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Cuando digo rosas digo espinas

Cerramos el 2007 con la autora que ameritó mayor cantidad de comentarios en el año que termina. Nos veremos el 4 de enero. ¡Feliz Año Nuevo!
Todo parecía apuntar hacia una estrategia comercial: una hermosa chica anunciando un libro de su autoría como quien anuncia un perfume: Abzurdah, la esencia de la Diosa Ana. Ah, pero no: una autobiografía que implique la anorexia difícilmente puede ser visto como algo glamoroso, por mucho que su casa editorial pretenda hacérnoslo creer. Abzurdah, libro que Cielo Latini publicó a los 21 años de edad (nació el 16 de junio de 1985 en La Plata, Argentina) pero empezó a escribir desde los 15, es una obra literaria en toda la extensión de la palabra: una obra que hiere y petrifica a quien se sumerge en ella… sobre todo si te reconoces en la niña adepta de la llamada Reina Gélida o Diosa Ana. “Siempre tuve necesidad de ser súbdita de alguien –me confiesa-Tiendo a idealizar a los personas. Cosa curiosa, no nada más a mis amigos, también a mi familia. Soy muy “familiera”, no puedo estar sola, necesito estar rodeada de gente. Necesito afecto. Mi trabajo son los vínculos, mantenerlos como a las plantitas, regarlos para que crezcan. Amo a mi gente A Alejo le rendí culto y terminé trasladándolo a “Ana”
Tras leer el libro cuya portada brinda apenas una pequeña pista de que no todo es anorexia –un sacapuntas metálico escurriendo sangre – y conocer personalmente a Cielo, afirmo contundentemente que Abzurdah (Planeta, 2006) es mucho más que el testimonio de una chica anoréxica que busca fama y fortuna y que a Cielo las fotos “sexys” le hacen poca justicia: en persona es mucho más que “una bellísima joven de 21 años que ha sobrevivido al infierno para poder contarlo”, es la viva imagen de un ángel que sorteó el infierno sin quemarse. En gran medida ha sido su inteligencia la que le permitió no quedar marcada en la superficie y a cambio fortalecer su ánimo y su espíritu. Cuando esta muchacha todavía delgada que ya no anoréxica de enormes ojos de princesa anime japonés me dice en voz ronca: “La escritura me salvó la vida, no sé qué haría si me cortaran las manos”, no me cabe la menor duda: estoy ante una escritora de vocación, no ante una modelito de cabeza hueca. Una joven mujer que te mira en forma directa y cuyas respuestas son firmes, contundentes; una lectora precoz de Ernesto Sábato cuyos ojos se llenan de miel conforme avanzamos en la revisión de su libro. Demasiado joven e inexperta quizá al momento de redactar el diario del que se desprendería la novela, Cielo Latini tardó un buen rato en convencer a los lectores de que el suyo no era un libro sensacionalista sino un gran libro: “(…) la línea entre atractivo, bello y enfermo es invisible para unos y muy evidente para otros (…) no hay víctimas, hay electores.” (p. 151).
Nieta de una concertista, Cielo se acercó al piano y al violín con familiaridad e inocencia, incluso estudió música durante diez años, si bien ya un poco mayor los libros captaron por completo su atención y desvió su camino hacia otra disciplina artística: la literatura. En ese sentido ha sido muy afortunada al no encontrar oposición en sus padres como suele suceder con quienes optan por seguir una carrera literaria. Cursó estudios en comunicación periodística en la Universidad Católica Argentina, aunque posteriormente estudiaría hotelería. Intentó ser productora de televisión pero a los tres meses se aburrió. Se entregó durante algunos meses a la composición musical hasta convencerse de que no era lo suyo. En tanto fue moza por un día y durante cinco más trabajó en una agencia periodística. También fue vocalista de un grupo musical y posteriormente ingresó a la escuela de azafatas. Fue mientras tomaba estos cursos que empezó a redactar con seriedad Abzurdah que la hizo retornar a su plan original de dedicarse a la literatura.
Empezaría por señalar la gran virtud de Abzurdah: por primera vez expone la anorexia como un padecimiento de muchas vertientes que no necesariamente tiene relación con la vanidad y con la ridícula imposición de la talla cero. No todas las anoréxicas aspiran a lucir como modelos de pasarela. Tampoco Barbie tiene la culpa (Cielo ni la menciona: resulta difícil imaginarla jugando con Barbies). En el caso de Cielo y muchas mujeres y hombres (minoría en las estadísticas, por supuesto) que padecen esta enfermedad psiquiátrica, detalle que tampoco debe pasarse por alto, es la presión social. Es la sociedad, simbolizada por el entorno social y familiar lo que produce anoréxicas en masa. Todo empieza con la madre arrebatándole la mayonesa de las manos a la niña de 13 años. Ya estás muy gorda, y las continuas alusiones de parientes y amigos la hacen sentir miserable por pesar 64 kilos con 1.60 de altura. Unos cuantos kilos de más hacen de ella una apestada social. Nadie advierte, por ejemplo, su gran inteligencia ni su carisma personal (tiene indudable madera de líder), no: Cielo no es una persona, no es una muchacha, sino seis despreciables kilos de grasa extra deambulando por la escuela. A esto agreguémosle el bombardeo de los medios cuyo principal blanco son las jóvenes de entre 12 y 25 años dispuestas a acatar como palabra de Dios cualquier cosa que se les diga que las pondrá “in”. No por nada es el rango de edad de la mayoría del sector anoréxico del planeta. Por la cabeza de esta inteligente muchachita no cruza, de entrada, la idea de ponerse en cuarentena de calorías o provocarse el vómito, o alguna barbaridad de esas. Su pérdida inicial de peso es una consecuencia casi natural del desarrollo de su cuerpo púber y conforme se afina la niña va aflorando la rebeldía que la volverá inmensamente popular y envidiada entre las chicas de su grupo. Los recursos desesperados por lograr la meta (meta, hay que decirlo, que una anoréxica nunca alcanza a vislumbrarse en el horizonte) sobrevendrán cuando ya está en su peso ideal y se enamora de Alejo, un hombre de 22 años que por alguna razón que el lector no alcanza a discernir, se apodera del alma de esta jovencita de 14.
Por cierto: Cielo ha conocido a Alejo en el chat. Y antes de que alguien le eche la culpa al Internet, les recuerdo que lo hay que satanizar y condenar es la nula supervisión de los padres sobre los menores de edad que acceden a este medio que lo mismo se presta para alimentar el conocimiento que para convertirse en víctima de un pederasta. ¿Hay algún otro calificativo para un hombre hecho y derecho de 22 años que seduce a una niñita hiperactiva de 14 sin que nadie levante una ceja? Lo cierto es que Cielo está muy sola pese a sus múltiples amistades. Nunca menciona a una amiga especial y todas la envidian y cotillean a sus espaldas. Se siente, por tanto, incomprendida: la presa propicia para un cazador de estos. No nos alarguemos: la niña tiene su primera relación sexual con Alejo al que ridiculiza con cierta candidez, no obstante la enorme injerencia que tendrá en su vida. El retrato que de su verdugo nos hace es tan patético como el que realiza de sí misma: lejos de ser un galán seductor de vientre plano, Alejo es gordito y medio calvo, además de cobarde y hasta más vulnerable que ella porque, al contrario de Cielo, sería incapaz de autoanalizarse en forma tan despiadada. Alejo nunca aceptaría que es un imbécil, aunque él achaque algunas de sus reacciones tontas a que Cielito no es lo suficientemente delgada… ¿no será que estamos ante un acomplejado de mierda?
Lo único que Cielo entiende por el momento es que tiende a obsesionarse fácilmente con las personas. Lo entiende. Y Alejo la ha hecho sentir genial por el chat: “Cuando tenía nueve meses y estaba aprendiendo a caminar, mamá me llevaba de la mano alrededor del que era mi jardín entonces (y lo fue hasta los catorce años). Pero un día mami me soltó, me dio libertad. No hice más de cuatro pasos antes de caer sobre una planta de rosas. Y cuando digo rosas digo espinas, y cuando digo espinas digo que una planta se me metió en la boca (nueve meses de vida, por Dios) y me rompió los labios. Además, las espinas del rosal se encargaron de dibujarme un siete en la garganta (…)” (p. 105).Empieza su loca carrera rumbo a la muerte, y nada ni nadie podrá detenerla. Adentro, una niña que se odia lo suficiente para postrarse a los pies de un miserable patán y deja de comer para alcanzar una abzurdah perfección. Afuera, el lector-lectora que no explica como una niña tan linda se cierra al amor de esa manera… amor hacia ella misma, principalmente. Algunos podemos entender que lo de Cielo es un grito desesperado: ¡ámenme!, ¡acéptenme!, luego ni siquiera eso: lo que Cielo quiere es morir. Concretamente, morir de hambre. Pasa la faceta crítica de la anorexia: sentirse más lista que los adultos que ni se imaginan… Darle rienda suelta a la sensación de poder sobre tu cuerpo… ¡porque es maravilloso descubrir que si bien no puedes tener dominio sobre tu vida, puedes tenerlo sobre tu cuerpo!: mi cuerpo se me somete mientras yo me finjo someterme a los demás: “(…) y en aquel momento ésa era mi manera de elegir, porque nunca había podido elegir: tenía que comer, tenía que estudiar, tenía que tener amigas y tenía que sacarme las porquerías que tenía adentro (…)” (p. 117). Así, mientras unas se matan de hambre y/o vomitan para encajar en un estereotipo, otras, como Cielo, lo hacen para manifestar su rebeldía, su disgusto contra una sociedad que no le gusta.
Pasamos entonces al culto de la Diosa Ana, protectora y guía de las anoréxicas. Carismática como es, Cielo pasa a convertirse en sacerdotisa oficial de Ana (¿una anoréxica del montón? ¡Jamás!... en realidad todas las anoréxicas creen ser especiales)… obsesiva del Internet, como obsesiva lo es de todo, de todo, encuentra el lugar idóneo para fundar su Iglesia, aunque sea virtual. Abre entonces el blog “Mecomiami” Imposible no ensoberbecerse cuando acumulas semejante número de adeptas: “Me convertí en una comedora compulsiva de libros: era lo único que masticaba y de lo que me alimentaba. Estaba hambrienta de información: recorrí locales buscando libros insólitos. Pronto tenía la casilla de e-mails repleta de mensajes de otras chicas anoréxicas con quienes nos intercambiábamos consejos y nos brindábamos apoyo en nuestro progresivo camino hacia la muerte (que confundíamos con “perfección”) (p. 138). “Me-comí-a-mí” Analicemos el título del por hoy cancelado blog de Cielo. Sugiere mucho más que anorexia: huele a autodestrucción. Pero créanme, lo último que tenía en mente Cielo era inducir al culto de la reina Ana a un montón de incautas. Quienes la contactaban eran tan versadas en el arte de la simulación y el auto engaño como ella misma. Lo que en verdad quería era montar una secta de seres afines que se acompañaran en el más íntimo de los pactos: asistiéndose mutuamente en el proceso de morir despacio. No faltaron las almas caritativas que pretendieron regresarla al mundo de los vivos, de los que se conduelen por la anorexia pero te exigen ser como la modelo de la portada… algunas eran ex anoréxicas que sabían de sobra que el cuerpo tarde o temprano se rebela, como de hecho se rebela cualquier esclavo a su amo… ¡y su venganza puede ser atroz!: “Vuestra muerte es lenta, muy degenerativa, consumiendoós poco a poco en la cama sin poder levantaros, sin fuerzas y con dolor…!” Pero Cielo ha elegido (porque, insiste, no es una enfermedad sino mi elección) y 45 kilos nunca serán suficientemente pocos. Morir, morir, morir. Cielo sabe que es esto y no las pasarelas ni el amor lo que busca. Los sueños pierden sentido cuando se trata de alimentar a Ana. Y a la anorexia, que en su caso fracasa cuando todo parece indicar que cobrará a su víctima más bella, le sigue la automutilación que en inglés tiene el nombre de self injured. En algún lado supo de esto, lo leyó, lo asimiló, lo practicó… la obsesión vuelve a enseñorearse de ella: la automutilación se ha vuelto culto entre ciertos jóvenes que incluso han formado grupos de autodestructores que solo aspiran a marcar al ser que más odian en el mundo: ellos mismos. Cielo toca fondo, un fondo para el que no hay retorno (¿cómo es que regresó?): se ha abierto como una gran herida hasta quedar reducida a un guiñapo sanguinolento sin pelo ni cejas, para finalmente demostrarle a su psiquiatra que ella es más lista porque se ha tomado todos los rivotriles que se le han prescripto para tomarse dos al día: “Cuarenta y siete kilos de penumbras y abandonos, de sangre coagulada. Un ser asexuado, sin vida, sin cejas, sin pelo.” (p. 242).
Pero Cielo está aquí. ¿Milagro? En su caso, créanme, lo es. Parecía perdida por completo. De hecho estuvo muerta. Este es un cuento sin hadas pero con final feliz. La lectura nada pierde si no les revelo este detalle: ¿o es que acaso no estamos viendo a Cielo Latini viva, sonriente, feliz, en la plenitud de la fama y la belleza y con un novio guapo que la adora y no deja de tomarle fotos, arrobado? Pero en su caso el príncipe azul es reemplazado por un discípulo de Freud, Néstor. Lo mismo da, hombre, psicoterapia en vez de besos. Actualmente Cielo escribe su primer libro de ficción, su primera real novela, aunque reconoce que es mucho más difícil porque en Abzurdah ya los personajes estaban hechos.
(Por cierto: Cielo logró olvidarse de Alejo que quedó tirado Dios sabe donde: “¿Vas a creer que algunos se pusieron de su parte? ¿Puedes creerlo? (Por supuesto, Cielo, lo creo, lo creo: vivimos inmersas en un mundo machista y majadero) Yo crecí con él, estuve a su lado ocho años. Muchos gestos y palabras míos son de él, siguen siendo suyas. Él me formó, lamentablemente. Quien sabe donde esté, pero me costó mucho trabajo zafarme de esa relación. No siempre el amor y la obsesión van de la mano y decidí que quería un amor sin obsesión...”)