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Una dama seria muy seria

A la izquierda: Jane y Truman Capote


Jane Auer es un personaje raro, casi extraterrestre. Su forma de ser, de sentir, de pensar, de amar… ¡sobre todo de escribir, sobre todo! No se parece a nada, ni a nadie. No es siquiera excéntrica, solo diferente. Sus fotografías parecen captar esa rareza: nunca es la misma, es muchas, un auténtico camaleón. Cuando Paul Bowles (1910-1999) la descubrió en 1937, durante un partido de futbol en Harlem, ella tenía seis años de haber sufrido una aparatosa caída de un caballo que pareció desarrollar la tuberculosis de su rodilla derecha… y eso, sin contar las innumerables cirugías fallidas hacían parecer la grotesca cojera de Jane como un milagro: ¡la pierna seguía ahí! Pequeña hasta el asombro, menuda, casi diáfana, de cortos rizos rebeldes, hondos ojos negros y ancha casi obscena sonrisa, el duendecillo debe haber seducido al prometedor escritor, más conocido entonces como compositor (llegó a trabajar con Aaron Copland), con su brutal intelecto, sí, pero sobre todo con esa clase de relatos que solo una muchacha que ha pasado la vida entre hoteles baratos y hospitales de toda laya es capaz de narrar: “Cuando se es capaz de mantener con la escritura una actitud tan seria y meditada como la mía –quizá debería decir solemne-, resulta casi superior a lo soportable el estar dudando continuamente de la propia sinceridad, que es como dudar del producto que se hace”, escribiría a principios de agosto de 1947, al que ya era su esposo desde hacía nueve años (Cartas, Instroducción y notas de Millicent Dillon, traducción de José Manuel Palancares, Grijalbo, Mondadori, Col. El espejo de tinta, 1991).
Hija de Sydney Auer y Clair Stajer Auer, ciudadanos comunes, la futura Jane Bowles nació el 22 de ferbero de 1917 en Nueva York, ciudad a la que volvería una y otra vez, en especial después de la muerte de su padre en 1930, que las había llevado a ella y a su madre a vivir en Long Island. El Hotel de Croyden sería el hogar fijo de la niña de trece años, lugar donde iniciaría sus aventuras con mujeres de la vida alegre, aunque al descubrir las diversiones de su hija, Clair decide que se muden al Hyde Park. Durante aquel trance Jane asistiría a la escuela pública Julia Richman, en Manhattan. Aunque parezca raro, dada su rala producción literario y su declarado terror a la página en blanco, Jane escribía desde pequeña y sus inéditos, que hizo desaparecer, eran mucho más abundantes que la obra publicada: una novela, Dos damas muy serias, un libro de relatos que hizo delirar al mismísimo Truman Capote, Placeres sencillos, y la obra teatral En la casa de verano que se estrenaría en Broadway diez años después de escrita, en 1953. Existe, sin embargo, copia de una novela de infancia de la autora que inspira el mito de Peatón, en edición casera. Jane concretaría la que sería su obra completa entre los 20 y los 30 años de edad. Cuando en 1938 se casó con Bowles al que, sobre todo, admiraba como artista, y tras una prolongada luna de miel por América Central y Francia, el par de trotamundos se estableció en una granja de Woodrow Road, en Staten Island, donde el futuro autor de la bellísima novela El cielo protector trabajó en una ópera titulada Denmark Vesey al tiempo que Jane comenzaba Dos damas muy serias, y que terminaría en Taxco, México, en 1940 y sería publicada por Knopf, en 1943. Esta novela, paradójicamente, estuvo a punto de arruinar su carrera al tiempo que hacía exclamar a Tennessee Williams: “¡Mi libro favorito! Para mí no hay novela moderna más susceptible de convertirse en un clásico.” Jane, sin embargo, acometida por críticos que consideraban su novela un galimatías y el denso silencio posterior que haría a su editor aparentar que nunca había publicado semejante libro, moriría convencida de haber escrito solo bodrios: “Yo nunca he recibido una carta de nadie en cuanto a “Placeres prohibidos” –se queja amargamente ante su esposo a quien cariñosa apoda Bubble, Bupple o simplemente Bup -, o el primer acto de mi obra, o mis pequeñas narraciones (“Un idilio en Guatemala” y “Un día al aire libre”) y Partisan review se habría reído de mi trabajo. Eso no me preocupa profundamente, pero me doy cuenta de que, en realidad, no tengo una carrera, tanto si trabajo como si no, y de que nunca he tenido.”
Aunque los Bowles permanecieron casados hasta la prematura muerte de Jane, y Paul se encargó de pasarle religiosamente a su veleidosa mujer, sus caminos se separaron justo en Taxco, en 1938, donde Jane conoció a Helvetia Perkins, divorciada de cuarenta y tantos años que prácticamente se la llevó a vivir a su granja en East Montpellier, Vermont. Paul, incluso, llegaría a pasar algunos días con ellas y los tres viajarían juntos hasta Canadá. Es sabido, sin embargo, que el propio Bowles tenía tendencias homosexuales, no del todo claras. Las costumbres sexuales de Jane han tenido lo bastante ocupados a los historiadores de la literatura para reparar en las de su cónyuge.
Si bien Jane asegura que “trata de distanciarse demasiado (sic) de su propia experiencia” para escribir, lo cual no le resulta divertido, la circunstancia de su encuentro con Helvetia remite inevitablemente a Dos damas muy serias, donde las mujeres parecen carecer de raíces, de afectos profundos, y mudan continuamente de país, de casa y de compañeros. ¿Tiene la señora Copperfield, que durante un viaje a Panamá planta a su guapo y exitoso marido para quedarse en el cuartucho de hotel de una prostituta, algo que ver con Jane? (aunque se parece también a la señorita Gamelon, quien se muda sin decir agua va con la señorita Goering) El hecho es que a partir de de este momento, Jane dará rienda suelta a su orientación lesbiana, cosa que no parece sorprender demasiado a Paul, como tampoco al señor Copperfield que simplemente le dice a su esposa lo que bien pudo haberle dicho Bowles a Jane: “El primer sufrimiento se lleva a cuestas como un imán en el pecho, porque de él procede toda ternura. En necesario que lo lleves durante toda tu vida, pero no des vueltas a tu alrededor (…) Gracias a Dios, un barco que zarpa del puerto todavía es un espectáculo maravilloso.” (Dos damas muy serias, Compactos Anagrama, traducción de Lali Gubern, Barcelona, 1999, prólogo de Truman Capote).
No obstante alcanzar momentos de gran belleza, las cartas de Jane pueden sacar de quicio: son interminables listas de lamentos. Pueden ser, incluso, mezquinas. Le atormenta el éxito de Carson McCullers, a quien considera una autora poco seria… también que alguien pueda amarla mientras, está segura, a ella nadie la amará jamás. Su complejo de inferioridad respecto a su cada vez más celebrado esposo, la traiciona una y otra vez, como cuando Bowles se refiere en forma despectiva a la que sería su obra maestra, El cielo protector, rechazada en esos días por la prestigiada editorial Doubleday, Jane le responde: ¿y qué me dejas a mí? No, no era falsa modestia: Jane estaba sinceramente convencida de su falta de talento, por lo que sobresale su irreprimible impulso de continuar escribiendo, aunque para paliar su terror a la página blanca ingiera drogas y alcohol sin control: “Estoy ansiosa de volver a mi novela, a pesar de todo eso, pero probablemente se debe a que llevo un tiempo sin trabajar en ella y es posible que cuando empiece de nuevo vuelva a sentir un desánimo interno y un aburrimiento, comparado con el cual sería una fruslería cualquier orgullo herido.” Jane, de hecho, atribuía su reincidencia más a su gusto por padecer, que la orillaría a una brutal relación con Cherifa, una marroquí analfabeta que empezó siendo su sirvienta y terminó explotándola sin piedad que a una genuina vocación para la pluma. “En realidad, escribir nunca es fácil –la justificaría amorosamente su fan número uno, Capote -; por si alguien no lo sabe, es el trabajo más duro que hay; y para Jane creo que es difícil al punto de ser doloroso…”
En realidad, Jane parecía incapacitada para un placer duradero, habituada a lo efímero, y ello se refleja nítidamente en Dos damas…, que como nunca volvió literal el lugar común de “creó un mundo personal”. Solo Jane, tan ajena a las bellezas de este mundo, tan ensimismada en su trágica vida interior, pudo crear este mundo brutalmente despojado de hipocresía, que no de etiqueta (sus personajes son sumamente formales), lo cual, lejos de constituir un crimen estético, hace de Jane Bowles una autora totalmente adelantada a su época. En la introducción de la edición española de la autoría de Francine DuPlessing, sin embargo, se hace hincapié en una característica que no logro percibir: la llama una de las primeras novelas lésbicas, lo cual resulta irrelevante en vista de que las relaciones interféminas son por completo asexuadas, que no inocentes. Lo verdaderamente destacable es la libertad casi metafísica de las heroínas, impersonalmente nombradas señora Copperfield y señorita Goering, tan dependientes y ansiosas de agradar sin embargo, como percibimos a la propia Jane. Su discurso real puede ser tan ridículamente sumiso como el de sus millonarias heroínas: “Acudo tres veces a la semana a casa de Cherifa, con vino y comida –le escribe a Libby Holman desde Tánger, en diciembre de 1948 -. Ella es mi hermana. Entre ella y Tetum se reparten todos mis pañuelos, la mayor parte de mi dinero y mi reloj, y ahora llevo a Cherifa al médico dos veces a la semana (…) Le he prometido a ella una capa (djellaba) para el Mouloud, y unos zapatos. No me importa lo más mínimo caer bien a causa de mi dinero (…) Tengo la sensación de haberlo hecho todo mal, absolutamente todo, pero quizá, de cualquier modo, suceda algo bonito (…)” La diferencia de Jane con respecto al mundo, consiste en que ella dice completamente en serio lo que los demás suelen decir en broma. Es un ser enfermo de solemnidad pero con el ingenio necesario para hacer parecer divertido ese rasgo que podría resultar odioso. Podría decir, ridículamente aferrada a la civilidad. “(…) Sabía que no iba a ser feliz porque únicamente los sueños de los locos se convierten en realidad. Sabía que únicamente le interesaba reproducir de nuevo su sueño, pero conseguirlo significaba necesariamente convertirse en víctima absoluta de una pesadilla.” (Dos damas.., p. 128).
Jane no radicaría definitivamente en Marruecos, lugar al que paradójicamente se rehusaba a ir en un principio y cuyo único atractivo consistía en sus reencuentros con Cherifa, su explotadora, aunque, según le reveló a Pilar Adón, Jane creía que Cherifa la tenía embrujada pues alguien le dijo que había encontrado un mechón de su cabello en una de las macetas de la casa, “¡Es una mujer de carácter!, pero no le gusta que cuente que fue la primera musulmana que se dejó ver en jeans en un mercado.” A través de los Bowles, sin embargo, Tánger se convertiría en rincón consuetudinario de escritores como Tennessee Williams, Truman Capote, Gertrude Stein, Christopher Isherwood y William Burroughs, de quienes Jane y Paul serían anfitriones. Mejor esto que la piedad, parecía decir la americana. Vería dignamente representadas varias obras suyas, aunque no logró concluir su segunda novela, En el mundo exterior, que según los entendidos estaba destinada a ser su obra maestra. Jane volvería a narrar dos historias paralelas: la de Emmy Moore, como ella misma, mujer de mediana edad y sin hijos, inducida por su esposo, Paul (no más ni menos) a recluirse en un hotel de una pequeña ciudad para dedicarse a escribir. Emma naturalmente se distraerá, como la propia Jane, flirteando en bares de lesbianas. La otra es la de Andrew McLain, tímido travesti que se enamora de un violento soldado. Por desgracia, tras un ataque de apoplejía en 1957, Jane perdería gran parte de sus facultades, incluso casi toda la visión. Dos damas muy serias no se reeditaría sino hasta 1965, en Inglaterra. En 1966 se publicará en E.U Las obras completas de Jane Bowles. Y justo cuando el mundo empieza a reconocerla, Jane pierde la poca razón que le queda y es recluida en un psiquiátrico de Málaga, siempre acompañada de Bowles que incluso le ha perdonado que cediera la propiedad de Tánger a Cherifa. Todavía en 1969 los Bowles volverán a Tánger, aunque cuatro meses después, tras un ataque de hipertensión, Jane será recluida en la Clínica de los Ángeles, de Málaga, de donde no saldrá ya por su propio pie, semi inválida y ciega. Muere el 4 de mayo de 1973.