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Otra (pírrica) victoria de la envidia

…Así entre los hombres el amor ocasiona un conocimiento de sí mismo.
L.L

¿Cómo es posible que la máxima apologista de la locura, la que hizo de ella la más divertida de las diosas, se haya rehusado a ser acogida por ella? ¿Por qué, a fin de cuentas, Louise Labé hizo más caso de Cordura (que difícilmente podría haber alcanzado rango de diosa, aunque sea talón de Aquiles de Locura) e hizo lo que los demás esperaban que hiciera, es decir, abandonar la escritura y retirarse de la vida pública?
¿Por qué, Locura, abandonaste a la más bella de tus hijas?
Louise Labé Charlin Perrin debió pasar a la historia como autora de uno de los más originales textos dramáticos del Renacimiento (época en la que, por cierto, genios abundan) y como la dueña de una retórica de impresionante belleza, pulcritud y sabiduría. Pero no… ¡hasta Simone de Beauvoir cometió el error de citarla como ejemplo de liberalidad femenina! Si la dama en cuestión tuvo el mal gusto de dispensar sus favores al poeta Oliver de Magny (1529-1561), que en Ode á sire aymon se regodea en detalles íntimos y ridiculizar al “cornudo”, esposo de su supuesta amante, es algo que Simone debió pasar por alto. Lo relevante de la biografía de Louise Labé es su obra poética y su excepcional condición de letrada en el Renacimiento francés en el que, hay que aclarar, no existía la liberalidad para con las mujeres que en Italia, donde un devaneo como el atribuido a Louise no habría causado mayor problema.
Al contrario del poeta que la destrozó, no obstante ser un poeta menor, no existe certeza del año de nacimiento de Louise Labé: pudo haber sido entre 1520 y 1526. Hay quienes lo ubican en 1525. Los hados fueron benignos al hacerla llegar al seno de una acaudalada familia de Lyon cuyo patriarca, de nombre Pierre Charlin, era fabricante de cordeles, de ahí que a Louise se le conociera como “la bella cordelera”. La única desgracia que ensombreció su infancia, fue la prematura muerte de su madre, Roybet Etienette. A la muchachita de pelo rojizo, poseedora de una extraordinaria belleza que, aunada a su dote, habría bastado para resolverle el futuro, se la proveyó, además, de una esmerada educación en más de un sentido. No solo accedió a la práctica y el conocimiento de la ciencia y la literatura, sino que, junto con sus hermanos varones, aprendió a montar y a manipular armas, algo definitivamente transgresor para la época. Se dice, incluso, aunque no está comprobado, que llegó a participar en torneos con atavíos masculinos. No se libraría, sin embargo, de casarse con el hombre que su padre eligió para ella: otro rico cordelero que la aventajaba por varios años, de nombre Ennemond Perrin. No existen evidencias de que la joven hubiera sido desdichada en su matrimonio, antes bien, se sabe que su esposo le permitió transformar la sala de su casa en un salón literario al que acudirían los más notables poetas del momento, incluyendo damas como Pernette du Guillet, Claudine y Sybille Scéve y Clémence de Bourges. Al no realizarse nunca en la maternidad y ser inmensamente rica, Louise consagró su tiempo a cultivar la lectura y la escritura, amén de presidir las veladas literarias en la sala de su casa. Ella hizo de París segundo centro de la cultura francesa, después de París.
Contando alrededor de treinta años, se decide a someter su obra al escrutinio real. Francisco I era un rey que amaba el arte al grado de hacer traducir al francés los más grandes filósofos griegos. Esto sin contar su famosa debilidad por las mujeres bellas y refinadas. Difícilmente habría desautorizado la publicación de los Oeuvres de Louise Labé, Lionnaise, que salió a la luz en 1555 y alcanzó una segunda y hasta una tercera edición. No faltó quien se escandalizara ante la audacia de la poeta, no tanto por el contenido de la obra (políticamente correcta, no obstante resultar revolucionario en algunos aspectos, particularmente estilísticos), sino por la declaración de independencia física, moral e intelectual que representaba la publicación de un libro escrito por una mujer, para colmo, hermosa. No faltaron tampoco los envidiosos varones que se sintieran rebasados por el talento de la dama, ni los pretendientes despechados, como se cree son los casos de de Magny y el también poeta Claude Rubys (por quien, se dijo, cambió Louise a de Magny), que se encargaron de cubrir de inmundicia la reputación moral de la Bella Cordelera. Tres años después de publicado su libro, la autora, agobiada por las habladurías y el rechazo de los mismos que alguna vez dijeron respetarla y admirarla, y al poco de la muerte de su esposo, se retiró a su propiedad campestre de Parcieux en Dambes, donde se autoexilió hasta el día de su muerte, el 25 de abril de 1566, cuando sucumbe a la epidemia de peste. Dispuso que su fortuna se repartiera entre los pobres de Lyon. Dicho testamento, donde funge como testigo su único amigo fiel, el banquero florentino Tomás Fortín, existe aún. La obra total de la malograda poeta consta de tres elegías, veinticuatro sonetos y Debate de locura y amor.
¿Por qué, insisto, cedió Louise tan fácilmente a la presión social y abandonó la escritura? ¿Cómo pudo un simple rumor cancelar la vocación y alegría de una mujer que siempre exhibió un temperamento fuerte? Afirmar que fue cobarde sería juzgarla demasiado a la ligera, más aún, teniendo en cuenta que es muy poco lo que se sabe sobre su vida. Cierto: su momento histórico no la favorecía en lo absoluto, pero tenía de su parte la simpatía de un rey que, por si fuera poco, le tenía una especial simpatía. ¿Por qué deponer las armas sin más? Por ahora, lo único que nos queda es analizar el legado poético de esta autora.
El debate de locura y amor revela no solo a una mujer de cultura vastísima, sino también observadora y reflexiva respecto a dos asuntos que solían tomarse a la ligera: la locura y el amor. No se refiere, por supuesto, a la pasión sexual en la que tendemos fusionar locura y amor, sino que expone a ambos por separado, enfrentados, recurriendo a argumentaciones que hoy podríamos denominar psicológicas, no obstante que en tiempos de Louise Freud todavía estaba distante. De alguna manera, Louise contribuye a descalificar una serie de mitos muy promovidos por entonces. Asimismo, al caracterizar a Amor y a Locura con sexo masculino y femenino, respectivamente, simboliza las diferencias ancestrales entre hombres y mujeres.
Empecemos por la dedicatoria, que puede resultar útil para descifrar algo sobre el carácter de la autora, quien prefiere dedicársela a su amiga, mademoiselle Clémence de Bourges, que al mismísimo Rey Francisco, quien, supongo, a juzgar por su inteligencia, debió sentir mayor respeto por la escritora. La Epístola con que abre el debate, dirigida a la amiga en quien se inspiró para disertar sobre el amor y la locura, hace alusión a la necesidad de la solidaridad femenina y de una mutua comprensión que genera complicidad: “Puesto que ha llegado el tiempo en que las severas leyes de los hombres ya no impiden que las mujeres se dediquen a las ciencias y a las artes, me parece que las que gozan de comodidad para hacerlo, deben emplear esta honesta libertad, tan deseada antiguamente por nuestro sexo, para aprenderlas y demostrar a los hombres al daño que nos hacían al privarnos del bien y del honor que ellas podían procurarnos (…)”
Más adelante, Louise menciona sus propios estudios y el deseo que desde niña alberga, quizá al permitírsele medir sus fuerzas con las de sus hermanos varones, de demostrar que las mujeres están dotadas de las mismas capacidades de los hombres, por lo que “(…) no me queda sino rogar a las virtuosas damas que eleven un poco su espíritu por encima de sus ruecas y de sus husos y se empeñen en hacer comprender al mundo que, si bien no estamos hechas para mandar, tampoco aquellos que gobiernan o se hacen obedecer deben desdeñarnos como compañeras, tanto en los asuntos domésticos como en los públicos.” A continuación aporta algo que, algunos siglos más tarde, fundamentaría el feminismo humanista que hace hincapié en la necesidad de que los hombres se concienticen respecto a que no son solo las mujeres quienes recogen los beneficios de tal lucha, sino también ellos al permitírseles asumir su condición humana y, por ende, tan vulnerable y perfectible como la de las propias mujeres: “(…)los hombres estudiarán con mayor ahínco las ciencias virtuosas por temor a la vergüenza de verse superados por aquéllas ante las cuales siempre se consideraron superiores casi en todo (…)” Por otro lado pide a las mujeres reflexionar sobre el placer y el honor que procura el estudio por sobre goces mundanos y efímeros: “(…) el estudio produce una satisfacción personal que dura más largo tiempo.”
Independientemente de que poco importa si Louise fue o no adultera –siendo contemporánea de otras damas en quienes se escatiman virtudes para resaltar vicios como Margot Valois, resulta ridículo continuar condenándola por una hipotética “cana al aire”- tales líneas evidencian no a una viciosa sino a una dama harto lúcida y más interesada en el lado espiritual del amor; un alma sensible y erudita, además de adelantada a su época.
Cabe aclarar que no solo es en los preceptos del feminismo que la poeta se adelanta: algunos estudiosos consideran que esto que Louise denominó diálogo, es en realidad una obra dramática que si bien remite a géneros teatrales medievales, nombrados en el diálogo mismo, representa un hito en el teatro moderno francés por la agilidad que confiere a los actores y la locuacidad del discurso. Es harto probable que esta dama, a todas luces conocedora de Aristóteles, haya conocido la obra de Erasmo de Rotterdam, quien unge diosa a Locura, aunque Louise invierte las características negativas de la misma para mostrarla como una rebelde reacia a los convencionalismos. Para hacerse oír, tras padecer las humillaciones de Amor, Locura hace a este caer en una trampa y le venda los ojos para siempre. Hay, en la disputa que abre la obra, algo que remite a la llamada guerra entre los sexos: Amor y Locura llegan retrasados a un banquete del dios Jupiter y Locura pretende entrar antes que Amor, lo que origina una riña que concluye con Amor vendado: “(…) Soy diosa, como tú eres dios. Mi nombre es Locura. Soy la que te engrandece y te empequeñece a su antojo (…) si de eso resulta alguna extraña aventura o un gran afecto, tú nada tienes que ver, el honor es sólo mío. Tú no posees sino el corazón, yo gobierno lo demás (…)” (p.p 51 y 53, UAM, Colección Molinos de viento, No. 42, México, 1985, introducción, traducción y notas de Ana Peyrelongue). Locura se encarga de hacernos ver el papel que juega la razón o ausencia de ella en todo enamoramiento.
La diosa Venus, indignada por la afrenta contra su hijo, exige un juicio contra Locura en el que fungirán Apolo como fiscal y Júpiter como defensor de la acusada. Apolo empieza por exigir se le ordene a Locura mantenerse apartada cien pasos a la redonda de Amor. Entre otras cosas, Apolo alude al carácter intelectual y artístico de los enamorados que en Amor encuentran su fuente de inspiración. Con palabras tiernas pero impregnadas de sabiduría, que pudieran ser las de la propia autora, señala Júpiter que no existe mayor placer, después del amor, que hablar de él… y Louise Labé pudo haber agregado: “y escribir sobre él”: “(…) los hombres apenas empiezan a enamorarse escriben versos y los que fueron excelentes poetas o llenaron sus libros, aún tomando otros temas, no se atrevieron a terminar su obra sin mencionarlo con honores. Orfeo, Museo, Homero, Linos, Alcco, Safo y otros poetas y filósofos como Platón y el que recibió el nombre de sabio y expresó en forma de idilios sus más elevadas concepciones (…) Solo la pasión hizo que Petrarca en su lengua se aproximara a la gloria de aquél que representó todas las pasiones, costumbres, estilos y caracteres de todos los hombres que es Homero (…)” (p.p 95, 96 y 97).
El elogio a Amor va, como hemos visto, más allá del lugar común de aquella época galante… todavía más cuando llega el turno de Júpiter de demostrar que Amor, por sí mismo, no puede influir sobre la humanidad… que no sería lo que es sin la intervención de Locura. En esta obra, Locura representa un carácter tan positivo como el de Amor. No maldición, mucho menos enfermedad. Locura es el toque que impulsa al amante y al genio a lograr sus objetivos, a ejecutar las más inolvidables hazañas. ¿Se advierte mayor vehemencia en la defensa de Locura, atribuida a Júpiter, que en la reivindicación de Amor hecha por Apolo?: “(…) Pónganme en el mundo a un hombre que, totalmente cuerdo a un lado y un loco al otro y observad cual de los dos será más estimado (…) el cuerdo se hará de rogar y se quedará con su cordura sin que lo llamen a gobernar las ciudades, sin que se le pida consejo, preferiría escuchar, ir pausadamente donde se le llame; y se necesita gente lista y diligente aunque se equivoque pero que no se queden a medio camino (…) por un hombre cuerdo del cual se hable en el mundo, habrá diez millones que gozarán del favor popular.” (p.p 11 y 12).
Ninguna razón es puesta a prueba, desafiada a materializarse, sin el toque de Locura. Cordura, por otra parte, no es lo opuesto de Locura sino su disfraz. El cuerdo, en cierta forma, está loco: ¿qué clase de loco consentiría en sustraerse al maravillamiento perpetuo en que sume Locura? Al vendarle los ojos a Amor, Locura favorece a los indignos de la flecha de Cupido: los feos y feas, los ancianos y ancianas, los tontos y malvados, a quienes probablemente baste descubrir a Amor para dejar salir dones recónditos. Amor, provisto de bellísima mirada, no se ocupa en la felicidad de los demás, sino en su propio regodeo, su, llamémosle, voyeurismo; espectador anhelante de la abrupta unión de cuerpos bellos y jóvenes. Sus flechas ciegas contribuyen mejor al delicioso desorden del mundo, a equilibrar un poco la injusta naturaleza… sin Locura, el mundo sería un escenario de marionetas de los dioses: “(…) llegado el caso, Amor se consumiría por sí mismo, puesto que es el amante y el amado confundidos (…) Ignorancia, Negligencia, Esperanza y Ceguera (…) son todas las doncellas que habitualmente acompañan a Locura. Quédate en paz entonces, Amor, y no vengas a romper la antigua alianza (…)” (p.p 132 y 133).


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Un poema de Louise Labé, aquí
Poemas en francés de Louise Labé, aquí

Música inspirada en poemas de Louise Labé