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Borrachera de ángeles

La más sorprendida de que llamen escritora a Patricia Laurent Kullick, es la propia Patricia. Tuvo todo en contra para desarrollar una actividad intelectual y hoy ni siquiera se desvive por escribir, "soy muy huevona", confiesa con simplicidad engañosa. Es como si la escritura la atosigara... como Santiago a la heroína de su novela, El camino de Santiago (Era, 2003). Vamos, ¿cuántos se acercan a la literatura, ya no digamos a la escritura, siendo una entre quince hermanos, amontonados en dos cuartitos, en medio de una colonia marginal sin pavimentar como era la Paraíso de Monterrey en los 70? Me remite a la narradora de su bello cuento “Donovan en el 68”, incluido en sus dos libros de cuentos, Esa y otras ciudades (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1991) e Infancia y otros horrores” (Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León, col. Árido reino, 1991): “Donovan, en cambio, un año antes que Dios, provocó en mi cuaderno de óvalos mis primeras letras. No quiero decir que Donovan fuera como Dios. El decir o escribir Donovan no es sinónimo de lluvia en septiembre.” Cuenta a David Páez que no leyó un libro completo antes de los 14 años, incluso incurrió en el "sacrilegio" de escribir antes que adquirir el hábito de la lectura. Tras leer sus cuentos, pero muy particularmente la novela antes citada, resulta difícil de creer que alguien que se sigue reconociendo mala lectora y muy floja para escribir haya escrito una obra sencillamente genial como El camino del Santiago sobre el que ha dicho la crítica croata Diana Palaversich: “(…) deconstruye cínicamente el guión amoroso socialmente condicionado y repetido tantas veces hasta volverse absurdo (…) al rechazar toda noción de una identidad especial y estable de la mujer, Laurent constata, junto con Butler y los postmodernistas, que todas las identidades son preformativas y en buena medida farsantes (…)” (“La crisis del género y la política del cuerpo”, De Macondo a McOndo (Plaza & Valdés, 2005, p.p 117 y 119). El comentario de Palaversich sobre la novela de Patricia sirve asimismo para hacernos una idea de la autora en lo personal. Escuchémoslo de sus propios labios: “Siempre me ando metiendo en pedos mesiánicos, servicios comunitarios, curación, rituales de fuego y peyote, presentaciones y compromisos literarios de hueva absoluta que luego me causan depresión.” Esta es Patricia Laurent-Kullick, una auténtica “psys” como los de su cuento “Las vacaciones de Furgano” (Infancia y otros horrores), sensibles al roce de los ángeles y por lo mismo, susceptibles a la locura. Su desventaja respecto a los ángeles es que ignoran que lo son: “Otros llegan, nacen y no pueden con la esencia extranjera de la Tierra. Mueren ebrios. Mueren desangrados. Mueren de pura melancolía”.
Cuando se le brinda la oportunidad de asistir a la universidad, Patricia elige la carrera más lejana de las letras que pueda uno concebir: ingeniería. Para entonces su afición por la escritura parecía haberse evaporado junto con sus primeros cuadernos de óvalos, luego resurgió con ímpetu al cumplir 21 años, no gracias a la lectura de algún libro trascendente como pudiera suponerse sino viendo actuar a unos mimos en un café. Apenas limpió sus lágrimas que eran de risa pero también de pena, corrió en busca de un nuevo cuaderno de óvalos. Lo que pudo haber aniquilado definitivamente su incipiente vocación, fue su primera traumática incursión en un taller literario. Cuenta a Páez: "Todo mundo me dijo que qué bueno que te dedicas a otra cosa, que tienes otro oficio, que estás estudiando ingeniería y la madre, porque este cuento tuyo es un mugrero." ¿Cómo, pues, pudo esta alta y rubia mujer apodada Valkiria, nacida en Tamaulipas en febrero de 1962 pero avecindada en Nuevo León, escribir semejante portento? El trayecto que hubo de recorrer El camino... para ser publicado en editorial Era, sería tema de otra novela: gana primero un certamen local, el Nuevo León de Literatura 1999 y la publica el Fondo Estatal de la Cultura y las Artes de Nuevo León en una muy decorosa edición. Sin embargo, al ser una edición local pocos tuvimos la fortuna de descubrirla en su momento, en mi caso, gracias a una gentileza de Eduardo Antonio Parra. A tal grado me cautivó este librito que le dediqué una entusiasta reseña en el número 379 del extinto semanario Etcétera, en la que, entre otras cosas, aplaudí: "un hilo narrativo que el lector persigue con el empeño de un gato tras el estambre, una estructura verbal que resuelve magistralmente sus audaces giros y un cuadro de personajes que asaltarán al lector durante el sueño."
El camino... cae en manos de un traductor canadiense llamado Geoff Hargraves, quien la obtiene a través de un amigo que ni siquiera conoce personalmente a Patricia pero que se enamoró, como tantos otros, de su prosa tan hiperreal como dormir en la arena mojada, como lo es su autora que asegura hacerle mucho caso a sus sueños, demasiado: “hay amantes que acuñan la moneda del delirio”, me dice. Hargraves, traductor de Fabio Morabito, Juan Villoro y Carmen Boullosa, reconoce el valor de lo que tiene entre manos. La traduce al inglés y despierta el interés de cuatro editoriales. "Entonces no fui yo quien vendió el libro; el libro se vendió a sí mismo por su manifiesta calidad e impuso un record, hasta donde sé, para libros traducidos." La coloca finalmente en la editorial londinense Peter Owen. Con todo, asegura Patricia estar muy preocupada porque un tarotista le dijo que no sería reconocida en México sino hasta dentro de veinte años… ¿le creemos?
Todo lo anterior explica lo asombroso del caso Laurent Kullick, una escritora que nunca quiso serlo, ni se preparó para ello, y escribe sus libros de cuentos, ambos hermosos y delirantes, convencida de que lo que su trabajo no vale gran cosa. Todavía hoy dice rotunda: "No me voy a poner a no vivir la vida con mi esposo, con mi niña por escribir sobre la vida, mi intención es simplemente vivir, darme cuenta de las cosas, seguir observando, no es tanto encerrarme a escribir la novela que va a cambiar las pinches letras del universo." En contraste con esta declaración de independencia con respecto a su vocación, afirma Bernardo Xáuregui: "Esta mujer ha escrito varios de los cuentos más hermosos de las últimas décadas de la literatura mexicana."
Una segunda lectura de El camino de Santiago, me revela aspectos que enriquecen la primera que centré en la esquizofrenia de la protagonista. Me deja la sensación de una autobiografía en clave -"el tesoro de la nostalgia expuesto al óxido del lenguaje", p. 78- y la de Santiago, el ser que habita a la mujer, el narrador alterno, como ese "algo" que bien pudiera ser el loco llamado de la escritura, extraordinariamente parecido al enamoramiento. Como Patricia, la protagonista estudia ingeniería y un buen día opta por perderse en el mundo, concretamente Europa, y topa con circunstancias para nada ajenas a la vida de cualquier mujer pero que en su caso se manifiestan con la pirotecnia de la hiperrealidad. Naturalmente, las cosas son más complicadas de lo que he dado a entender: Lo extraordinario es ese no perder nada de vista, la poética sordidez (si fuera válido el término) casi inédita en la literatura mexicana. "Pasional, ardoroso, con un toque de brutalidad, Vicente presume sus dotes físicas. Se olvida de mí y se entrega a sí mismo, viéndose en los espejos. No tiene la menor intención de reconocer mis contornos y complejidades." (p. 29). Como se verá no se persigue el lucimiento lingüistico pero al ser tan tajante, al dotar de admirable capacidad perceptiva, propia de los esquizofrénicos a su narradora, no idealiza el acto amoroso sino que lo plantea con crudeza. El amor, en la narrativa de Patricia y no solo en esta novela, es crudo, monstruoso casi.
La protagonista de El camino de Santiago que omite su nombre, vive inmersa en el rechazo que inspira a unos y la fascinación que despierta en otros, como ocurre a los seres excepcionales, los que la miran más allá de los diamantes (como los que le obsequia Vicente) o de ronchas repulsivas (como las de Cuco). Obsesionada, oh ironía, con la lógica, la personaje es una enferma social por decir en público lo que se le exige callar. Su debatirse entre la parte masculina de su ser, Santiago, y la femenina, Mina, mucho más escurridiza, le permite ver al mundo con oportuna desconfianza; la lleva, siendo niña, a conceder sus primeras sensaciones eróticas a un paletero que la intercepta camino a la escuela y a contemplar compasiva el acceso de vómito del español Cuco sobre su plato de sopa. Lo absurdo y lo escatológico cruzan de continuo en personajes como el de la muchacha tratando de resucitar a un gato devorado por los gusanos. En su análisis sobre la obra cuentística de Patricia en el libro Ocho ensayos sobre narrativa femenina de Nuevo León (Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León, 2006), Hugo Valdés ha hincapié en lo que determina su estética: la inusual confabulación de lo fantástico con la introspección y el irrefrenable impulso de violentar la estructura misma del texto. Y todo esto lo logra Patricia con asombroso, insólito manejo del lenguaje. Manejo casi quirúrgico en el que cada palabra juega una función decisiva. Es por ello que El camino de Santiago se paladea más que leerse, como los mejores cuentos de Cortázar.
Actualmente, Patricia Laurent Kullick se encuentra en otra fase de escapatoria del mundo al lado de su hija en la Riviera Maya, enseñando a niños indígenas de primaria y concretando su segunda novela provisionalmente titulada Los apóstoles en la mesa de siempre de un VIPS a veinte minutos de Playa del Carmen. “Monterrey es mi madre gordota y siempre la querré”, afirma, aunque podría decir también como el narrador del desgarrador cuento “Esta y otras ciudades”, incluida en el libro de mismo nombre, se refugia de Monterrey, “Esta ciudad indigesta me pertenece por completo. Me la he comido y me hizo mucho mal, la llevo atragantada, hiriéndome siempre…”