Este blog se actualiza quincenalmente

La gamberra de la Rive Gauche


En la foto, de izquierda a derecha: Guy Debord, Michèle Bernstein y Asgern Jorn

“¿Cómo es que a una chica joven y guapa como Michèle le gusta aparentar que es un gamberro fugado de una correccional?”, puso el grito en el cielo un muy católico Francois Mauriac, fascinado a pesar suyo, luego de leer Todos los caballos del rey (Anagrama, Barcelona, 2006, traducción de María Teresa Gallego Urrutia), de la novel escritora de veintiocho años, Michèle Bernstein, mejor conocida como la mujer del filósofo, escritor y cineasta Guy Debord (1931-1994), feroz crítico de la comercialización de Kart Marx y George Lukàcs y fundador de la Internacional Situacionista, movimiento artístico fundado en 1957, encaminado al desvío y la descomposición del producto artístico en sí, con lo que se pretende buscarle nuevos sentidos al arte convencional y recuperar lo sublime, según lo explica Asgern Jorn (1931-1994), cineasta, artista plástico, “el mejor de los pintores”, lo denomina la propia Michèle, co fundador de este movimiento, “los elementos del pasado deben ser investidos de nuevo o desaparecer. El desvío se revela así en primer lugar como negación de la organización del valor anterior de la expresión. Surge y se refuerza cada vez más en el periodo histórico de descomposición de la expresión artística (…)” Quienes aceptaban esta suerte de apostolado que sus miembros comparaban con un partido político, miraban en el quehacer artístico una especie de laboratorio, de culto al futuro: desvío y modificación. Debord lo explica de la siguiente manera: “Las ideas mejoran. El significado de palabras participa en la mejora. El plagio es necesario. El progreso lo implica. Abraza la frase de un autor, haz uso de sus expresiones, borra una idea falsa y sustitúyela por la idea derecha”. El situacionismo explota asimismo el concepto de vida como acumulación inmensa de espectáculos. Este movimiento, hay que decirlo, se considera uno de los catalizadores ideológicos de la revolución de 1968, en París. En la Internacional Situacionista se mantuvo fija apenas una docena de miembros y las expulsiones estaban a la orden del día: bastaba citar a Camus, elogiar a Aragon o interesarse por el surrealismo para ser echado sin el menor miramiento. Entre los expulsados figurarían el novelista español Juan Goytisolo y la propia Michèle, cuando se atrevió a cantar el himno israelí (de seguro con toda la intención de ser expulsada).
La propia Michèle llegaría a ser la figura clave de este movimiento gracias esta novela publicada en 1960 y que llegó a parecer condenada al olvido, quizá debido a su aparente condición efímera, hasta que en 2004, Editions Allia decide darla a conocer a las nuevas generaciones. Todos los caballos… es probablemente el último hito de la estética situacionista que, como veremos más adelante, es susceptible de confundirse con otras corrientes como la noveau roman y el surrealismo. Huelga decir que si bien la crítica insiste en evocar a Debord como el máximo instigador de esto que para él fue más un estilo de vida que una vertiente artística, la única que lo puso en práctica a través de la narrativa fue su mujer quien, según se explica en la nueva edición de este clásico maldito, escribió Todos los caballos… con el propósito de convertirse en best seller, no obstante contener una devastadora crítica contra los mismos, y llenar con sus ganancias las entonces exiguas arcas de la Internacional Situacionista. No obstante lo anterior hubo de efectuar un verdadero peregrinaje por las editoriales parisinas. Gallimard y la Table Ronde le dieron un rotundo NO. La Julliard le dio una esperanza. La única condición que ponía Francois Nourissier, el editor, era eliminar “ese odioso pasaje de Hèlene”, a lo que Michèle respondió con un desplante típico de un situacionista: rebautizó al personaje como Virgine. De hecho, en la edición española, acaso pretendiendo fidelidad absoluta a la original, conserva una errata en la que Hèlene aparece como “Virgine” (p. 86). Michèle implicita con esto su negación a exiliar al personaje, lo cual, ya leída la novela, no puede uno sino aplaudir. Nourissier, enfadado, se rehusó a publicar la novela. Finalmente aparecerá bajo el sello Buchet/ Chastel.
La propia autora describiría su obra, entre lánguidas fumadas y encogimiento de hombros: “Bah, no es más que un argumento pobre que se desarrolla en forma complaciente en la Rive Gauche y en la Costa Azul, entre interminables borracheras.” Las reseñas comerciales la describirían, con mayor efectividad, como una suerte de versión pop de Las relaciones peligrosas, donde Michèle, como la perversa Madame de Merteuil tiene por pasatiempo jugar con los sentimientos de las doncellas. Se le comparo asimismo con Francoise Sagan (Michèle asegura haber intentado imitarla y aceptó ser lanzada como la nueva Francoise Sagan) quien, hay que decirlo, parece inocente comparada con Michèle.
Nacida en 1932, en París –“Como cada vez que regreso, me admiré de cuánto amo París. Nunca he podido cruzar un puente sin congratularme por haber nacido aquí”, hija del connotado librero Michel Bernstein, Michèle vivía con Guy en un hotel de la Rue Racine, pareja terror de los muelles del Sena, siendo ambos hijos de familias burguesas. A decir de Juan Goytisolo, que tenía 22 años cuando los conoció en el café Old Navy del bulevar de Saint Michel de París, en el cuarto de la despeinada pareja reinaba un desorden extremo: “(…) libros, periódicos, prendas de vestir, botellas de vino o cerveza vacías cubrían la moqueta y el gran lecho. Aunque era mediodía acababan de despertarse y permanecían en cama risueños y juguetones, como después de una noche de alegres festejos.” Agrega que tanto Michèle como Guy eran ateos, paganos, cínicos y divertidos. Los nombres de Gide, Malraux o Camus les producían una sonrisa tierna. A decir de sus allegados, Michèle no hace sino reflejar su propia y heterodoxa realidad de buhardillas y cuartuchos de hotel en la que sería la primera de dos novelas únicas: Genevèive, la narradora, es su alter ego, mientras que Gilles, el marido de la protagonista, no es otro que Guy, a quien está dedicada. Al igual que la Merteuil y su cómplice, Valmont, esta pareja se complace en relatarse sus mutuas canalladas. Juegan con la pequeña Carole, una adolescente andrógina, como arañas con la mosca. Pudiera decirse que Gilles despliega sus dotes de seductor sobre las quinceañeras con el único propósito de brindarle un espectáculo a su joven esposa de inclinaciones lésbicas. Genevèive, no obstante, se aburre demasiado rápido y tras arrullar un rato a su muñeca nueva marcha en pos de emociones varias mientras su marido se cansa de jugar a la casita. Una vez que Gilles ha quedado harto y abandona sin previo aviso la escena del crimen, la nena en turno correrá en pos de la tierna y comprensiva esposa de su amante, seguro refugio a sus cuitas: “El amor conyugal no suele tener buena reputación. O, si hubiera sido ya más mujer habría entablado una de esas luchas que, en los libros, concluyen con melancólicos comentarios acerca de la perennidad de los trópicos y la nostalgia de los cariños prohibidos. La situación no era tan nueva.” (p. 35).
Por aburrimiento más que otra cosa, Genevèive termina liándose con Bertrand, apuesto poeta, algo más joven que ella, con quien vive un amorío, que no aventura (ella sabe distinguir perfectamente una cosa de la otra), durante la cual Bertrand le confesará un amor no correspondido hacia Hèlene, adusta aristócrata. Cuando Hèlene le es presentada, Genevèive se propone seducirla, misión mucho más sencilla de lo que imagina: Hèlene está verdaderamente ansiosa de caer en brazos de Genevèive. Al advertir esta situación, Bertrand queda moralmente destruido: las dos mujeres que adora sostienen un “amorío” que lo excluye por completo. Pero no así a Gilles: “¡Lo hice por ti!”, argüirá Geneviève, dispuesta a incorporarlo: “(…) A nuestro trío, que agradaba visto desde fuera, le faltaba la cohesión interna que hace que duren las relaciones, o permite las amistades. En el interior de esas fronteras, nada parecía de verdad.” (p. 127). La pareja de Genevèive y Gilles, indestructible pese a las múltiples aventuras que cada uno corre por su cuenta, parece empeñado en rodearse de amigos e invitados con la única finalidad de desbaratar estos grupos externos a ellos. En la destrucción de relaciones paralelas a la suya encuentran una curiosa forma de realización, más bien, de resurrección. Tras la destrucción de cuanto les rodea no pueden sino abrazarse entre risas, admirados de haber recobrado su preciada intimidad.
Como en la noveau roman, jamás conoceremos de verdad a los personajes; no existe perfil psicológico ni justificación para sus actos, marcados por un fuerte apetito de destrucción. Se dejan de lado los antecedentes de la pareja; ni siquiera sabremos qué hacen para subsistir, si bien ambos podrían responder al unísono: “paseo, nada más paseo”; el propósito central parece ser el de socavar los valores tradicionales, ponerlos en tela de juicio, exhibirlos con lujo de crueldad, lo cual mucho tiene que ver con el llamado “situacionismo” y su teoría del espectáculo como clave de la alienación social. Los personajes no permiten que las cosas sucedan…ellos propician todas las situaciones, acorralan a sus co-actores como gatos al ratón, los enfrentan, los retan: “(…) somos personajes de novela- dice Gilles con un guiño –Y, además, vosotros y yo hablamos con frases escuetas. Hay incluso en nosotros algo a medio acabar. Eso es lo que pasa en las novelas. No se contempla todo. Hay una regla del juego. Así que nuestra vida es tan previsible como las novelas.” (p. 99).
Michèle escribiría una segunda novela, sin las repercusiones de la primera: La nuit (1961), que parodia abiertamente a la noveau roman. Termina mudándose a Inglaterra con el pintor Ralph Rumney (1934-2002), otro artista situacionista. En su texto de 1958, “Ninguna clemencia inútil”, Michèle señala que como situacionista no se pueden admitir relaciones inofensivas y que si bien un proyecto como el emprendido por ellos exige la amistad de sus miembros, este no es un valor que prevalezca a la hora de incorporar nuevos miembros pues ello significaría “una suma de debilidades”. Su popularidad se debe principalmente a la crónica literaria que durante 15 años escribió para el diario Liberátion. Guy Debord, quien se casaría posteriormente con la francoindochina Alice Becker-Ho, se suicidó en el 30 de noviembre de 1994. Michéle está hoy retirada.