montañas es delicioso; si estás satisfecho y a gusto contigo mismo, lograrás la felicidad suprema.”
He ahí la respuesta, querida Wei-Hui.