Finalista en 2006 del prestigioso Premio Herralde con su novela Muerte de un murciano en La Habana , Teresa Dovalpage (La Habana, 1966) se fue de Cuba en 1996. Desde hace un tiempo reside en Taos, un pueblito del desierto de Nuevo México. Esta cubana atípica (ni baila salsa ni toma café) asegura que nunca publicó una línea mientras vivió en la isla. De los avatares cubanos se informa gracias a su familia, aunque las conversaciones telefónicas con su madre suelen girar en torno a las necesidades más perentorias: "Se rompió el motor del agua... Vinieron los tomates al puesto...". O sea, sobre la vida misma en La Habana.
-El humor es una constante en su obra. ¿Es la ironía la única vía de escape para los cubanos que viven en la isla?
-Si no es la única vía, es quizá una de las más efectivas. Y de las menos peligrosas. Por eso proliferan los versitos chuscos que circulan sotto voce . Los chistes sobre el de la barba y el que no la tiene, los juegos de palabras? Por contar un chiste es difícil que lleven a alguien a la cárcel, pero el que se involucra en acciones más serias, como volverse periodista o bibliotecario independiente, se expone a represalias.
-¿Qué le sugiere la expresión "revolución cubana" ahora que se cumplen 50 años?
-Ha perdido su sentido original, al menos para mucha gente de mi generación. En mi caso, está archivada en el mismo recoveco cerebral donde se encuentran todos los lemas que repetíamos en la escuela: "Patria o Muerte", "Socialismo o Muerte", "Vencer o Morir"... Todos tienen un tufillo necrófilo. Quizás a consecuencia de haberme criado en un ambiente donde hasta el aire que se respiraba estaba politizado, desarrollé una alergia a la política y a los partidos políticos de cualquier pelaje que sean. Y que no me hablen de los discursos... Cuando prendo la televisión y veo a un señor disertando y moviendo el dedito índice [como solía hacer Fidel], la apago a toda velocidad y me pongo a hacer algo constructivo.
-¿Qué le contaban sus padres sobre aquel enero del 59?
-Todo lo que me contó mi madre es: "Una mañana nos despertamos y la gente empezó a decir que Batista se había largado. Pero nosotros, ni fu ni fa. En esta casa no nos metíamos en política hasta que la política se nos metió por la ventana".
-¿Y alguna vivencia suya en esa infancia que transcurría ya en plena institucionalización del régimen?
-Me estoy acordando de una clase en segundo grado. Una maestra, en la más curiosa lección de ateísmo práctico que he visto en mi vida, nos mandó que le pidiéramos a Dios pasteles de guayaba. Cada alumno, a su modo, hizo la petición. Nada. Ni pasteles ni guayabitas del pinar. Después nos orientó , verbo muy de moda en aquellos años, para que se los pidiéramos a Fidel. Así lo hicimos, en revolucionario coro. Y el conserje se apareció ipso facto con una caja de pasteles para la merienda. ¡Plop!
-¿Cree usted que la Cuba de Raúl Castro será distinta a la de su hermano Fidel?
-Mi opinión es que se tratará del mismo can con diferente gargantilla.
- ¿Cree que los avances notables en educación y salud compensan la falta de libertades?
-Permítame citar una frase del escritor cubano Alexis Romay: "¿De qué sirve educar a las masas para luego prohibirles los libros?"
C.G.C.
© LA NACION
-El humor es una constante en su obra. ¿Es la ironía la única vía de escape para los cubanos que viven en la isla?
-Si no es la única vía, es quizá una de las más efectivas. Y de las menos peligrosas. Por eso proliferan los versitos chuscos que circulan sotto voce . Los chistes sobre el de la barba y el que no la tiene, los juegos de palabras? Por contar un chiste es difícil que lleven a alguien a la cárcel, pero el que se involucra en acciones más serias, como volverse periodista o bibliotecario independiente, se expone a represalias.
-¿Qué le sugiere la expresión "revolución cubana" ahora que se cumplen 50 años?
-Ha perdido su sentido original, al menos para mucha gente de mi generación. En mi caso, está archivada en el mismo recoveco cerebral donde se encuentran todos los lemas que repetíamos en la escuela: "Patria o Muerte", "Socialismo o Muerte", "Vencer o Morir"... Todos tienen un tufillo necrófilo. Quizás a consecuencia de haberme criado en un ambiente donde hasta el aire que se respiraba estaba politizado, desarrollé una alergia a la política y a los partidos políticos de cualquier pelaje que sean. Y que no me hablen de los discursos... Cuando prendo la televisión y veo a un señor disertando y moviendo el dedito índice [como solía hacer Fidel], la apago a toda velocidad y me pongo a hacer algo constructivo.
-¿Qué le contaban sus padres sobre aquel enero del 59?
-Todo lo que me contó mi madre es: "Una mañana nos despertamos y la gente empezó a decir que Batista se había largado. Pero nosotros, ni fu ni fa. En esta casa no nos metíamos en política hasta que la política se nos metió por la ventana".
-¿Y alguna vivencia suya en esa infancia que transcurría ya en plena institucionalización del régimen?
-Me estoy acordando de una clase en segundo grado. Una maestra, en la más curiosa lección de ateísmo práctico que he visto en mi vida, nos mandó que le pidiéramos a Dios pasteles de guayaba. Cada alumno, a su modo, hizo la petición. Nada. Ni pasteles ni guayabitas del pinar. Después nos orientó , verbo muy de moda en aquellos años, para que se los pidiéramos a Fidel. Así lo hicimos, en revolucionario coro. Y el conserje se apareció ipso facto con una caja de pasteles para la merienda. ¡Plop!
-¿Cree usted que la Cuba de Raúl Castro será distinta a la de su hermano Fidel?
-Mi opinión es que se tratará del mismo can con diferente gargantilla.
- ¿Cree que los avances notables en educación y salud compensan la falta de libertades?
-Permítame citar una frase del escritor cubano Alexis Romay: "¿De qué sirve educar a las masas para luego prohibirles los libros?"
C.G.C.
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