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Apocalíptica

Para Gabriel Trujillo Muñoz
Pocos autores y pocas autoras pueden presumir de ser polifacéticos como la por hoy injustamente olvidada Gabriela Rábago Palafox, de las voces más transgresoras y originales de la reciente literatura mexicana. Quienes la mantienen muy presente son los cultores y aficionados a la Ciencia Ficción, si bien es frecuente la confusión entre Ciencia Ficción –que en sí misma abarca diversas vertientes- y Fantasía, que no necesariamente van de la mano salvo como géneros subestimados por la crítica literaria que se ejerce en México. El caso concreto de esta autora nacida en la Ciudad de México el 30 de junio de 1950, y muerta en circunstancias no aclaradas a los 46 años, en plena facultad de sus dotes creativas, va mucho, pero mucho más allá de haber incursionado en un género de culto… porque Gabriela –y esto, me temo, no lo han advertido sus escasos críticos –prácticamente metía todos los géneros dentro de una sola novela, si bien la constante es el elemento sobrenatural.
Narradora de largo aliento, dramaturga, guionista… poeta y ensayista dicen que también: sus haikus, al menos, son muestra de su diestro manejo del lenguaje, Gabriela refleja un cúmulo de lecturas y experiencias de las que, insisto, pocos escritores (as) nacionales pueden hacer gala sin caer en la fantochería. Su afán trasgresor, por otra parte, lejos de resultar chocante aporta una frescura inconmensurable a la literatura mexicana. Sus ideologías entre místicas y existencialistas, se dice, hicieron de ella blanco de comentarios de toda laya, pero el hecho es que fue la primera mujer galardonada con el Premio Puebla de Ciencia Ficción, territorio casi exclusivamente masculino, con un cuento clásico del género que ni siquiera se ha publicado en forma de libro: “Pandemia”, que como veremos más adelante resume espléndidamente sus obsesiones literarias. Algunos rasgos coincidentes conectan su narrativa y su dramaturgia a través de una misma médula. De no ser por tan sutiles vínculos serían textos por completo divorciados, salvo los últimos: el mencionado cuento y la novela La muerte alquila un cuarto. Lo anterior nos hace suponer que en dichas obsesiones está la lectura entre líneas de una autobiografía de la cual no disponemos por el momento.
Pero me place imaginar a Gabriela tan sensible a los fantasmas y demás fenómenos paranormales como Octavio, narrador protagonista de Todo ángel es terrible, y uno de los personajes infantiles más desconcertantes que recuerdo… o como Fernanda, posible alter ego y protagonista de La muerte alquila un cuarto, casualmente autora de ciencia ficción que reconoce haber sido una niña asustadiza que disfrutó, como el pequeño Octavio durante sus incursiones al sótano, de la sensación de miedo mientras fue niña. “Jugar a tener miedo”, le llamaba: “Me quedaba dormida antes de poder desembarazarme del miedo. Y al día siguiente aún lo llevaba en jirones colgados de los hombros. Los sentía en la regadera y a la hora de la comida. En la escuela también, sobrepuestos a las tablas de multiplicar y a la orografía de México. Ahora me doy cuenta de que ese miedo, pese a sus proporciones, era un espantajo de cartón. El miedo es otra cosa (…) de niña deambulaba por la casa como un duende, los ojos muy abiertos, buscando algo o alguien que aparentemente siempre se ocultaba en ella. Era un juego infantil en el que la angustia empezó a germinar un día. Nunca supo cual era el objeto de la búsqueda, imaginaba que el amor, la compañía, el fin de la soledad (…)” (Planeta, México, 1991, p.p 131,167).
Cuando Octavio señala que la imaginación no puede ser tan mala puesto que sirve de refugio a la vida, que es tan dura, también me parece escuchar a la autora: “¿Cómo será realmente ser normal?, ¿alguien lo sabe?”, se pregunta, no sin angustia. Se tiene la certeza de no ser normal cuando la mayoría te lo dice a cada rato, pero dudo que el deseo de incorporarse a la llamada normalidad sea tan ardiente como el de imaginar. En una escena casi arquetípica de todo escritor que descubre precozmente su vocación, Octavio narra el momento en que uno de los hermanos maristas de la escuela a la que asiste le confisca su libreta de versos: “El corazón me bate en el pecho mientras aguardo que el maestro lea mis poesías a D´Artagnan, a Robinson Crusoe, a Drácula. Son escritos inocentes y, sin embargo, incomodan al hermano Justino (…) intenta advertirme a donde me puede conducir una afición que, espera, se habrá iniciado recientemente, de modo que no habré compuesto más tonterías. Me acojo a esa esperanza y no le hablo de la historia que escribí acerca de un monstruo que se hace invisible, ni menciono el relato de la criatura que vivía en una ciénaga (…)” (Todo ángel es terrible, Martín Casillas Editores, México, 1981, p. 55).
Todo ángel es terrible es la primera novela de Gabriela Rábago Palafox, escrita gracias a una beca del Centro Mexicano de Escritores entre 1979-1980. Para entonces, la escritora de poco menos de treinta años ha cursado la escuela normal, aunque no se especifica si llegó a ejercer el magisterio pues desde 1974 se desempeña como periodista cultural en diversos medios. En 1977 obtiene el Premio Nacional de Cuento para Niños Juan de la Cabada con el libro Relatos de la ciudad sin dueño (Editorial Concepto, 1980). La contratapa de La muerte alquila un cuarto, nos hace revelaciones aún más interesantes que pudieran ayudarnos a seguir armando el perfil biográfico de esta autora: nació en San Pedro de los Pinos en una casa embrujada que ya no existe (Octavio vive también en un lugar plegado de espíritus). En 1981 rechazó la beca de la Internacional Writing Program de la Universidad de Iowa, se nos dice, ¡por razones amorosas y apego al sol! Su mayor contento, continúa, es tener como maestra espiritual a la heredera de un antiguo linaje hindú. Se va desvelando la mujer espiritual e idealista que debió ser. La gente que la conoció coincide en que era “buena gente” y me han contado una serie de leyendas de tipo doméstico que no vale la pena reproducir porque con unas cuantas pinceladas, Gabriela ha revelado mucho más de sí misma que cualquier anécdota.
Aunque no sea propiamente de Ciencia Ficción, Todo ángel… se desarrolla en los límites de la realidad y la fantasía. Narrada por un adulto que recuerda un episodio particularmente doloroso de su infancia, el instante previo a su orfandad –se dirige a alguien en especial cuya identidad jamás conoceremos pero que, indudablemente, es su amante-, esta novela recrea como pocas, acaso como ninguna, la intimidad de un niño y nos hace ver que la inocencia no necesariamente es inocua y que la gente tiende a subestimar a los niños en ese sentido. La infancia puede ser un infierno. La inocencia, bomba de tiempo. Un niño inocente puede encerrar secretos aterradores que ni siquiera es capaz de expresar. La inocencia, dice en alguna parte, se pierde y ni cuenta te das. Se te cae de las manos y nunca regresa. Es como morir. Octavio, además de inocente, es tierno, pero una serie de circunstancias (la convalecencia de la madre embarazada por séptima ocasión, la desaparición del padre, las extrañas pruebas de hombría que suelen imponerse los niños), despierta en él un instinto de destrucción que nada parece capaz de frenar. Empieza por matar a la tortura de Andrés, luego a la gata preñada de Jorge y ni uno ni otro sospechan de él –aunque de principio a fin se alude a la mirada rara de Octavio). Quemará los bigotes de la nueva mascota de Andrés, un hamster, pero lo deja ir antes de matarlo. Andrés empieza a sospechar del hermanito escuálido y enfermizo, pero su extraña relación con un chico norteamericano de nombre Bill, cuya madre es, a todas luces, ninfómana, desvía su atención del aparente culpable de la muerte y desaparición de sus mascotas. ¿Pierde la inocencia Octavio cuando azota contra el suelo a Soponcio, la tortuga?... ¿Cuándo estrangula a la gata Carina, acción que, afirma, le produce una mezcla de placer y tristeza? (la descripción de la gama de emociones del niño al ejecutar la vileza es en verdad impresionante)… ¿Cuándo sorprende a su hermano en pleno intercambio erótico con Bill? El primer contacto de Octavio con el sexo, que no representa aún problema para él, se efectúa a través de este descubrimiento que encuentra grotesco… pero no por tratarse de dos hombres. Lo mismo hubiera dado que sorprendiera a su hermano con, por ejemplo, la madre de Bill (con quien, nos enteraremos más tarde, Andrés ha tenido relaciones también), pero intuye que esto en particular mataría al abuelo materno, quien de momento ocupa el lugar de la figura paterna, y procede a chantajear a su hermano: o le entrega su anillo o le dirá todo al abuelo. Quizá sea aquí donde Octavio pierde de verdad la inocencia… el principio de su degradación, como la nombra él. Hacer el mal con conciencia absoluta. Es con el soborno que se estrena como adulto. Pero las cosas no paran ahí: Octavio llegará a lastimar de forma irremediable a su hermano mayor. No puede decirse que ame a Andrés, tampoco que lo odie. Es posible que Octavio desee matar simbólicamente lo que odia, lo que no quiere ser: y en medio de su íntimo drama está la diaria convivencia con los espectros: “El día que hablé con mi madre acerca de las ancianas, creyó que le contaba una fantasía. En la casa de a lado, dijo, no vivía ninguna anciana (habían vivido unas, pero muchos años atrás: mi madre lo averiguó después). Tuve el presentimiento de que eran fantasmas. Lo confirmé la siguiente vez que las observé: una de ellas se volvió hacia mí – a pesar de que yo creía estar bien oculto –y agitó levemente una mano, en señal de saludo. Me sonrió y sus labios se movieron para decirme algo: las palabras secretas que unen su mundo con el nuestro (…) Por un instante creí que moriría de miedo y felicidad.” (p.p 40 y 41).
La primera novela de Gabriela Rábago Palafox tiene mucho de fantástica, pero también, y al igual que La muerte alquila un cuarto, mucho de novela negra. Gabriela denota gran oficio para el suspense, aunque he de reconocer que el desenlace de Todo ángel es terrible no obedece a las expectativas creadas ya que el adulto sosegado en que se convirtió el angustiado Octavio dice que simplemente dejó de torturar animales y ahora se encuentra en la disyuntiva de ir o no a recibir al aeropuerto a su hermano Andrés que ahora vive en España, al que no ha visto desde hace muchos años pero que seguramente ostentará en la cara la marca de los tijeretazos. Quizá lo más conveniente sería irse a Cuernavaca, dice a su amante. Tras casi estrangularnos con el angustioso relato del niño homicida que desfigura a su propio hermano; de la familia trágicamente escindida por la muerte casi simultánea de la madre y del abuelo y la necesidad de que cada niño vaya con una familia distinta, cierra con un discurso de talante frívolo. No por ello, aclaro, Todo ángel… deja de ser una gran novela, en especial gracias a la vigorosa belleza de la prosa de Gabriela.
En La muerte alquila un cuarto, lo único decepcionante es el título. Nada más. Se trata de un espléndido ejercicio narrativo donde tienen cabida la Ciencia Ficción, la fantasía y la trama policíaca. A Gabriela se la da esta mezcolanza insólita. Con toda naturalidad conviven la cotidianidad de una pareja de amantes (el fotógrafo Míquel y la escritora Fernanda), con la novela que ella escribe sobre un científico que descubre, durante un viaje intergaláctico, una extraña planta violácea que al llevársela consigo empieza a ejercer sobre su persona unos raros efectos rejuvenecedores que, se presiente, pueden no ser tan benéficos como parecen. Está también la historia de horror que discurre bajo sus pies, habitantes de una “romántica” vecindad de la ciudad de México, frente a un colegio de señoritas, muy afectas por cierto a espiar a los vecinos, y en forzada convivencia con una pintoresca familia de gitanos. Con quienes llevan una relación más estrecha es con otras tres parejas: unos artistas llamados Saltiel y Marlina; Jacobo y Rafael y África y Beatriz. El clima de convivencia comienza a enturbiarse tras el asesinato de Marlina, la pintora. Todo parece indicar que fue un accidente: una bomba molotov le ha golpeado la cabeza durante una gresca en El Chopo, pero Jacobo, principalmente, está convencido de que fue un asesinato. ¿Por qué? ¿Por quién? Uno a uno empiezan a morir o a sufrir atentados los inquilinos próximos a Marlina y de entrada todo el asunto pareciera tener una explicación supersticiosa: la furia de la diosa Ixtab. Según los chinos, piensa Fernanda, la sabiduría consiste en saber compartir un exiguo espacio con varios, pero al parecer no se puede tener control sobre el ánimo de los demás: “La otra noche oí en la televisión que hay dos efectos determinantes para las neurosis urbanas –terció Rafael -: la falta de sol y la reducción del espacio vital. Para poder sentirse libre, cada ser humano necesita un mínimo de once metros cuadrados, y en esta ciudad sólo disponemos de dos punto cinco. Además, no podemos asolearnos, por eso vamos adquiriendo este color de ampolla o de pañal meado, como diría mi abuela.” (p. 110).
La muerte alquila un cuarto es la suma de las obsesiones de Gabriela, pero también una denuncia contra la discriminación que sufren dos sectores en particular: los homosexuales y los enfermos de sida, de las constantes en la narrativa de Gabriela y tema asimismo del cuento de ficción especulativa “Pandemia”, publicado en el primer número de ¡Nanual! (1995), fanzine que es casi leyenda en el medio de la Ciencia Ficción mexicana pese a solo haber alcanzado seis números. Jamás se publicó en libro. En 1988, año en que el citado texto resultó premiado, al sida se le consideraba una plaga apocalíptica, y es así como la aborda Gabriela en su poético texto. “Pandemia” nos habla de un mortífero virus que poco a poco ha ido despoblando el planeta y cuyas primeras víctimas fueron homosexuales y prostitutas, aunque no tarda en alcanzar también a los niños y a las amas de casa. Las características del virus HIV, HTLV/ III o LAV, coinciden plenamente con las del sida. Y si bien la gente insiste en considerar que se trata de un castigo divino equivalente a la destrucción de Sodoma y Gomorra, una pareja de lesbianas ha adoptado sin dificultad a una niña gitana. Lo importante, se dice en el relato, es que los huérfanos no deambulen por la calle, no se puede exigir demasiado a quienes están dispuestos a hacerse cargo de ellos. El sida, la homosexualidad, los niños gitanos, el gay entrañable de cabello teñido de rubio, como el de Jacobo y Rafael. Lo importante es vivir el momento, pareciera decir Elisa ante la visión de una camarera que le recuerda a la Simonetta de Botticelli y semejante premisa pareciera ser también la de la pareja conformada por Fernanda y Míquel en La muerte…: la duda asalta a Fernanda después de haber curado la herida en la cabeza de Rafael, luego que este ha sido asaltado a la puerta de su departamento. ¿Y si….? Se lo plantea a su amante. A principios de la década de los 90 todavía se veía en los homosexuales el principal grupo de riesgo: “Los médicos habían sido amables con él, pero le preguntaron si tenía sida y lo ofendieron al atenderle las heridas con la doble protección de guantes quirúrgicos encimados. Lo devolvieron a sus amigos, al mundo de los asaltos impunes, con una tira de aspirinas en el bolsillo y una especie de red en la cabeza que descubría ostentosamente las orejas, antes apenas vislumbradas.” (p. 139). Nunca sabremos si Rafael era portador del virus, ni si transmitió el mal a Fernanda quien a su vez lo transmitiría a Míquel, y en realidad no importa. Pero el sida es, en medio de la fantasía, la nave del doctor Maclovius y los crímenes inexplicables, un trozo de la terrible realidad de nuestro tiempo. La denuncia social está presente en la narrativa completa de Gabriela, como en otro de sus relatos célebres, de título “Resurrección”, donde aborda una sociedad en la que el cristianismo ha sido erradicado, publicado en la primera antología de ciencia ficción mexicana, Más allá de lo imaginado, de Federico Schaffler (Tierra Adentro, 1991): un niño resucita sin proponérselo dicha doctrina a través de esculturas macabras. Nos hace ver al cristianismo, el fabricado por los hombres, el que enaltece la automutilación y la sangre, como algo terrible, contrario al genuino cristianismo. El sida, como el cristianismo mal entendido, no es castigo divino sino consecuencia de la irresponsabilidad de los propios seres humanos. Tal era la obsesión de Gabriela con dichos elementos que no ha faltado quien sugiera que fueron la causa de su desprendimiento repentino de este mundo. Ante su irremediable pérdida física, lo que importa no es la especulación sino recobrar su literatura y ubicarla en el sitio que merece.
Post mortem se incluyó un cuento de su autoría, “La pluma de Bartolomé”, en la antología Ginecoides (las hembras de los androides) (Lumen, 2003) donde figura también otra autora mexicana poco valorada: la tamaulipeca Olga Fresnillo, también ganadora del Premio Puebla en 1992 y más apegada al concepto tradicional de Ciencia Ficción.
Lee íntegro el cuento Pandemia