Por: Sandra Nélida Pécora
Vagaba mi alma tensionada entre el sopor de una bochornosa tarde estival y el onírico mundo de Cortázar.
Quería detenerme o detenerlo todo. Grite ¡paren!
De pronto vi que mi cuerpo había quedado tendido en el sillón que estaba en medio de mi cuarto. Parecía estar durmiendo profundamente ya que un hilo de baba escapaba de mis labios. El libro que tenía en mis manos se deslizó suavemente y quedó trabado entre mis piernas.
El aire sahumaba olor a tierra mojada. Se acercaba una deseada lluvia que no tardó en hacerse presente.
El agua furiosa, inclemente, caprichosa reclamó mi presencia en la ventana. Vi el aplastamiento de las gotas sobre los vidrios y entre maravillado y aterrado pude observar como Circe conjuraba su hechizo mortal sobre una ronda de niños que terminaron transformados en faunos mitológicos.
La continuidad de los parques fue un Jacarandá deshilachándose en un pequeño remolino creado por el viento. Hojas y flores en una libre tarea emanaban instantáneos y efímeros dibujos. Ondas. Cascadas. Balanceos. Un color tras otro. Una forma tras otra. Me pierdo. Me dejo llevar. Bailo con ellos. Me pierdo…me pierdo…
En ese cortísimometraje la bruma escondía las montañas de mi valle. -¿No lo ves?- me decía- ¡Cómo podrías! ¡Estás tan lejos! Aunque estuvieras aquí dudo que pudieras verlo. Entonces lo veo por vos. Incluso lo veo por mí o por ese cuerpo que sigue dormido en el sillón.
Mi casa, esta casa acostumbrada a mis silencios se convirtió en la casa tomada por extraños fantasmas que vinieron de la mano de los truenos. Esos truenos cuya música lejana parecía acercarse corriendo. Aumentaba poco a poco su intensidad. Paso o paso se convertía en gigantesca. Terminó estallando triunfal en el centro del cuarto.
Ya no había calma.
Los fantasmas empezaron a bailar y estabas entre ellos. Vos y las otras. Comenzaron a seducirme y yo quería más, quería más, quería más…
¡Si! Me elevaba. El éxtasis era embriagante. El clímax infinito.
Clavé mi mirada en el absurdo sillón que parecía llamarme. No quería volver a esa cosa tendida allí. Por fin te tenía a vos. Las tenía a todas.
-Ya paró de llover. ¡Apurate! –gritó mi madre- Andá al super antes de que se largue de nuevo.
Levanté la cabeza. Me sequé la baba. Me estiré. Me dolía el cuello. Odié a mi madre. Me odié a mí mismo. Tomé el libro que se había caído y lo apoyé sobre la cama. Cerré la puerta. Me dirigí al supermercado y mientras caminaba me repetía una y otra vez allá en el fondo está la muerte.
La Negra
Vagaba mi alma tensionada entre el sopor de una bochornosa tarde estival y el onírico mundo de Cortázar.
Quería detenerme o detenerlo todo. Grite ¡paren!
De pronto vi que mi cuerpo había quedado tendido en el sillón que estaba en medio de mi cuarto. Parecía estar durmiendo profundamente ya que un hilo de baba escapaba de mis labios. El libro que tenía en mis manos se deslizó suavemente y quedó trabado entre mis piernas.
El aire sahumaba olor a tierra mojada. Se acercaba una deseada lluvia que no tardó en hacerse presente.
El agua furiosa, inclemente, caprichosa reclamó mi presencia en la ventana. Vi el aplastamiento de las gotas sobre los vidrios y entre maravillado y aterrado pude observar como Circe conjuraba su hechizo mortal sobre una ronda de niños que terminaron transformados en faunos mitológicos.
La continuidad de los parques fue un Jacarandá deshilachándose en un pequeño remolino creado por el viento. Hojas y flores en una libre tarea emanaban instantáneos y efímeros dibujos. Ondas. Cascadas. Balanceos. Un color tras otro. Una forma tras otra. Me pierdo. Me dejo llevar. Bailo con ellos. Me pierdo…me pierdo…
En ese cortísimometraje la bruma escondía las montañas de mi valle. -¿No lo ves?- me decía- ¡Cómo podrías! ¡Estás tan lejos! Aunque estuvieras aquí dudo que pudieras verlo. Entonces lo veo por vos. Incluso lo veo por mí o por ese cuerpo que sigue dormido en el sillón.
Mi casa, esta casa acostumbrada a mis silencios se convirtió en la casa tomada por extraños fantasmas que vinieron de la mano de los truenos. Esos truenos cuya música lejana parecía acercarse corriendo. Aumentaba poco a poco su intensidad. Paso o paso se convertía en gigantesca. Terminó estallando triunfal en el centro del cuarto.
Ya no había calma.
Los fantasmas empezaron a bailar y estabas entre ellos. Vos y las otras. Comenzaron a seducirme y yo quería más, quería más, quería más…
¡Si! Me elevaba. El éxtasis era embriagante. El clímax infinito.
Clavé mi mirada en el absurdo sillón que parecía llamarme. No quería volver a esa cosa tendida allí. Por fin te tenía a vos. Las tenía a todas.
-Ya paró de llover. ¡Apurate! –gritó mi madre- Andá al super antes de que se largue de nuevo.
Levanté la cabeza. Me sequé la baba. Me estiré. Me dolía el cuello. Odié a mi madre. Me odié a mí mismo. Tomé el libro que se había caído y lo apoyé sobre la cama. Cerré la puerta. Me dirigí al supermercado y mientras caminaba me repetía una y otra vez allá en el fondo está la muerte.
La Negra
Sandra Nélida Pécora.
Seudónimo: La Negra.
Edad y fecha de nacimiento: 37 años, 18 de marzo de 1972, DNI 22.644.792
Nacionalidad: Argentina.
Correo electrónico y postal: sannepe@hotmail.com, sannepe@gmail.com,
Seudónimo: La Negra.
Edad y fecha de nacimiento: 37 años, 18 de marzo de 1972, DNI 22.644.792
Nacionalidad: Argentina.
Correo electrónico y postal: sannepe@hotmail.com, sannepe@gmail.com,
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. Código Postal 1439
Profesora en filosofía en colegios secundarios.
Blogs: www.sannepe.blogspot.com
www.sandrapecora.spaces.live.com
www.sannepe.spaces.live.com
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