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De otro mundo

Nacida en La Habana, en centuria no especificada —guarda celosamente el dato, aunque no aparenta más de treinta años—, Daína Chaviano, idéntica a las amazonas estelares de sus cuentos —alta, esbelta, enormes ojos de indefinido color y larga cabellera rubio ceniza— inició su expedición fantástica con el pie derecho: gracias a su primer libro de cuentos, Los mundos que amo, escrito entre los 15 y los 19 años bajo la influencia de los Hermanos Grimm y Julio Verne, obtuvo en 1980 el importante Premio David de Ciencia Ficción. Por su belleza y talento histriónico, estuvo a un paso de convertirse en estrella de cine. Habiéndose graduado como licenciada en Lengua y Literatura Inglesa, y ya con varios libros y guiones en su haber, fue llamada por Tomás Piard para interpretar al personaje de un cuento titulado Adorable fantasma, pero nada más alejado de la naturaleza de Daína que el glamur. Al poco tiempo tuvo oportunidad de salir de la isla y desde hace algunos años radica en Miami, donde se desempeñó como reportera y columnista del New Herald. Ha escrito bastantes cuentos para niños, entre ellos País de dragones (Colección Espasa Juvenil). Como las mexicanas Carmen Boullosa y Cristina Rivera Garza, se hizo acreedora al Premio Internacional Anna Seghers, concedido por la academia de artes de Berlín a las más prestigiadas escritoras del mundo. Dice Daína, instigadora de la “latinoamericanización” de un género predominantemente sajón como la ciencia ficción: "Desde que aprendí a escribir empecé a hacer cuentos, a los siete u ocho años. Tenía una libretica donde escribía cuentos de hadas." Las hadas habrían de acompañarla hasta la época actual, manteniendo intacta la inocencia de su corazón no obstante haber conocido la experiencia del hambre en su forma más descarnada. De semejante combinación no podían sino obtenerse obras del calibre de El hombre, la hembra y el hambre, Premio Azorín 1998, o La isla de los amores infinitos (Grijalbo, 2006), que junto con Casa de juegos (1999) y Gata encerrada (2001) conforman un muy personal universo donde el proceso de mestizaje en Cuba alcanza rango de maravilla. Las cuatro novelas de la serie nos permiten reencontrarnos no solo con viejos conocidos, protagonistas en una, secundarios en otra, sino también con sus entrañables criaturas, como el fantasma del último indio triste o el duende Martinico. La idealización de Cuba es punto de partida para la obra de esta escritora maravillosa en más de un sentido, y la Cuba de Daína es, a un tiempo, la Cuba pobre y lujuriosa y su personalísimo Macondo. Daína Chaviano es, probablemente, la única autora cubana que ha recreado la Cuba del José Maltí al que el abuelo del chinito Pablo de La isla… denomina “Buda Iluminado”, a la Cuba del José Martí de los versos politizados y las posturas radicales; la Cuba de Antonio María Claret, el arzobispo cuyas rodillas se quebraron ante la visión de tantísima belleza condenada a la devastación. El elemento autobiográfico está presente en todas, partiendo de la recreación de la Cuba vivida por Daína; la Cuba en la que se sobrevive como en tiempos del Neolítico, de la que se fugó la autora siendo estudiante de arte; la que retribuye el trabajo de sus graduados universitarios con un salario de cinco dólares al mes… como a la Claudia de El hombre, la hembra y el hambre, que termina por rebelarse a injusticias tan evidentes que solo fingiendo ceguera o idiotez es posible admitir sin terminar gritando, como sería la indiscriminada venta de los tesoros artísticos de la isla por parte del gobierno y cuya denuncia Claudia pagará muy caro, con el desprecio social y el estigma de “traidora”: “¿De qué nos sirvieron los tratados sobre arte, las discusiones sobre las escuelas filosóficas en tiempos de Pericles, las lecturas sobre los orígenes hegelianos del marxismo, las disquisiciones sobre el neoclásico, los paseos por la Habana Vieja para estudiar los edificios ante los cuales pasamos tantas veces sin darnos cuenta de que eran los más bellos ejemplares del barroco caribeño? ¿Para terminar en la cama con un tipo a cambio de comida?” ¿Cómo es posible de que esta poco menos que brutal realidad surja el material para escribir novelas fantásticas? ¿Será porque, como dice Claudia, los cubanos son los marcianos de la Tierra? “Yo he preferido escribir –responde Claudia por Daína-: escribo lo que me falta, lo que he soñado tener, y eso me purifica (…) Le di de comer a mi fantasía, y con ella destruí héroes, desvestí dioses, idealicé amantes… Me bañé con la miel que destilaba esa “loca de la casa” y jugué a imaginar mundos. Me disfracé de bruja y de gitana, de paria y de rebelde. Negué mi sexo -esa mansedumbre que me habían enseñado – para luego transformarlo en mi coraza, en mi orgullo, en una máscara perfecta.” (p.57) El hambre es el leit motiv de El hombre, la hembra y el hambre; no solo el hambre que devora a quien la padece sino la que lastima irremediablemente al espíritu; hambre de todas horas, hambre vuelta ser autónomo que fuerza al hombre y a la mujer a hacer lo que sea con tal de saciar al monstruo que lo habita. El hambre, sin embargo, alimenta a cuerpo de rey la imaginación de Daína que solo a través de la fantasía logra explicar a ese inmenso fantasma que la sigue a todos lados: Cuba. Hay también un rasgo autobiográfico en su novela Fábulas de una abuela extraterrestre (Océano, 2003), compuesta por tres historias que parecen narrarse entre sí, desembocando una en las otras, aparece una adolescente de nombre Ana que escribe una novela de ciencia ficción y es considerada extraña por quienes la rodean.

— ¿No oyes lo que te digo? ¡Necesito buscar más allá de lo que veo!
—Ser diferente puede ser peligroso—insiste él.
—No me importa. Cuando todos hacen lo mismo de la misma forma, y opinan igual de manera tan unánime, algo anda mal...
(p. 88)

Este diálogo es ilustrativo de la ardua búsqueda de Daína: aunque su primer libro, Los mundos que amo, era "algo ingenuo y bastante apegado a los cánones de la CF tradicional", señala Javier Gómez, Fábulas... significó un paso gigantesco para los cultivadores de este género en castellano, ubicándose rápidamente como obra fundamental de la CF latinoamericana. Su cultivo (mezclando fantasía y misticismo) ha sido el vehículo perfecto para que Daína desarrolle un asunto que le preocupa y es leit motiv de su obra: la intolerancia para con quienes son diferentes. "No podemos ser intolerantes—dice Daína—, necesitamos comunicarnos con otros seres humanos, por muy extraños que nos parezcan sus costumbres y su cultura, porque si no nos comunicamos, si somos intolerantes con el prójimo, vamos hacia la destrucción." La abuela maravillosa a la que alude el título, con aspecto de pájaro, tres bocas y tres ojos, narra a su nieto Ijje, destinado a ser guerrero, la historia de una adolescente de nuestro tiempo (Ana) y la de una doncella que sobrevive a una catástrofe intergaláctica (Arlena), heroína a su vez de la novela que está escribiendo aquella y que resultan ser la misma mujer. A estas historias, la abuela las denomina "fábulas" —lo que para nosotros serían historias de animales con moraleja— y cuando describe el aspecto de sus personajes, Dira, una amiga de Ijje, exclama con horror que son idénticas a los jumene, esos enemigos que nunca han visto pero de quienes tienen las peores referencias sobre su aspecto, sospechosamente similar al de los seres humanos. En este conflicto reside la moraleja de esta fábula. Otro gran logro de Fabulas… es la transición del lenguaje. Al referirse a los zhife, seres alados, el talante es indudablemente poético debido a la suprema importancia de la poesía en sus rituales. "Un guerrero es fuerte cuando tiene inteligencia— dice la abuela a Ijje— Pero ¿para qué serviría si no posee la sensibilidad y la intuición del poeta? ¿Sabes en qué se convertiría? En un salvaje; en un mecanismo destinado únicamente a matar o a ser muerto..." (p. 130). Lo que para los zhife es vital, carece de importancia en el mundo de Ana, donde es observada con recelo por quienes son incapaces de comprender su vocación de escritora. La propia Daína reconoce que Ana es ella... que es todos los escritores que, como tales, miran más allá que el resto de los humanos a quienes únicamente importa la sobrevivencia física. La adolescencia es una condición muchas veces ingrata que no puede faltar en la obra de una escritora que se inclina por los seres extraños.
Aunque Daína no ha escrito exclusivamente CF, ha permitido que la magia y la clarividencia invadan su faceta realista, como en las cuatro novelas antes citadas y las cuales marcan su parcial transición de la CF al realismo fantástico (que Javier Gómez pide no confundir con realismo mágico), y donde La Habana adquiere visos de ciudad fantasma, extraterrestre. Gómez destaca que en este sentido, Casa de juegos resulta fascinante por el manejo del erotismo en medio de una atmósfera espectral, onírica, mientas que la protagonista de Gata encerrada busca su propia verdad viajando por lugares tan fantásticos como la Atlántida y la Inglaterra precéltica. En La isla de los amores infinitos, Daína vuelve a equiparar a su Cuba con esos lugares míticos; Cuba Avalon, la Cuba Shambhala, la Cuba Lemuria. En esta novela, que transcurre fuera ya de Cuba, en Miami para ser precisos, se advierte como en ninguna la maldición de la nostalgia que cae sobre los exiliados cubanos y la justa tirria hacia quien forzó su exilio, mismo que funge como personaje honorario, aunque tácito, de su novelística: “¿Sabes para que el Papa va a Cuba?: Para conocer de cerca el infierno, ver al diablo en persona y averiguar cómo se vive de milagro.” Como su título pudiera sugerir, La isla de los amores infinitos aborda el proceso de mestizaje en Cuba, pero Daína nos hace ver el grado de maravilla que alcanzan estas mezclas raciales y culturales que todo latinoamericano acarrea en su memoria genética; mezcla, hay que decirlo, generadora de seres mágicos, volcánicos míticos e infinitos; habilitados lo mismo para percibir duendes que para escribir novelas como esta. Españoles, africanos y chinos convergen en este loco anclaje de barcos repletos de ambiciones y ojos desmesurados. La extranjería será condición de los descendientes de los primeros habitantes de la preciosa isla que parecen condenados a no hallar sosiego ni asiento entre tanta belleza, lo que pudiera explicar la sensación perpetua de extranjería en Cecilia, la protagonista, cubana radicada en Miami, mujer actual en quien confluyen las historias entrelazadas por el elemento de la pasión. La historia de tres grandes familias que terminan siendo una, se verá marcada por la traición que golpea particularmente a Pablo, vejado y encarcelado por los mismos con quienes colaboró para lograr la revolución y que, como la propia Cecilia, como Daína, termina deseando vivir en una tierra donde no exista Cuba. Irónicamente, en medio de jubilados dioses y duendes, Daína Chaviano pasa por encima de la última utopía cubana: la suposición de que sus revolucionarios deseaban de corazón el bienestar de su pueblo por encima del propio: “La Habana parecía una Pompeya caribeña, destrozada por un Vesubio de proporciones cósmicas. Las calles se hallaban cubiertas de baches que los escasos vehículos –viejos y destartalados- debían ir vadeando si no querían caer en ellos y terminar allí sus días. El sol chamuscaba árboles y jardines. No había césped por ningún sitio. La ciudad estaba inundada de vallas y carteles que llamaban a la guerra, a la destrucción del enemigo y del odio sin cuartel.” Cecilia no es consciente del coro que le revuelve la sangre y la mantiene hipertensa, hasta la noche en que conoce en un bar a una anciana de nombre Amalia que acude en pos de un corazón lo bastante grande para albergar su historia, sus historias. Un bar pareciera poco conveniente para localizar un interlocutor digno de tan privilegiada información, pero de algún modo Amalia sabe que encontrará a una chica capaz de aburrirse en medio de un jolgorio de perfectos cuerpos sudorosos y ansiosa de algo que difícilmente encontrará al fondo de un vaso de whisky o en las largas pestañas de un turista europeo: Cecilia, de oficio periodista, es la persona idónea para que Amalia deposite su legado oral… del mismo modo que Aldo Martínez-Malo, albacea por cierto de la obra de Dulce María Loynaz, como también de las pertenencias de la actriz-cantante Rita Montaner que figura como personaje junto con el pianista Joaquín Nin y Benny Moré, depositó en los hombros de Daína un manto de plata que perteneciera a la legendaria diva. Rita Montaner abrazó los pensamientos y fantasías de Daína del mismo modo que abraza Amalia, abrazada a su vez por la propia Rita, los de Cecilia. El encuentro de la joven con la viejita coincide con una serie de hechos sobrenaturales registrados por algunos habitantes de Miami y cuya investigación ha sido encomendada a la propia Cecilia. El caso va mucho más allá de una casa embrujada pues los fantasmas que la habitan se aparecen con todo y casa, es decir, la casa es asimismo figurativa y se desplaza de lugar. Al principio Cecilia no relacionará estos hechos con su nueva amiga, pero tras involucrarse con el asunto descubre, no sin sorpresa, que las apariciones coinciden con fechas clave para armar una historia de la infamia contra Cuba; fechas que Cecilia conoce al dedillo aunque no sean oficiales, salvo la del 26 de julio, pues las lleva incrustadas en el alma: 1 de enero, 8 de enero, 16 de abril, 19 de abril, 22 de abril, 13 de julio, 13 de agosto, etcétera. ¿Qué relación guardan con las historias de Amalia? Lo cierto es que Amalia guarda una información genética tan rica como la que encierra aquella casa de ensueño: nieta de una española que se entiende con duendes y de una mulata que se deja prostituir por la mismísima Cecilia Valdés que no era tan inocente como nos la hizo creer Cirilo Villaverde, e hija de otra mulata que albergó en su cuerpo el espíritu de la lujuria, exorcizado por el amor y esparcido en cenizas por la isla, narradas por Amalia con Bola de Nieve como fondo. ¿Qué tienen que ver los españoles, con los mulatos y los chinos? Se plantea aquí tres sagas familiares que convergen en una sola persona, Amalia, por cuyas venas corren tres sangres y tres temperamentos… como por las venas de muchos de nosotros mismos que somos, parece decirnos Daína, maravillosamente híbridos y, por ende, mágicos.