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Escritoras del Nuevo Milenio XVII

High heels.
Por: Alejandra Maldonado

Eran los tacones mas altos que había usado en mi vida, los compré en Nueva York, pero no en el Soho, simplemente unas sandalias costaban ahí casi doscientos dólares y yo francamente soy una tacaña, cosa que no corresponde a mi extracción clase mediera cuyos miembros suelen gastar desenfrenadamente e incluso pagan cuentas ajenas, mucho más si se trata de las de alguien que tiene más dinero, todo en un afán de cubrir con bagatelas los bienes que no se pueden adquirir, los que nos separan del mundo de los realmente acaudalados.

En cuanto a los zapatos en cuestión, lo único bueno de comprar algo fuera del país, es que aunque sea barato es diferente de lo que venden aquí porque a pesar de que la gente diga que con el libre comercio las mercancías van y vienen a través del mundo como si nada, tal afirmación no es exacta. Conozco a los compradores de los grandes almacenes de moda, fui un soldado de sus ejércitos por tres años y la verdad es que para hacer nuestro trabajo observamos los gustos de nuestro entorno cultural, lleno de taras ancestrales.

Por ejemplo, jamás hice colgar una falda, más corta que diez centímetros debajo de la rodilla, en los racks del departamento de señoras. Nuestros pedidos están basados en las preferencias generales, digamos que es algo aniquiladoramente democrático y aunque no parezca, por la supuesta variedad de opciones sobre la misma idea que se nos presentan en los aparadores, no es difícil deducir que en estos regímenes la individualidad queda tan anulada como en cualquier gobierno comunista. Por esa democracia que uniforma es que vemos lo mismo en todas las tiendas de nuestra ciudad.
En suma, nuestro gusto se doblega ante el de los compradores, quienes dominan el universo de los objetos, -si uno los permite, claro está-[1].

Todas sabemos que es fatal el clásico de cuando estás en una fiesta y una chica lleva el mismo vestido que tú, o el mismo bolso o los mismos zapatos. Sólo si tenemos algo carísimo podemos distinguirnos un poco pero, como en algunas páginas de revistas de espectáculos hemos visto, eso tampoco es una salvación infalible. En conclusión: si no podemos salir al extranjero y si no tenemos el dinero suficiente para comprar piezas únicas de vestuario, entonces recurrimos a la paciencia para dedicarle algunas horas semanalmente al vintage.

Yo recurrí a todo un poco, mi atuendo esa noche estaba pensado para llamar la atención y si eso se pretende uno debe esmerarse en conseguir una particularidad con el fin de resaltar. Hay que buscar ser única, pero sólo en apariencia, si tu verdadera personalidad evidencia tu rebeldía es muy difícil que a una chica se le dé algún tipo de crédito[2].

Mi presupuesto para comprar las zapatillas que yo pretendía mágicas me arrojó a la tienda de una calle sucia como las que suele haber en el centro de casi toda gran ciudad, un lugar de ofertas groseras arrojadas a la cara de los transeúntes sobre gráficos escandalosos cuya composición plástica no pretende más que decir “soy barato, me puedes comprar”. Pero este par de zapatos eran espectaculares, estilo pin up girl y yo me moría por unos así porque en mi primera tarde por la ciudad, al dar la vuelta a una calle, me encontré con ese billboard gigante con la imagen de la hostess de LA Ink, Kat, una tatuadora de padres argentinos que fue muy popular el verano pasado pues estrenó su programa solista en MTV y se mudó desde Miami a Los Ángeles. Obedeciendo a las tendencias de ese mercado sus asesores de imagen exageraron un poco su apariencia chicana. Pasa también que su cuerpo y el mío pertenecen al mismo estereotipo más bien carnosas. La onda sería para aquella noche: uñas pintadas de rojo, ojos profesionalmente maquillados, bien grandes, cabello oscuro largo, rizado, natural; sobre los párpados una línea negra, gruesa, pero con el extremo exterior jalado de un pincelazo hacia arriba; hot pants negros, y obviamente unos altísimos tacones cuya trabe en el tobillo puede servir para que le pidas a un hombre que te ayude a atarlos porque se han soltado bailando y así puedes aprovechar esa oportunidad para ver al chico, desde un plano cenital a tus pies con su cara a cinco centímetros de tu rodilla conteniendo el aliento. A lo que tu responderás como siempre con nada, arrebatándole tu pie justo en el instante en que termina su tarea, media vuelta y paseíllo alejándote hacia la pista de baile dejándolo con esa imagen.

Pero esa noche yo no llevaba mis hot pants, sino unos jeans súper entallados con la cintura hasta el ombligo, evidentemente un remake de aquellos de los ochenta. Complementaba mi atuendo un top rojo con estampado de pequeños corazones rotos negros, éste va por dentro del pantalón y la confección con hombreras hace que la cintura se vea más pequeña, es una silueta cruel en plan de ama sádica.

¡Atención! después de algunos movimientos el macho alfa se ha mostrado en la subasta de esta noche: treinta y un años, cantante y compositor de folk, inglés, amigo íntimo de un amigo dj famoso; el premio mayor es mucho más bonito que el vocalista de Coldplay, actitud cool, buenos modales, dulce, bien educado, vive en Los Ángeles, cuyas playas lo ven correr todas las mañanas y sobre las que después realiza varias posturas de yoga.

Para conseguir ganar batallas una de las armas más efectivas son los stilletos. La mayoría de las veces duele usarlos pues no basta con estar ahí esperando a que lo que queremos venga, hoy somos guerreras, hasta nuestras muñecas han cambiado, la reina rubia Barbie ha sido desplazada por las Bratz. Adolescentes y jóvenes de todas las razas, se ponen histéricos alrededor del mundo por conseguirlas y esto por el simple hecho de que las Bratz son representaciones más fieles del nuevo modelo con el que se indentifican: jóvenes amazonas urbanas hiper glam, una de cada raza, aunque claro el mercado siempre debe ser sintético en sus mensajes, la misión de los corporativos es reducir al máximo los costos de producción y por eso es que faltan mezclas más específicas onda japonés/chicano, indígena mesoamericano/alemán.

Y como en cualquier enfrentamiento se sufre, pero sólo al principio, los tacones duelen hasta que has bebido suficiente alcohol, unas tres dosis, preferiblemente algo con un grado etílico mayor al 40, esa noche elegí mezcal, su efecto es muy rápido, perfecto para entrar a la pista con energía. En caso de que seas una perrita sufridora cuya psicología de auto tortura te induzca todos los días a subir en un par de tacones para hacer tu vida cotidiana, entonces no tienes el problema del dolor hasta después de un largo rato bailando. Y creo que me cuento entre ese ejército, entre las sufridoras, el papel de esclavo siempre me ha satisfecho más, educada en la tradición católica me reivindica el castigo, es placentero sufrir por el mal que desde el nacimiento vive en mí. Pero aquella noche en especial yo tenía muy despierto mi lado sádico y los estiletos, además de afinar la silueta, te hacen lucir más alta, lo que también te da un efecto de poder ante los demás. La altura de los tacones tiene otra ventaja, la de colocarte a un nivel donde te pueden y puedes ver, por eso este par de artefactos jamás son inocentes. Uno se pone unos tacones siempre en plan de ataque, de conquista de un alguien aunque ese alguien no sea el fin último. O simplemente por practicar el adictivo deporte de dominar la situación.

-Uff ¿y tú de dónde saliste? Qué bonito.
Es morenito y me abraza, no me quiere soltar. Es argentino, cuántos argentinos hay ahora aquí, dirige comerciales, me trata como un bebé a un juguete con el que se emociona. Se comporta de un modo muy silvestre, me jala a lo oscurito, yo creo que para darme besos pero no me dejo aunque sí me arqueo un poco y hago mi movimiento 33A, pero muy sutil, apenas se nota y por eso es perfecto, por mustio, porque él no puede reaccionar con lujuria abiertamente, teme propasarse, mi evolución es tan suave que él piensa estar sólo imaginándolo y por eso se contiene. Así que sólo me sigue mirando y pasándome las yemas de los dedos por los brazos.

-Este es… Ufff ¿cómo dijiste que te llamabas?- digo mientras pienso que te tengo frente a mí hace quince minutos, morenito tan precioso y tan tierno pero qué mala onda que no puedo estar contigo porque el macho alfa, está detrás nuestro y te confesaré que para estos casos las mujeres somos como las moscas, tenemos unos ojos en la nuca, sí, llena de ojos que detectan la presa que uno quiere cazar, ¿sabes?, y me está mirando, porque hemos platicado antes, tú no nos has visto pero cuando nos presentaron no paramos de conversar y me preguntaba muchas cosas, además no habla español y se siente protegido conmigo, todas lo miran y yo soy la amiga de su anfitrión, él nos ha presentado, Gus, que de hecho es mi ex, pero no me culpes, te juro que toda ciudad grande termina convirtiéndose en la promiscuidad de un pueblo chico cuando has crecido en ella, ¡te lo juro! Y mira, es que simplemente yo soy una persona así, y me choca, me odio yo también por eso, por no apreciar lo que tengo, como en este caso tú, tan lindo, parado frente de mí y andar en busca de otra cosa y al final no terminar satisfecha de ninguna manera. Me sucede con frecuencia, eso del perro de las dos tortas, por avorazada, pero de verdad que es que hay posibilidades, yo lo sentí con el rubio, cuando llegamos me miró y enseguida me hizo la plática indagatoria de rutina y… además es que para algo como esto me puse mis súper tacones, si supieras que en otro momento con mucho gusto y te juro que sí me gustan los del tipo como tú y eres re amable, como ustedes dicen reeeee esto, re lo otro… pero creo que hoy no che, hoy no. Pienso todo esto en un segundo y tú sólo me respondes -Diego, me llamo Diego.

Me dices tu nombre mientras Alistair se acerca por detrás y de la forma más grosera me agarra las nalgas y yo, claro, como buena mexhica malinche me estoy yendo con él, pero tú me sigues escaleras abajo hasta la salida y con tus bien abiertos me dices que acepte la invitación: me pones lo que tienes para ofrecerme si suelto la mano del invasor y tomo la tuya:
-Una habitación enorme con muchísimas películas.
El inglés no entiende nada entonces aprovechas para improvisar tipo stand-up comedy, estamos en unas escaleras típicas de entrada de antro y además hay luz y gente. Te inspiras y tomas valor, no te sale nada mal… yo le pongo un poco más de drama y alargo tu espectáculo preguntándote que si me prestarás tu pijama y pongo mi cara numero 15b, la de niña pequeña que le pide a su padre algo que sabe de antemano que no le podrá negar. Tú muy entusiasmado, confiando en que semejante entrega ha valido, me respondes:
-Claro, la que querás, corta o larga, ligera por si tenés calor y de lana por si tenés frío y también cocino, mañana te preparare unos huevos deliciosos, los mejores de Buenos Aires...
-Pero yo no como huevos.
-Entonces te arreglo un zumo de naranjas, o de fresas, tal vez de maracushá?
Y entonces vino lo peor, te arrodillaste y me besaste la mano. Esto sí ya tú te lo buscaste, es que llega un punto en que los argentinos se han pasado del límite pero no se dan cuenta, es más, parecen disfrutarlo más. Es como que se engolosinan muy sabroso de sí mismos, lo entiendo, no está nada mal, a veces los envidio y pienso que nosotros deberíamos ser un poco más como ellos y un mucho menos complacientes. En este caso no los envidié.
No te respondo y tomo tu mano, te miro a los ojos también, así me quedo durante varios segundos, poniendo en práctica la número 1A, la de me estoy enamorando en este momento de ti, el peor aprendizaje de las telenovelas de mi infancia.

Veinticuatro horas después tengo estas radiografías de mis rodillas, las miro y obviamente no veo nada de lo que me dice el doctor, nunca he comprendido estas cosas, de verdad no soy muy visual, me las tomaron hace media hora, tengo un ligamento desgarrado. Los médicos me han prohibido usar tacones durante un año y me recomiendan no usarlos de por vida.

Te sigo sosteniendo la mirada unos instantes y ahora estoy negando con la cabeza, me estoy dando la vuelta y estoy rechazando la ida a tu casa en una actitud de la que después me puedo arrepentir. Me estoy yendo con Alistair. Ya dimos la media vuelta dejándote ahí. De hecho los taxis están apenas aquí a dos pasos. Salto la banqueta y caigo de bruces incrustando una rodilla, la derecha, en el pavimento. Estoy en el suelo, el dolor me nubla la vista, siento como si alguien estuviera exprimiendo mi pierna y el punto de torción es mi rodilla, lágrimas brotan de mis ojos sin que mi voluntad intervenga en ello. El güero me mira estúpidamente, yo me sobo, no es recomendable hacerlo, pero carezco de toda claridad en este momento, veo estrellitas y todo lo demás, este estado de dolor es altamente alucinógeno y psicodélico, me viajo en él y voy en un flashback a la caída que sufrí cuando tenía trece y estaba en la clase de gimnasia olímpica, hice una rueda de carro y rac, al caer con la pierna, ahora no recuerdo si fue esta misma o la izquierda, pero la rodilla se dobló hacia fuera quedando la pantorrilla totalmente pegada al suelo. Se hinchó tanto y yo tenía vergüenza de que todos vieran mi rodilla de elefante. Y todo eso está a punto de repetirse ahora que soy un adulto y no sano tan rápido.





[1] Una idea para no permitírselos, pero no sirve: que nuestro universo de los objetos no sea el de ellos, lo que significa crear una estética personal muy particular, es difícil pues ello constituye un oficio en sí mismo, al cual se le debe dedicar tiempo y dinero para mantenerte durante ese tiempo. Por ello esta idea no sirve y el universo de los objetos es, en el caso de la mayoría, dominado por otros. Esos otros no son siempre los agentes de la dinámica corporativa. Pensemos en una familia que practica una religión particular donde se debe vestir de cierta manera y cuyas reglas de conducta marcan una vida frugal. Más allá, imaginemos ahora a un chico dominado por su madre… en fin, podemos ver que además de que es un hecho que la corporación determina, a través de estereotipos, nuestro universo de los objetos, hay otros agentes que lo definen.
Un ejemplo es el caso de cierto sector de consumidores que pretende ser alternativo, me refiero a aquellos que frecuentamos los tianguis en las periferias de la ciudad y adquirimos objetos después de una minuciosa recolección. Las antigüedades, por ejemplo, llevadas a nuestras casas, dispuestas en nuestro mundo, también terminan siendo un signo útil para clasificar el estereotipo al que pertenece nuestra personalidad. El ecléctico tampoco se salva, el modelo al que pertenece se llama precisamente ecléctico.
[2] Revisaremos a este tema en una próxima edición, por supuesto.




ALEJANDRA MALDONADO
Nací y crecí en el DF hasta que cumplí ocho años cuando, a causa del trabajo de mi padre, mi familia y yo habitamos en Veracruz, Monterrey, Mazatlán, Tijuana y Pachuca. Por eso estudié la primaria en muchas escuelas: una de monjas, otra de padres maristas y en varias más de línea conservadora, hasta que me enviaron a estudiar la secundaria a Toronto, Canadá.
Volví a México y mi familia estaba en Pachuca, así que estudié la prepa ahí, enseguida terminé, en 1998, regresé al DF para estudiar Comunicación Audiovisual y comencé a publicar relatos en una revista literaria alternativa llamada Moho. Al terminar la carrera pasé un tiempo en Europa.
En 2003 regresé de nuevo al DF, comencé a trabajar como creativo en una agencia de publicidad y obtuve la beca del FONCA para escribir cuentos.
Mi primer libro de relatos fue publicado por Editorial
Moho en 2006, he publicado en diversas antologías, la última: Grandes Hits, nueva generación de narradores mexicanos, de editorial Almadía. Trabajo en mi segundo libro y sigo siendo publicista.