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Escritoras para el Nuevo Milenio II

Ballenas en el cielo de Juárez

Por: Magali Velasco Vargas
Odette Elina, militante del Partido comunista francés y de la Resistencia, nacida en París en 1910 y muerta en 1991, publicó Sin flores ni coronas (1947), fragmentos de memoria testimonial que recuperan un año de horror (1944-1945) en el campo de concentración de Auschwitz. En “Un domingo de mayo” Elina relata en forma de diario que esa mañana cien mujeres habían sido elegidas, entre ellas la escritora, para realizar una pavorosa tarea. Las elegidas desconocían los motivos, imaginaban que serían llevadas al horno, al control de piojos o a ocupar otro campo (Lager). Jamás cruzó por su mente, ni aún la mínima sospecha, de lo que les aguardaba:
Debíamos conducir hasta Auschwitz cien carritos de bebé. Los había de todo tipo. Grandes, bajos, viejos, modernos, bonitos, pobres. Pero aún guardaban la tibieza de los bebés que habían acobijado y que acababan de ser quemados. Las almohadas conservaban la forma de sus pequeños cráneos. Aquí y allá colgaba un gorro, una manta bordada, un babero. Para hacer aquel trayecto habían elegido a cien mujeres. Cien mujeres que eran madres o que hubieran podido serlo. Cien mujeres cuya razón de vida hubiera podido ser la maternidad. Cien mujeres temblaron de horror al contacto con algo que es suave, siempre encima de todas las cosas. Cien mujeres tocaron el fondo del desamparo y de la desesperación.

Cuando en 1992 visité Auschwitz me quedé paralizada frente a las enormes vitrinas, albercas del olvido, que almacenaban y mostraban al mundo, miles de maletas, miles de anteojos, sombreros de hombres, entre otros objetos. Recuerdo que me sudaban las manos y algo, el ansia, oprimía mi pecho. Las fotografías amplificadas y exhibidas en la galería del terror que es ese museo del holocausto, me mostraron cuerpos desnudos de hombres y mujeres cuya delgadez no era más atroz que sus miradas. Las pieles mancilladas por cultivos virales, las cabezas sin cabellos, a los 16 años me hicieron encarnar y encarar la absoluta prueba de la maldad.
De Frankfurt rumbo a Polonia, aquel viaje, la anciana sentada junto a mí en el avión, fue mi primer contacto. En su antebrazo descubrí los números azulados, la marca de Auschwitz; una mujer sobreviviente, entendí, viajaba junto a una sobreviviente y mi admiración creció las dos horas de vuelo. Ella me sonrió y permaneció viendo al frente como si en lugar del asiento forrado de azul, acaeciera un atardecer. Esa mujer pudo haber sido una de las cien que llevaron carriolas.
En Ciudad Juárez veo a hombres que llevan carritos de bebés y los usan para transportar en ellos las latas que pepenan por calles y fraccionamientos; la imagen es un oxímoron; los hombres solos, desdibujados, trazados al carbón, empujan carriolas azules o rosas y el bulto son los deshechos de esta sociedad y su política del abandono.
El 8 de diciembre de este año, ocho como símbolo infinito, se cumplieron 349 años de la fundación de Ciudad Juárez. Veo el cielo preñado de agua nieve, los árboles con las últimas hojas amarillas y esa lontananza del bordo y lo que hay detrás de él que siempre me provoca una extraña, debería decir, ajena, melancolía. Me miro a mí misma y descubro que visto de Juárez en invierno: pantalón gris y un suéter color mostaza.
Ese lunes 8 de diciembre en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez se habló del asesinato del colega Gerardo González Guerrero; alguien me contó que un día antes del crimen el profesor asistió al baby shower de otra colega, alguien más comentó que los juarenses habían perdido esta ciudad; se habló de impunidad, de trinchera académica, de amnistía internacional, del miedo, del valor, de salir en lugar del encierro. Las preguntas fueron: ¿quién mató a Gerardo? ¿Dónde está nuestra alumna Lidia Ramos Mancha, desaparecida desde hace semanas?
Juntos terminamos de afinar una carta abierta que será publicada en La Jornada; nos retiramos a nuestras casas a las ocho de la noche cuando los charcos en las calles iniciaban su proceso de congelación.
Al día siguiente, la lluvia revuelta con nieve lentamente jaspeó los cerros de Juárez y la montaña Franklin de El Paso. Escucho en mi auto un CD que recopila sonidos de las ballenas grises; pienso en la escafandra, en el espacio, en Jonás. La avenida se diluye, para mí, sólo hay cielo. Ha dejado de nevar, algunas nubes coloradas, ala de flamingo, se asoman tras los cerros ahora blancos, son las cinco de la tarde y casi no hay luz. Hay algo de vampirezco en este atardecer, hay algo de inquietante en la belleza del cielo y su silencio y su total indiferencia e incongruencia con lo terrenal y lo mortal. La noche se avecina y, como si fuera tierra de muertos vivos, me apuro a llegar a casa antes de que los espíritus se suban al techo y al cofre de mi auto. Un cachalote me habla, un saxofón lo acompaña. Al dar la vuelta y toparme con la luz roja del semáforo descubro que el cielo, además de flamingos y aves fénix y vampiros, tiene ballenas: tres nubes en forma de ballena surcan el tramonto, entonces me alegro, entonces respiro.





Magali Velasco Vargas (Xalapa, Ver., 10 de julio de 1975): Licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamérica, Universidad Veracruzana. Maestría y Doctorado en Études Romanes Ibériques (especialidad en Literatura Latinoamericana), Université de Paris Sorbonne París-IV. Realizó estudios de danza contemporánea en la Universidad Veracruzana. Se desempeñó como bailarina contemporánea y actriz de 1992 al 2001. Ha publicado cuento y ensayo en revistas como: Longinos (Facultad de Letras de la U.V.), Batarro (Almería, España), Pasto Verde (Orizaba, Ver.), Tierra Adentro, La palabra y el Hombre, Generación, Literatura mexicana (Universidad de El Paso, Texas) Callaloo (A&M Universidad de Texas), Archipiélago, entre otras. Y en los periódicos locales y suplementos culturales: Punto y aparte, El diario de Xalapa, Diario AZ, Performance, El diario de Córdoba, La Gaceta de la Universidad Veracruzana, Litoral (Ciudad Juárez). Formó parte de las siguientes antologías: Zonas de la memoria (Textos de alumnos de la Facultad de Letras, U.V.), Antología de narrativa veracruzana, (Pedro Domene, Cultura de Veracruz), Literatura hacia el siglo XXI, Antología de jóvenes escritores, (Tierra Adentro) y Antología de Jóvenes Creadores (FONCA), Novísimos cuentos de la República Mexicana (recopilación de Mayra Inzunza, Tierra Adentro) y El hacha puesta en la raíz. Ensayistas mexicanos hacia el siglo XXI (recopiladores: Verónica Murguía y Geney Beltrán Félix, Tierra Adentro), México sabe México (Universidad de Sevilla, Concepción Zayas). Publicaciones: Ayuno de cuentos (Cultura de Veracruz, 1997), Chisme entre brujas. Mentalidad mágico-religiosa de la Nueva España siglo XVII (coautor: David Hernández, IVEC, 1998) y Vientos machos (Universidad de Guadalajara, 2004. Obtuvo en 1993 la beca estatal del FONCA-IVEC Jóvenes Creadores (cuento) y en el 2001 la beca nacional del FONCA (cuento), así como la de estudios de postgrado otorgada por el CONACYT. En julio del 2003 recibió el Premio Internacional Jóvenes Americanistas por su ensayo: “El cuento: la casa de lo fantástico”, otorgado por el Congreso Internacional de Americanistas, en Santiago de Chile. Su libro de cuentos Vientos machos obtuvo el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola, otorgado por la Universidad de Guadalajara (2004). Actualmente es profesora-investigadora de tiempo completo en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez en el programa de Literatura Hispanomexicana y en la Maestría en Cultura e Investigación Literaria.