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La asesina de Platón

Aunque belga de nacimiento (Bruselas, 1951) e hija de belgas, Chantal Maillard es de las escritoras que más estima y venera al castellano en que está escrita toda su obra: filósofa y poeta, combinación nada habitual, confabula además la faceta filosófica con la poética, lo que hace de ella una autora muy particular, sobre todo si se le ubica en la escena de las letras españolas, mucho más compenetradas con la novela, y lo que ha llevado a ciertos críticos a sugerir que su escritura está “muy alejada –por contradictorio que parezca- de lo que da en llamarse literatura.
La hoy doctora en filosofía pura recuerda haber sido feliz hasta los siete años de edad, a partir de su descubrimiento del dolor, cuando empezó a percibirse como molestia para un padre que nunca fungió como tal y para una madre y una abuela profesionistas que no podían hacerse cargo de ella, así como el traslado a una España todavía franquista, en 1963, después, donde se le recluyó en un internado religioso donde se censuró la algarabía de sus juegos. Ante la forzada convivencia con el silencio, que de tan denso adquirió jerarquía de personaje para la entonces adolescente, Chantal canalizó su expresividad a través de la escritura donde su voz estalló a manera de poemas. Dicha experiencia está siendo consignada en un diario que piensa titular Bélgica: “El diario es la búsqueda del destello de la memoria que te sitúa de pronto en un lugar o una experiencia que no acabas de ver, no tienes la imagen. En ese charquito de agua lo que había era gozo, un gozo que sólo puede tener el niño, antes del pensamiento, del juicio y del lenguaje. ¿Qué es el rojo antes de saber que el rojo se dice rojo y empieza a perder color con la palabra? Es lo que era el rojo para esa niña que se quedaba mirándolo durante yo no sé el tiempo. La experiencia en intensidad, no en tiempo. La Chantal niña tenía muchas cosas de éstas porque como hija única y a menudo sola fue desarrollando esa percepción.”, declara en entrevista para El País.
“En régimen carcelario belga –continúa la poeta- escribí mi primera novela, tenía 12 años, era de capa y espada. Entre los 13 y 14 años escribí una novel social. Lo tiré todo, los cientos de poemas, las canciones, todo. Pero el año pasado, en Bélgica, volví a encontrar a un amigo de infancia que vino con un ejemplar de mi primera novela.” Su primer libro de poesía, La otra orilla, con el que ganaría el premio Juan Sierra, se publicaría hasta 1982 y el género novelístico no figura entre sus intereses actuales.
A los catorce ya tenía escritas dos novelas y más de cien poemas, aunque en la actualidad se le reconoce como filósofa, conocedora de la estética y el pensamiento oriental y, sobre todo, como poeta. La tristeza, ha concluido, es el peor pecado de Occidente: “El modo poético es receptivo, y el filosófico requiere la indagación, y la actitud en filosofía es voluntariosa, mientras que la poesía requiere un decaimiento de la voluntad. Yo pretendo ligar una y otra porque participo de ambas. Lo que no se puede hacer es filosofía cuando se hace poesía ni poesía cuando se hace filosofía, eso descartado.”
Lo que se lee en Matar a Platón, sin embargo (TusQuets, Nuevos textos sagrados, 2004) es, sin temor a equivocarme, de las más elevadas manifestaciones de la literatura, no sólo por la efectividad con que logra una poesía cimentada en la reflexión filosófica, algo que parece no sólo extravagante sino además, terriblemente difícil por la dificultad que entraña (conservar la esencia de la poesía y la pureza de una idea al mismo tiempo; no permitir que la metáfora sepulte al concepto y viceversa: hacerlas convivir en santa paz), como constata en la segunda parte del libro que se titula “Escribir”, la autora está sumamente compenetrada con el ejercicio literario. Pero vayamos por partes: el título que engloba la obra, engañosamente breve (el lector debe concederle más de dos lecturas a este universo preso en 89 páginas), es por demás sugestivo en particular viniendo de una doctora en Filosofía, profesora titular de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad de Málaga. ¿Qué es, concretamente, lo sugerido en el título y, más aún, en el contenido del poema que parece regodearse en un acontecimiento escatológico que transcurre junto con unas notas al pie que, a manera de relato, explican el origen de la concepción de dicho poema que es, justamente, matar a Platón, ¿por qué? Platón despreciaba el arte por considerarlo una mentira, una alteración de la realidad y de las ideas. “Censuró a Homero porque permitía la metamorfosis, el llanto de los héroes y la risa de los dioses”, explica Chantal, y de alguna forma se rebela a este concepto largamente pensado y repensado, superponiendo su propio espejo, reflejo de una realidad cruel donde los seres humanos reaccionan al dolor ajeno con indiferencia, cuando no con asco: “Pero alguien me detiene./ Me exhorta a serle fiel/ a lo escrito. Sospecho que usted leyó a Platón/ y comparte su amor por los espejos:/ el verso ha de ser copia exacta y fidedigna/ de no sé sabe qué realidad verdadera.” (p. 20) ¿Puede alguien, aunque sea el mismísimo Platón, asegurar tajantemente qué es real y qué no? Lo cierto es que al virtuoso griego nunca se le ocurrió suponer que el arte pudiera ser reflejo de una realidad individual; que la realidad no es una sino tantas y tan paradójicas como individuos pululan en la Tierra, porque, de cierto, la visión de la poeta que presencia un accidente de tránsito, punto de partida a su afán por matar metafóricamente a Platón, no es la misma que la de los otros personajes involucrados con dicho accidente o “acontecimiento”, siguiendo lo establecido por G. Deleuze en sendos epígrafes. La poeta encierra, en un magnífico poema épico regido por la búsqueda de la realidad en el arte o viceversa, muy apegada a la estética india con la que Chantal se identifica plenamente, como se verá en los siguientes versos, el dolor de una muerte violenta como si de un cuadro se tratara, sin escatimar sangre, vísceras y orfandades: El instante de la muerte violenta, dicen los hindúes, es tan fugaz y tan eterna como la imagen impresa en la memoria: “El infinito es el dolor/ de la razón que asalta nuestro cuerpo./ No existe en infinito, pero sí el instante:/ abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido;/ en él un gesto se hace eterno.”
“Escribir”, segunda parte del libro que nos ocupa, es en realidad un libro independiente. Autora de una decena de ensayos filosóficos, entre los que destacaría María Zambrano y lo divino (Diputación Provincial de Málaga, 1era edición, 1990), del que pueden leerse extractos en Internet, Chantal entiende el acto de la creación escrita como una búsqueda introspectiva a la vez que como un recurso para introducirse en la psique y el alma de otros seres humanos: “escribir/ todas las muertes son mi muerte/ mi grito es el de todos/ y no hay consentimiento/ escribir” (p. 76). El poema impregnado de una mística meticulosamente estudiada y puesta en práctica, sugiere la soledad y una cierta gozosa resignación del escribiente que acepta convertirse en recipiente del dolor que implica renunciar al privilegio de vendarse los ojos. El compromiso de la escritora, parece decirnos, es abrirse como flor al sufrimiento propio y al de los demás, admitirlo, aceptarlo, comprenderlo, adjetivarlo... jamás digerirlo, porque la rebeldía en la condición nata del artista. Pero lo más asombroso de “Escribir” es que sea un poema y no un extensísimo ensayo el que logre encerrar lo inefablemente desgarrador y placentero de la creación literaria: “porque el héroe se hace con el miedo/ sobre todo su miedo/ a partir de su miedo/ se hace héroe el héroe/ ahuecando el miedo/ y llenándolo de acción/ para entumecerlo/ haciendo tiempo en lo hermoso/ haciendo tiempo en lo vivo/ yo no soy ningún héroe/ yo sólo escribo/ para colmar la distancia/ entre el miedo y yo.” (p. 81).
La búsqueda continúa en Hilos (Tusquets, Nuevos textos sagrados, 2007), cuyo título dista de ser metafórico. Los hilos de estos poemas están ahí, sosteniendo en vilo cada palabra para impedir que caiga de lleno en la poesía o en la filosofía. La temática, que aparentemente dista de ser lo que tenemos por “poética”, se aproxima mucho más al terreno de la filosofía: es el tratamiento poético lo que genialmente tuerce el camino de estos tratados filosóficos que abordan temas tan complejos como las funciones corporales y lo que de bárbaro y primitivo conllevan y por lo mismo nos permiten seguir siendo humanos a pesar del liderazgo del raciocinio; la oposición entre el yo y el mí que definitivamente entrañan significantes distintos, complementarios pero opuestos pues el mí derrama lágrimas mientras el yo se plantea la causa y posible solución de ese llanto: el mí, para empezar, no necesariamente implica la primera persona que el yo impone. Propicia en cambio ese desdoblamiento entre el mí y el yo, escinde al sujeto en dos personas (la espiritual, que es el mí, y la intelectual, que es el yo); el salirse de uno mismo que es el parapeto del mí y del yo, la máscara que los unifica y mirar desde el cuerpo las necesidades de ambos que las más de las veces entran en pugna. ¿Sería válido hablar de “poesía del inconsciente”?, ¿del abajo más que del adentro?: “Yo soy (…) Tan sólida que apenas me sostengo/ en el umbral mientras escribo./ Así pues (…) El teme embebe/ al mí que se despliega imaginando.” (p. 43). Esta dualidad, esta facultad de dividirse en dos e identificar plenamente la esencia de ambos, lleva a la poeta a autonalizarse a través de su arma primaria que es el lenguaje escrito. En Hilos, Chantal invita a su lector a reconocerse en su autointerrogatorio que opone al mí y al yo. El mí se manifiesta generalmente como balbuceo porque todo él es lenguaje, mientras que el yo, signo, requiere del mí para existir a través de las palabras que lo justifican. El yo de Chantal Maillard es un yo huérfano, en perpetua búsqueda de sí mismo a través del mí que es el lenguaje: “(…) Decir yo./ Cumplirse en la escritura.” (p. 48).
El yo suspendido de Chantal, reafirmándose en la escritura del mí, busca reafirmarse en la escritura y no pone en reparos en indagar hasta en sus propias heces a las que denomina “lo más cálido de mí”. Cuando se regodea en las funciones fisiológicas del cuerpo que contiene al yo y al mí, Chantal pareciera estar enviando uno de dos mensajes, ambos equívocos: el primero que su intención no es invitar a la recreación estética sino a una reflexión tan profunda como lo permita el cuerpo; el segundo: la inversión de lo anterior. En algún poema, incluso, parece adelantarse a los críticos que pudieran considerar aberrante que la poesía sirva de vehículo a la negación de la poesía misma y del poeta como ente espiritual: “¿Qué haremos del poema sin metáfora?/ del verso despojado de su naturaleza/ de su afición al desvarío y su grandilocuencia?” (p. 141)
Hay que señalar que la escisión entre el mí y el yo no refiere a un conflicto de orden filosófico sino a una dolorosa vivencia que orilla a la poeta a buscar a otro dentro de sí misma: una enfermedad y el suicidio de su hijo, tema del que prefiere no hablar porque todo está dicho ya en Hilos.
Chantal Maillard figura en la antología Las poetas de la búsqueda (Zaragoza, Libros del Innombrable, 2002) preparada por el poeta y ensayista español Jaime Parra, del cual, el crítico José Corredor Mateos ha dicho algo que parece aplicarse específicamente a la poesía de Chantal, haciendo referencia al eterno debate sobre la realidad de una “literatura femenina”: “cuando se profundiza, cuando el poeta trata de responder a las preguntas esenciales, el lenguaje termina siendo el mismo.” Parra, por su parte, define la poesía de búsqueda de la siguiente manera: “Camino, travesía, pérdida, encuentro, viajes iniciáticos, transformaciones alquímicas del yo (...) y el contexto en el que se desarrolla esta poesía, sería el de “la poesía otra”.
Residente en Málaga con largas temporadas en Benarés, India, en cuya universidad cursó la especialización en religiones de la India, nacionalizada española desde 1968, Chantal Maillard colabora con críticas de filosofía, estética y pensamiento oriental en el diario El país. Ha incursionado en la prosa poética con Filosofía de los días críticos. Diarios 1996-1998 y Benarés (2001). Entre sus ensayos destacan La creación como metáfora (1992), La sabiduría como estética. Conducionismo, taoísmo y budismo (1995) y Rasa. El placer estético en la tradición india (1999). Sin embargo, ha sido su poesía, recopilada en los volúmenes Hainuwele (1990), Poesía a mi muerte (1994), Conjuros (2001) y Lógica borrosa (2002) los que la han hecho acreedora a los premios Santa Cruz de la Palma y Ricardo Molina.
¡Entérate de más detalles sobre la vida & obra de esta espléndida escritora!, checa la entrevista que le hizo la también escritora, de nacionalidad argentina, Suzana Guzner, aquí