Este blog se actualiza quincenalmente

Muerden las palabras

…déjenme aquí letrificada
E.

¿Hasta qué punto el cuerpo puede volverse cárcel del poeta? Estela Alicia López Lomas, a quien de aquí en adelante llamaremos sencillamente “Esalí”, es dorada jaula ambulante que encierra un pájaro dispuesto a morir de extenuación, de tanto cantar. Del otro lado de una larga cabellera dorada, enormes ojos en perpetuo asombro, andar sinuoso y hermosamente torpe, hay un canto intermitente que le brota por los poros, que le fluye por la voz, se le abulta en las sienes y fluye hasta sus dedos. Impensable que este canto caminante haya cursado la carrera de contabilidad… ¿cómo conjugar números y poesía? ¿Cómo estar ante una libreta balance y no cubrirla de versos? Ella misma reconoce en la curiosa carta personal al editor de su novela El hombre de la lluvia (Edamex, 1991) que este reproduce íntegra en un arranque pocas veces visto de enamoramiento por la autora a quien solo conoce de obra y foto, haberlo hecho por imperativo paternal, pues, decía su padre: “la mujer es para el hogar, dinero echado a la basura el gastado en la universidad”. Fue el último esfuerzo de la bella muchacha rubia para incorporarse al mundo de los (que se creen) vivos, “hacer algo de provecho, ¡huevona!”. Pero ahí tenemos a Esalí confundida con el horizonte, contemplando lo que los demás llaman árbol, nube o verano pero a los que ella ha puesto nombres distintos, porque sí: “Ávida leía etiquetas, letreros, anuncios en las esquinas. “¡Mocosa taruga, a ver si te fijas por dónde vas!” era lo más frecuente al tropezar en las banquetas, o de plano dar con los flacos huesos en el pavimento (…) Cada palabra era disuelto y saboreada lentamente, chupándose el sentido interno. La divertían y llenaban más que los caramelos que pronto lo único que dejaban era una sed de todos los… ángeles (no se valía mencionar al demonio ni de chiste, ¿Quién aseguraba que no se diese una asomadita donde era nombrado?)” (“Chomolungma”, Chomolungma, Instituto de Cultura de Baja California, Premio Estatal de Literatura, 1990).
Nacida el 31 de marzo de 1944 en Tlaquepaque, Jalisco, mientras Europa ardía con los primeros bombazos de la Segunda Guerra Mundial, “Era viernes –rememora Esalí, soñadora, distraída: recogida la dorada melena a manera de corona- UNA BALA: en casa enclavada a media cuadra de El Parián, un pariente tras tequilera noche de insomnio llevándole serenata a una ingrata, a medio patio jugando su pistolita, escapó tiro, atravesó la puerta de la recámara, fue a incrustarse en la cabecera, la bala, a milímetros del cráneo de la aún no parturienta que andaba en vísperas de nacerme –y qué más hube de hacer, sino salir a berridos preguntando los porqués de tan rumoroso estruendo. Sendas nalgadas recibió la preguntona que creció callo: ¿perder la maña de preguntar? Callará su mitote el gallo y dejará de cantar la grulla antes de que calle yo. Pero aún así: piel chinita y sobresalto a visión de cualquier arma, y más que los soldaditos, los borrachos por más pacíficos me infunden pánico…” Tras la balacera que la propia niña reproduciría a perpetuidad en su incontenible curiosidad inmune a las reatas mojadas, Esalí y la familia se trasladaron en 1957 a Tijuana donde la ambición por ascender la cima de las palabras se volvería casi una pesadilla para quienes rodeaban a este ángel de pasmadas alas y petrificadas trenzas. “La niña se perdió. No la encontré por ningún lado. La que salió del pueblo fue destejiendo su envoltura hasta quedar en esto: una mujer que ve un letrero a la entrada de la ciudad:
ESTA USTED ENTRANDO A TIJUANA
200,000 HABITANTES
“Ellos se fueron en dirección al norte –prosigue Esalí- .Continuaron su éxodo más allá de los sueños. Yo empezaba los míos después de haberme muerto. Tijuana, quizá me diera un rostro.” Solo unos ojos ávidos de estrellas son capaces de extraer pulpa a un fruto que generalmente hace sangrar las encías de quienes le hincan el diente. Dice Roberto Cantú, especialista en la obra de Esalí: “(…) encuentra en Tijuana las condiciones necesarias para cruzar fronteras, incorporar literaturas de otros países, renovar el lenguaje poético y posponer una reflexión sobre el quehacer artístico en el contexto de la historia mundial –particularmente la moderna- con sus tres constantes: el terror totalitario, la violencia y los breves momentos de comprensión humana.” Pero a Esalí la consume el dolor de no pertenecer a ningún lugar, pues en Tijuana “dicen que no existo, que no me conocen, que no me quieren…” De cualquier forma, y ella lo sabe, no podría vivir sin dolor; sin su querido, leal y maravilloso dolor que sí, podría matarla, pero también la impulsa a escribir, la azuza y anima, como a las maravillosas escritoras a quien rinde homenaje en el más curioso ensayo que recuerdo haber leído: Laberinto sin retorno (Ensayo centenario 1889-1989), que participó en un certamen local y mereció solo una mención… no porque a los jurados los prejuiciara la heterodoxa estructura del ensayo, escrito casi totalmente en verso, sino por ser tan doloroso, “además conviene no hablar tanto del suicidio”. Justamente indignada por tan curioso juicio, Esalí saca una edición casera de este bellísimo texto que honra a infinidad de autoras, suicidas o que han tocado el tema del suicidio, algunas desconocidas para nosotros y traducidas por Esalí en persona: “Terrible debe de ser la agonía de la muerte encerrada en la insondable entraña pariendo pensamientos cuyo estertor y parto producen una muerte distinta…”
Aludiendo a Harry Polkinhorn, antologador junto con Mark Weiss de Across the line/ Al otro lado (San Duego, Junction Press, 2002), quien describe la poesía bajacaliforniana como un mapa de la imaginación trazado en circunstancias extremas, Cantú redunda sobre la extraordinaria poesía de Esalí: “(…) Para los que hemos vivido en Tijuana la escritura de Esalí representa un cruce de fronteras con pleno dominio del idioma vecino (recordemos las jitanjáforas de Lewis Carroll en el poemario Alicia en la cárcel de las maravillas), o una crítica oblicua pero inteligible al racismo angloamericano (por ejemplo, el antisemitismo de Ezra Pound en El último monolito de la noche).” Lograr esto que parece más un milagro que una hazaña, requirió, sí, un considerable número de arbitrarias lecturas a las que, sin embargo, la poeta logró relacionar y hasta crearles una genealogía. Pero ni esta titánica labor hubiera encontrado cauce sin las vivencias que la animaron: “Reclamos en plena calle, en el súper, en la iglesia, pero con peores palabras “Dile al tal por cual de tu marido que si no me paga lo refundo en la cárcel!”, “El señor es mi exmarido, yo nada sé de sus deudas”, “Pero cuando vivías con él bien que tragabas de lo mucho que debía”, y el teléfono que timbra porque lo siguen buscando, y la amiga que dejaste de ver en años: “No sabía que eras tan mala, que abandonar tu marido después de gastarle todo!” ¿yo?, ¿gastarle yo algo a él?, si jamás quiso dar gasto, él llevaba del mercado lo que había de cocinarle, yo que hipotequé la casa por salvarlo de la cárcel y luego perdí la casa al vencerse la hipoteca (escondido en alguna parte, él –compasión el pobre hombre- perdida cordura a las deudas, que ocasionó la devaluación, y el edificio de dos pisos que se llevó los ahorros al derrumbar los cimientos el mar, y las deudas impagables, y acreedores a granel tras quien no supo qué hacer, y yo perdida la casa, y él con la socia preñada, y yo, y los hijos, y el derrumbe y el sacerdote amigo: “Váyanse de aquí!, por dignidad, es un verdadero escándalo, la gente de la colonia voltea la cara al pasar frente a la que fue su casa por no verla, por amor de Dios!, váyanse!” Ir, a dónde… él ya vivía con ella… y yo… y los hijos casándose a la premura de huir, al inminente naufragio… y el naufragio duró años… y yo adentro de la casa resistiendo, resistiendo… hasta que me echaron fuera al ulular de patrullas cuando sacaban los muebles a la calle… y…y…” La elocuencia de Esalí no requiere mayores explicaciones: la poesía se negaba a abandonarla. Se quedó en medio de la calle junto con ella, cobijándola de la vergüenza. Fue más fiel a la poeta que el marido (que se empeñó en destruir sus papeles), que sus amigos, que sus hijos… que Dios…
Todavía más extraordinario (¿más todavía?) es el hecho de que Esalí, la señora Esalí que seguía luciendo como una princesa de cuento aún en medio de la calle, transformara tantísimo dolor en alegría. Su dolor, porque por lo pronto hablaremos de su dolor, suyo, no el de sus alter egos poéticos, está ahí: leíble, palpable, llorable. Pero no es un regodeo, no una autohagiografía, no un lamento: es plena aceptación del mismo traducible en dulce ironía… sí, dije bien, Esalí sabe ironizar con dulzura, como cuando el vino amargo te produce apretar la sonrisa: “(…) quiero matar a los señores de la guerra/ a los que me encerraron desde niña los que me pusieron/ candados en la boca y no he nacido para desgastarme en odios/ sería darles el cetro del viento y yo soy la guardiana/ de mi soplo que crece desmedido en su prisión/ mejor quiero estar loca enhojecida así mi lengua al dios/ no de los medios ni la muerte al dios que está/ en el pájaro cantando en la garganta!...) (Alicia en la cárcel de las maravillas, Semanario de Cultura Mexicana, Corresponsalía Tijuana, 2006). La poeta se da el lujo, excepcional, de autoparodiarse en tanto poeta y parodiar con ello su propio dolor, y eso causa un efecto contrario al esperado: duele. Esalí duele encabronadamente porque se burla con ternura. Nada más lejano de la autocompasión que este dolor hermoso que invade al lector como un grito de luz. Corrijo: el lenguaje luce total y absolutamente subordinado a la princesa. Se sabe instrumento en manos de quien mueve la rueca en busca del huso que la hará dormir cien años y asume casi con vanidad su función. Esalí, más que poeta y menos que princesa, es una auténtica domadora en el majestuoso circo de la poesía, ataviada de luces y máscaras, y si no me creen:

… no me rompas no me rompas
déjame viva soy Alicia la que dejaron ayer emparsexada
en un maltropo aquí entre estas letras
en el país del llanto junto al ogro sintáctico sin dueño.

La poesía entera de Esalí es un neologismo. Equilibrismo que termina con la poeta erguida en la delgadísima liana, sin el más leve temblor de inseguridad… si acaso un inaudible castañeo de dientes. El lector escucha el rumor de los platillos y al terminar la pirueta, explosión de aplausos. Esalí realiza el salto mortal con sus propias vivencias: juega despiadada con sus emociones… se arranca el corazón para ofrendarlo, palpitante, arrancándoselo de paso a las palabras. Pero, hasta eso, la poeta parece solicitar humildemente permiso a los niños de Aushwitz para jugar con ellos al dolor, tal hace en El fuego tras el espejo (Premio Nacional de Poesía Tijuana 2000, Col. Los Lauríferos, No. 2, Instituto Municipal de Arte y Cultura, 2002) donde desde la dedicatoria, una lista interrumpida del millón y medio de infantes masacrados durante el holocausto –minuto de silencio- parece decir: “Tú hazme caso, solo a través de la ironía podemos lograr que el dolor penetre…” “(…) Estos ojos no lloraban al desprendérsele las piernas/ a las muñecas viejas/ Y los brazos y la cabeza hasta no quedar/ nada que pinchar/ con el dedo/ Meñique con la aguja de zurcir/rota de llorar porque no hay compostura/ Posible no la hay/ y enterrar las muñecas de trapo junto al gato que se/ Ha muerto de tristeza y no llorar. (p. 51).
Pero es con El último monolito de la noche (Col. Poesía, CONACULTA, CECUT, 2004) que Esalí alcanza la cima de la belleza y de su arte poética. Tras partirse en un millón y medio de niños masacrados y convertirse en celestial coro, accede a que Ezra Pound se manifieste, en todo rigor y esplendor, a través del pájaro de su garganta. Mejor médium no se pudo encontrar don Ezra para explicar sus anómalas simpatías. Es, como afirma Cantú, una muy íntima relectura de la poesía de Ezra Pound: “mover la piedra laberíntica/ esta pesada letra en el letargo/ labrar a efervescencia cada átomo/ a epifanía el flaco aleph-omega/mientras vivo: no/ asciendo y me trasciendo/ muerto no habrá quien me detenga.” (XXIV, p. 34). El oficio de escritor es el tema medular de estos cantos épicos. Un escritor enfrentado, como la propia a Esalí, al mundo, a una calle, a una vida que se niega a devolverle su reflejo y que en la escritura tiene su último recurso para reconciliarse con su cuerpo. Un aullido de libertad permea todo: como bien decía Benito (Mussolini), la libertad no es un derecho sino un deber, independientemente de los métodos para llevarla a cabo, y la poeta lleva hasta el delirio la máxima del duce hasta convencernos de que no es ella quien habla sino el poeta “deshabitado de la luz”: “aquí en esta prisión el elemento de tortura/ es ocultarle al escritor/ las herramientas/ (no saben que las guardo/ en el bolsillo/ del árbol que me guarda/ todo entero/ -sepulta la razón en la raíz/ ¡allí no me hallarán!/ ¡los he engañado!)” (CXXXIII, p.p 92 y 93).
Al ser Esalí voz de la Otredad, como bien la definiera Cantú, no solo habla desde la mujer que es su mujer sino desde Las Mujeres y desde cualquiera que sea otro. Su narrativa, mucho más breve que su vasta obra poética, es sin embargo igualmente transgresora y regida por los mismos intereses estéticos y vitales, empezando por el hecho de que Esalí desconoce frontera alguna entre poesía y prosa. En su novela Terramara (Editorial Vandalay, Culiacán, Sinaloa, 2004), recrea una frontera simbólica y simbiótica respecto a la voz narrativa que es la voz de la tierra y por ende polifónica, resaltando los aspectos míticos que enraízan a Tijuana con México no obstante su proximidad con el american dream. Con todo y ser voz de Tijuana; la prestidigitadora que amarra castellano e inglés con un listón rosado, Esalí opta por retornar a su origen; útero primigenio de su imaginación: “Para ésta y todas las vidas… that you begin / Where passing I leave off... ¡Bendito exilio y bendita tierra! que me llevó de bruces a rescatar del suelo el rostro, la verdad que busca el alma en el rincón oscuro de la casa, a donde vuelve la mirada, en busca de la última palabra que será la primera -donde el Alfa vuelve a su Omega. Y saber que ya ha sido dicho todo, y que nada hay nuevo bajo el sol…Y que a cada alma le llega su momento de decir lo que está bien lo que está mal, para enmendar –no a Dios- la plana manchada de café…”