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Suave furia

Raquel Huerta-Nava nació el 29 de junio de 1963 en la ciudad de México, entre poemas de seda. Dije bien, no ha sido traición del subconsciente. Por supuesto, ser hija de una leyenda contemporánea como Efraín Huerta (1914-1982), de los poetas imprescindibles de la literatura castellana, y de Thelma Nava, poeta mexicana reverenciada en el extranjero y segunda esposa del llamado Cocodrilo Poeta, no es fácil. Puede, incluso, resultar frustrante debido a las expectativas que se crean en torno al fruto de la relación de dos genios, por un lado, y por otro, el rechazo que puede generar el supuesto de que, ya por derecho de sangre, la hija es un ser privilegiado que no requiere de grandes méritos para ser reconocida. Pues ni uno ni lo otro, pues la obra de Raquel es valiosa por sí misma, y lograr el reconocimiento le ha costado lágrimas de sangre.
Pero hablemos primero de las reales ventajas que tuvo para Raquel que la sangre del Poeta corriera por sus venas: “Me divertí muchísimo en la infancia al crecer con dos poetas –confiesa a la revista virtual El collar de la paloma-, la vida siempre giró alrededor de los libros, de la escritura… lo difícil era conectarse con la vida real, eso siempre fue muy difícil y en ese sentido mi familia fue muy disfuncional y poco efectiva. La relación de mis padres fue puro fuego y creo que es la fuerza que me corre por las venas.” Raquel misma recrea su pasión en uno de sus primeros poemas, cosa insólita en una sociedad como la nuestra donde se nos inculca la idea que nuestros padres son seres asexuados. Me permito reproducir íntegro “Doble constelación”, incluido en el libro La plata de la noche (1988-1998) (Cuadernos de Malinalco, Instituto Mexiquense de Cultura, 1998, p.p 67 y 68) por cuanto refleja de la pareja que dio el ser a nuestra poeta y, por consiguiente, a la poeta misma:

CUANDO DOS poetas se enamoran
reinventan el mundo.
La palabra: recinto estrecho;
es necesario sacrificar la existencia,
reordenar el cosmos, extinguirlo todo.

Cuando dos poetas se desean
arde todo lo pronunciado
sólo la piel es memoria insoportable
que los obliga a escribir
desde las lágrimas que lo calcinan
desde las larvas que los devoran
desde la sangre que les estalla
rompiendo el eje de sus vidas,
supernova enardecida, delirante.

Dos poetas apasionados son la furia
porque son presos de sí mismos,
se conjuntan sus demonios interiores
en una guerra declarada,
sin cuartel ni prisioneros.

Los gemelos de la palabra
descubren sus ocultas intenciones
las sublimes
las sórdidas
las que matan.

La piel les da la vuelta por las noches,
en llaga ardiente
maldicen su sino y su obsesión
claman al firmamento
investidos como Xipe Totec
“Nuestro Señor el Desollado”.

Cuando dos poetas se enamoran
no les queda más remedio:
están condenados para siempre
a reinventar el amor.

Poeta, editora, historiadora, rescatista de la memoria de Efraín Huerta, biógrafa, investigadora, promotora, pedagoga, antologadora y ensayista, más o menos en este orden, Raquel Huerta-Nava es una de las figuras más versátiles de la cultura mexicana actual, y todo lo hace con infinito amor que se traduce en calidad, aunque su participación haya sido siempre discreta, alejada de los reflectores, más próxima a la de una abadesa que a la de una diva. Pero por supuesto es la de poeta la que rige sobre todas las demás facetas, y en la que nos concentraremos por lo pronto. Raquel ostenta sus apellidos con orgullo de hija más que con ínfulas de heredera artística y el firmar con ambos, paterno y materno divididos apenas por un guioncito, es un desafío implícito, especie de letras escarlata que en vez de vergüenza exhibe solidaridad para con su madre y para con la incomprendida pasión de sus padres. No obstante lo anterior, Raquel se ha esforzado en labrarse un nombre, una obra y un estilo propios, cosa que ha logrado con éxito. Raquel es hija de Efraín y de Thelma, pero como poeta parece descender de otro árbol, de otra familia, pese a sus guiños a la obra de uno y otra. Esto es fácil de constatar leyendo el histórico Manifiesto cocodrilista de Efraín Huerta, reproducido recientemente en Revisión vegetal, homenaje a Efraín Huerta, compilado por Raquel (El cocodrilo poeta, Cuadernos del borde, 2005) que lo hiciera acreedor al mote y en el que, en tono lúdico, expone las premisas de un grupo de poetas entre los que destacan él mismo, Otto Raúl González, Margarita Paz Paredes, Gabriel Ramos Millán, Miguel Castillo, entre otros. Raquel es la perfecta anti-cocodrilista, como no sea su afición por coleccionar figuras cocodrilescas, porque su poesía es una perfecta amalgama de existencialismo y angelismo contra los que se manifiesta su padre, más aún, Raquel diversifica ambas posturas al recurrir a imágenes míticas, medievales, épicas, caballerescas que pudieran simbolizar una especie de íntima revuelta de la poeta: “La poesía llegó a mí como una liberación después de varios duelos –confiesa Raquel -, la muerte de mi padre, la muerte de mi abuelo paterno y mi divorcio de un mal hombre, un verdadero psicópata como los personajes de algunas películas de moda. Mi psique resultó bastante afectada por esta situación que me llevó prácticamente al límite de mi resistencia. Mi alma buscaba un remanso creativo y la poesía fue una respuesta para reconstruirme.” Y no obstante lo anterior, Raquel revela que su padre murió creyendo que había procreado no a una poeta sino a una pintora (su hermana menor, Thelma, es psicóloga), mientras que su madre, quizá tratando de hacerle un bien, se rehusó a ser su maestra, ya para que Raquel encontrara su propio camino, ya porque en el fondo temía que su hija adquiriera una vocación que suele ser ingrata en una sociedad mercantilista como la nuestra, especialmente tratándose de mujeres poetas. Thelma Nava no apoyó plenamente a su hija hasta que advirtió que estaban forjadas de la misma materia; que ambas eran tercas; que ambas eran poetas. Pero, insisto, Raquel ha labrado su propio rumbo poético, de tal manera que aunque en casa le dijeron que Dios no existía, tuvo más peso en su poesía la influencia de una abuela materna profundamente religiosa, de tal suerte que aunque se declara no religiosa, Raquel Huerta Nava se reconoce una poeta mística, cosa que la acerca un poco a su padre, “la mayor influencia de mi padre ha sido su aliento místico”, señala, si bien el suyo es un misticismo más apegado a la simbología medieval que pudiera ser producto de su otra vocación, la de historiadora.
La constante de la poesía de Raquel es, aludiendo a uno de sus versos, florecer sobre ascuas. Carece del talante irónico que impregnó gran parte de la obra de su padre, aunque más como actitud que como carencia. La indignación vibra en sus notas más dulces, nunca a manera de victimismo o de resentimiento sino como lo ante dicho: indignación. El aspecto autobiográfico, sin embargo, no sale a relucir como no sea a través de terceras personas (como el ya leído) o de símbolos particulares porque Raquel no quiere reflejarse en su propia poesía, no en forma burda. Visualiza el propio dolor como un campo de batalla donde sus sentimientos de baten a muerte, de ahí el desarrollo de un lenguaje épico, caballeresco. Vivir, pareciera decirnos Raquel, es una batalla librada a diario contra el propio corazón, traidor de nuestra integridad. En El cantar del jardín de la azucena (Pasto Verde, 2 de Vastos, Marzo 2004) clama, desde un pecho masculino, por respuestas que sabe no obtendrá y de hecho la poesía de Raquel Huerta-Nava tiende a ser increpante, inquisitorial, poco resignada y sin embargo conciente de que sus demandas no obtendrán respuesta: “florecen azucenas en los muros/ del castillo de Montefeltro/ el canto iridiscente de las aves/ diluye las sombras/ al resplandor del alba/ escapan los demonios/ (Como en Arezzo,/ sí, como en Arezzo)/ esplenden las comarcas celestiales: / Francisco ocupa el trono de la luz/ cubriendo con su amor/ el ancho manto de la tierra.” (XLII, p. 44)
“La maldición”, figura retórica que se repite de continuo en la poesía de Raquel, remite a la propia imagen contemplada en el agua a la que el Creador arranca súbitamente para beberla de un sorbo. El designio del Señor. La maldición es flor vuelta mancha de sangre cuando la aplastas: alma corrompida por los susurros del demonio a su oído: Corazón/ Sangre/ flor/ incendio/ agua, palabras que la voz poética relaciona con amor impuro: “(…) oficio de minucias/ bajo el dolor del mundo” (XIX, p. 21) En Primera historia del viento (Editorial Página, León, México, 2005, Raíces Verdes, 2005) retorna la maldición del amor traicionado, la metáfora del campo de batalla aunque en alusiones que implican menos misticismo y más desesperanza. La sangre del hablante se trastoca en río que arrastra flores muertas, Ofelia desintegrada: “¿Sucedió acaso ese amor/ tempestad de vientos y de voces?” (p. 16) La belleza asusta a la poeta, porque sabe que tras de ella se agazapa como una bestia lo aparente. No la ahuyenta, sin embargo. Es capaz de velar sus armas mientras la belleza duerme su sueño de bestia amansada que petrifica de momento todas las vendettas y todos los partos. Raquel alude al dolor pero no acepta ni tolera la derrota. El triunfo del vencido, dice, está en la colonización del propio dolor, en el amansamiento de la bestia de la poesía.
La nostalgia también es constante en la poesía de Raquel y es el núcleo de Tramontana (Poetasdeunasolapalabra, UAP, 2006). Hojas amarillas. Fotos que se evaporan junto con la memoria. “La bestia enrarecida que me habita”, “bala expansiva del destino”, pudiera nombrársele también. La nostalgia puede llegar a enfermar, a corroer, a corromper la foto de la memoria, pero la poeta la manipula de tal suerte que atraviese las visiones de un mundo anterior al engaño y se fije ahí, a manera de visión: “Perfilo armas de cantárida/ en el código de la extrañeza:/ letras muertas/ al filo de la sábana” (“Naturaleza muerta vegetal”, p. 13). Con marcado tono bélico, la voz poética se recubre de armadura y lanza en medio de la fiebre. La poesía como territorio de batalla, la de la poeta versus la poesía; la de la poeta versus la poeta: “Solo la redención puede lavarnos/ del veneno en el espejo/ estéril soledad amortajada.” (“Aliento de luz, p. 6) La repetición de figuras retórico-poéticas (maldición, linaje, nostalgia) no es mera casualidad pues el propósito de Raquel es que todos sus libros conformen un solo gran libro. Un gran libro sobre la memoria.
De la poesía de Raquel Huerta-Nava ha dicho Dolores Castro: “Brevedad, transparencia, música, ¿qué más se puede pedir para atrapar definitivamente a la poesía?” Historiadora titulada, Raquel se considera fundamentalmente una humanista. Fue editora de una de las revistas de poesía más conocidas en América Latina, El cocodrilo poeta, donde publicó a los mejores poetas del mundo. De hecho, la suya fue la primera revista consagrada a la poesía en México. Corrió el riesgo en un país donde la poesía está fuera por completo de los intereses materiales y económicos, lo que también revela mucho de su rebeldía congénita. En su faceta como historiadora ha escrito una serie de biografías para niños que conforman una colección de autor titulada “Caminantes en el tiempo” (Santillana, 2006) y prepara una biografía de Vicente Guerrero. Raquel se ve a sí misma como una exiliada, como una sobreviviente, como una refugiada de las grandes catástrofes del mundo. Como una mujer que se ha construido a sí misma poco a poco… como un gran libro que ha ido escribiendo en medio de la adversidad y de la muerte.
Lee íntegra la entrevista con Raquel Huerta-Nava en El collar de la paloma