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La abolladura de la perla

“(…) Cada ostra era una promesa y una esperanza. Trabajaban febrilmente, abrían la concha y sus dedos expertos hurgaban y palpaban: una morralla, dos, tres, un culantro, una perlita torcida, más morralla, dos, tres, un culantro, una perlita torcida, más morralla, más conchas… Y así todos los días…” (“La perla del mojón”, Universidad Autónoma de Baja California Sur, 1997, p. 68).
Me pregunto si Estela Davis se identificará más con las esquivas perlas que con sus ávidos cazadores, no obstante ser hija de uno de ellos, don Víctor Davis, personaje del relato “La perla del mojón”, incluido en el libro del mismo nombre. En todo caso, no sería como la perla que en el mismo relato es equiparada con un huevo por su dimensión y promete sacar de pobres a los autores del hallazgo… y no lo es porque ser feminista y escritora en una isla como Loreto, frontera de fronteras, es exactamente lo contrario de una perla como la antes descrita: algo indeseable de hallar. Pero a Estela tampoco le da la gana dejarse encontrar, no por cualquiera quiero decir, y su batalla la libra para dar con el lector o lectora que aquilate el valor de su trabajo que va mucho más allá de aspectos temáticos o estéticos, pues Estela es la voz o, mejor aún, el grito silencioso de una isla casi virgen en la literatura mexicana. Estela es, pues, como una perla color ala de mosca, el color más cotizado según los expertos, pero, como la de su relato, con una pequeña abolladura que la salva de ser vorazmente comercializada.
Estela reconoce, sin embargo, que dada la dificultad que representaba ser escritora en su juventud, ¡y en Loreto!, le hizo su lucha por otro lado: “Dibujaba muy bien y me metí a la Academia de San Carlos, en la ciudad de México. Estuve ahí tres años en el taller libre de pintura con el maestro Benjamín Peña Coria. Años después regresé a vivir a mi pueblo con una responsabilidad de trabajo importante. Gerente Distrital de Aeroméxico, la empresa donde trabajé muchos años. Se me acabó la ilusión por la pintura y en cierta forma por la escritura pues con ese cargo no podía escribir sobre política (¡Me hubieran corrido!). Aeroméxico quebró en 1988 y Loreto era un pueblito con muchas necesidades y lo que necesitaba era que alguien las denunciara y a eso me dediqué un buen tiempo. Fue cuando más le dediqué al artículo político o de denuncia, que es lo mismo. Claro que era bastante ingenua y así como en ocasiones se me iba la mano en otras me quedaba corta.” De ahí que aunque Estela haya descubierto su vocación desde la infancia, se haya decidido a publicar por primera vez a los sesenta años, cuando experimentó la fuerza necesaria para decir cuanto quería sin temor a ser censurada (aunque, oh sorprensa, se le censuró de todos modos).
Nacida en Loreto, Baja California Sur, el 29 de marzo de 1935, Estela Davis, según escribe en su novela Cinco días circulares (La visita), pertenece a una de las familias más estimadas y respetadas de la isla. Y según advierto en A sus libertades alas, antología de escritoras sudcalifornianas, entre cuyas compiladoras de encuentra la propia Estela, no es la única escritora de su región que ostenta este apellido: están también la poeta Rebeca Davis Perpulí (1990-1990), tía de Estela, y la académica y ensayista Lorella Castorena Davis, asimismo autora del revelador prólogo de esta antología donde alude a la doble insularidad de las autoras sudcalifornianas: “(…) A lo largo y no tan ancho camino de las letras, las mujeres que escriben han tenido que enfrentar el reto de dar a conocer sus obras a contrapelo del férreo control patriarcal sobre el universo literario (…) La reunión de poetas (nunca jamás poetisas), narradoras y ensayistas en un volumen como el que ahora se prologa, represente un reto de envergadura, visto desde nuestra doble insularidad: la de la cultura encerrada en sí misma y la insularidad que asola a poetas y narradoras que han tenido que enfrentar, saltar y reventar –como las olas que revientan en los muelles – todos los obstáculos para hacerse, por sí mismas y desde su propia insularidad, vuelta palabra, un lugar en la poética y narrativa sudpeninsular (…)” En este sentido, el símil de la escritora como una perla (la cultura encerrada en sí misma) y de la escritura femenina como la ostra que solo es posible abrir con sensibilidad, inteligencia y voluntad de comprender al otro, nunca forzándola, me parece más realista que poética.
Estela fue una niña muy aplicada que arrasó con los primeros lugares de composición literaria en las escuelas donde estudió, “Mi mamá era una gran lectora de novelas y luego nos las contaba adecuando la historia a nuestra edad, eso me acercó al mundo fascinante de la literatura y la ficción”, aunque optó por dejar todo eso cuando se casó, a los 16 años de edad. Entonces emigró durante una temporada a la ciudad de México donde dedicó la mayor parte de su tiempo a criar a cuatro niños, sin dejar de escribir poemas aunque de manera casi clandestina; poemas que, apenas escritos, eran destruidos en un acceso de culpa e inseguridad por su autora. Años más tarde, comenzó a colaborar con cierta periodicidad en la revista Siempre! –“Supongo que le caía en gracia a don José Pagés Llergo, todo lo que le llevaba me lo publicaba, en forma de carta-, y no fue sino hasta la edad madura que se atrevió a publicar poemas en la revista Claudia: “A los 60 años decidí dedicarme a la literatura y con un par de cuentos me inscribí en el taller de literatura de la UABCS, ya viviendo en La Paz. Por suerte me tocó un gran maestro de literatura Publio Octavio Romero y de ese taller nació mi libro “La Perla del Mojón y otros relatos” En complicidad con Lorella Castorena, y las poetas Martha Piña, Anna Rosshandler y Leticia Garriga, Estela se embarcó en la aventura de editar una revista feminista convenientemente bautizada La mala mujer que, sin embargo, y por cuestiones de presupuesto que no de recepción, alcanzó solo un par de números. De este grupo surge el proyecto de la antología A sus libertades alas.
Estela no imaginó terminar convertida en la voz maldita, que forzosamente ha de ser femenina, que inquietaría a más de una ¿buena? conciencia. Seguro les resulta incomprensible, ¿intolerable?, que una señora de tan buena familia, tan bella y elegante, tan chic y de exquisitos modales, se tome atribuciones con la pluma… y es que, acaso siguiendo la premisa woolfiana de escribir olvidando que se es mujer (u hombre), Estela cuelga a la señora de buena familia de algún gancho de su armario y se mete sin aspavientos en el sudor de un pescador, en la mala conciencia de un político corrupto, en la callosidad de un campesino, en el escote de una chica de la vida alegre… y se acoge en ellos con la comodidad que le confiere un abrigo, como si hubiera nacido en otra parte. No tiene empacho, por tanto, en adquirir floridos lenguajes ajenos a su vida cotidiana. Esto le ha valido ser silenciada en más de una ocasión, siendo la más memorable la censura a su cuento “El interlocutor”, incluido en Cuentos de Aquí y de Allá (Colegio de Bachilleres del Estado de Baja California Sur, 2001), y todo porque el diálogo corre a cargo de un borracho que profiere una serie de palabrotas.
Huelga decir que las palabrotas son ofensivas y censuradas solo cuando surgen de la boca o de la pluma de una dama... aunque sea para darle voz a un borracho que difícilmente se expresaría como un gentleman.
La irreverencia en las plumas femeninas que conforman el por hoy Lado B de la literatura mexicana, encuentra su foco “infeccioso” en autoras originarias de la frontera norte, siendo a su vez, paradójicamente, las más expuestas a la censura en sus lugares de origen. Estela tampoco se ha dejado amilanar (cosa que no hubiera podido enfrentar en la tierna juventud, cuando destruía sus propios poemas apenas escribirlos) y sigue produciendo textos en los que la intencionalidad de denuncia es, por fortuna, imperceptible. Estela no vocifera: se limita a reproducir los mundos que tan íntimamente la tocan y preocupan. El feminismo no es columna vertebral de esta obra singular, aunque se perfila en ciertos relatos como el que abre La perla del mojón, “Las mosquetas tuvieron la culpa”, en el que, sin dejar de lado la ironía (¿cómo dejar lo que se trae en las venas?) describe una violación. La protagonista, Enedina, es una mujer que suda, que deja círculos de sudor en sus blusas corrientes y se adorna la cabellera con burdas flores. Es un personaje de carne y hueso, que experimenta deseo sexual y pagará caro el no ceñirse al dictado social de fingir que no lo siente: “(…) Buscó las pequeñas flores entre sus cabellos y no estaban, en su lugar se enredaban “uispuris” de dátil, pedazos de estopa y vástagos secos de las palmas. Tocó sus senos de fuera, los acarició levemente y los cubrió bajo el escote roto (…)” (p. 16). El feminismo de Estela Davis, reconocido por ella misma, no recurre sin embargo a la caricatura del machismo, si acaso a su ironización. Aunque en un ámbito que censura a las escritoras por soltar palabrotas, puede sacarse en conclusión que el machismo es caricatura de sí mismo y la autora se limita a retratarlo.
Los relatos de Estela, tanto los de La perla… como los de Cuentos de Aquí y de Allá, se caracterizan por un casi predominio del talante humorístico; por el muy fresco empleo de regionalismos; por la asombrosa asimilación de diversos hablantes y calós; por la simple voluntad de narrar que sobrepasa la de denunciar y su respeto hacia los elementos clásicos del relato: principio, nudo y desenlace; por la ausencia de obviedad en sus intenciones narrativas y su evidente cercanía con el poder político que le permite exhibirlo como un cuerpo autopsiado. La irreverencia se percibe, insisto, no como recurso intencional sino como algo inherente al temperamento de la autora; algo de lo que no podría prescindir, aunque quisiera… ¡y vaya que lo intenta! Podrá escribir mucho la palabra “solemnidad”, pero no entiende de qué va por ser lo más apartado a su personalidad. La autora no parece concebir la escritura como un arte, aunque esto bien podría ser tan aparente como la ausencia de tragedia o de denuncia. El humor, y hay que hacer hincapié en ello tratándose de Estela Davis, fluye normalmente por su pluma y riega la plana con negros efluvios: “(…) sí lo camelé poniéndole cuidado a la mujer. También ella tuvo la culpa, como digo, ¿pa qué se ponía a dar pecho encima de la gente? Luego se le dormía la criatura y ahí se quedaba como pendeja con la chicha de fuera…” (“El zocato”, La perla…, p. 20).
La práctica política es para Estela Davis una especie de pastorela en la que los actores centrales son los advenedizos, y los políticos, los titiriteros. No obstante, sería difícil afirmar que su novela Cinco días circulares (La visita) (Gobierno del Estado de Baja California Sur, Instituto Sudcaliforniano de Cultura, 2005) es un teatro guiñol dado su realismo costumbrista. Digamos más bien que es parodia de la parodia del tejemaje político de Loreto. Retrata no solo a las autoridades, subordinados, achichincles, oportunistas y resentidos que conforman esta compleja red de corruptelas, sino a la crema y nata de la isla a la que por cierto pertenecen los Davis. Esto es: Estela domina el territorio que su pluma pisa. Su mirada ácida recrea el machismo preponderante en el ejercicio político de nuestro país, y que adquiere tintes carnavalescos en las pequeñas ciudades. Retrata asimismo a las esposas de los detentadores del pequeño poder, quienes sacan tajada de los vicios y crímenes de sus maridos, como sería el caso de Maricarmen, esposa de Santiago Zaragoza, alcalde de Loreto, cuyo cargo le facilita la adquisición de amantillas guapas y jóvenes, eso sí, ninguna fija. Santiago entiende que su afición por las faldas no puede pasar inadvertida para su esposa, que se codea con las chismosas más chismosas de la isla (como ella misma), por lo que pretende resarcir el daño permitiendo a su cónyuge pequeños desfalcos al erario. Santiago Zaragoza es ya un hombre corrompido al momento de arrancar la trama, no así Hilario Quintana, honesto profesor que inicia su “carrera” cornamentando a su mujer y va involucionando en el aspecto moral conforme escalda peldaños en lo profesional. Eso sí: nunca deja de escribir poemitas cursis a hurtadillas y, al contrario de la jovencita Estela, los cajones del delegado rebosan pésima poesía en la que se solaza cuando está solo.
El punto de partida de Cinco días circulares, es el anuncio de un viaje de vacaciones que pretende realizar en presidente de la república, Licenciado Manuel Cortina del Río, a la paradisíaca isla. Su intención es alojarse en la casa de la familia más respetable del lugar, por lo que se inicia una suerte de batalla campal entre los nativos, activada por los desenfadados chismes de las matronas. Los miembros de la oficialía mayor eligen la residencia de la familia Mayoral, provocando con su decisión una crisis entre el matrimonio conformado por Salomón y Chelo, la cual insiste en escaparse de compras a La Paz para derrochar dinero en la adquisición de productos suntuarios, en su afán por quedar bien con tan distinguido huésped. Esta circunstancia, que terminará involucrando al alcalde, al delegado, y hasta a las mujeres y subordinados de estos, por no contar la ocurrencia de los narcos de asolar la región en vísperas de la esperada visita, es narrada con impecable sentido del humor y de la ironía por Estela Davis, quien demuestra hasta qué punto los llamados poderosos son vulnerables respecto a alguien todavía más poderoso que siempre estará por encima de sus intereses y de su cabeza. Finalmente, estos pequeños poderosos son poco menos que alfiles en relación a un Poder Máximo que ni ellos mismos conocen, aunque se manifieste cuando menos se lo esperan: “Sebastián se quedó solo, sentado frente al que había sido su escritorio durante dieciocho meses y sin que pudiera evitarlo le ardieron los ojos. Metió la mano al bolsillo para buscar el pañuelo y en su lugar encontró el sobre que le entregara el oficial mayor. Lo abrió, despacio. Era un cheque por ¡cien millones de pesos! Eso valía su complicidad y su prestigio.” (p. 249).
Estela Davis se considera una escritora fronteriza desde todos sus flancos: “Para empezar pertenezco a una entidad que es de por sí casi una ínsula y el mismo mar de Cortés es la frontera que nos divide del resto del país. Por otra parte con el estado de Baja California y el de California tenemos, desde el punto de vista histórico, un pasado común, y entre más aprendes de historia más lo entiendes así. El que ahora seamos dos entidades peninsulares y una más en Estados Unidos, no quita que en el inicio fuimos una sola y por supuesto Loreto era la Capital. Ambos gobiernos el de México y el de los Estados Unidos han reconocido oficialmente a Loreto como “La Capital Histórica de las Californias” y yo soy de Loreto, pues.” Actualmente, prepara una reunión de todos sus artículos y ensayos históricos sobre Loreto y no deja de asistir a talleres literarios donde trabaja, básicamente, con el género cuentístico.