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Escritoras para el Nuevo Milenio XXXVIII

Nos dieron las cuerdas
Por: Criseida Santos Guevara
El que mucho habla, mucho yerra, dicen.
O tal vez no, digo.
Primer acto
Quiero hacerte vibrar. Eso planeo decirle a la secretaria de Presidencia luego de tomarla por la cintura y verla con ojos de Mauricio Garcés mientras suena una pista musical salida sabe Dios de dónde, y yo con mi vozarrón de Lola Beltrán entono Bésame, Bésame Mucho y ella no podrá más que admirarme y caer rendida a mis brazos. Lo curioso es que a pesar de la dificultad que esta fantasía representa en la vida real, siempre he pensado que algún día lo haré.
Hace un año entré a trabajar al Departamento de Contabilidad de una empresa por recomendación de un amigo de mis padres que ya hartos de tanta holgazanería (mía, supongo), suplicaron al Compadre Benito ejercer un poco de influencia con esa gente de la cual se regocijaba en tener tratos. Luego de un par de lambisconerías y quién sabe, tal vez también luego de haberle lamido el culo a un par de altos mandos, entré yo para realizar “labores de oficina” aun cuando mi pereza me había imposibilitado terminar la preparatoria. Eso sí, me cansé de aclarar en la inútil entrevista de trabajo a la cual fui citada que la razón por la cual no había concluido mis estudios no estaba relacionada ni tantito con mi capacidad de aprendizaje, mis habilidades, mi talento, ni mi cultura general, la cual por desgracia era bastante general y que esperaba no tener que demostrarla jugando Maratón con el jefe de Recursos Humanos o con los empleados de Nóminas. Después de esto, fui consignada a un escritorio cuyo único paisaje era una pared que algún día fue blanca. Me asignaron una tarea que implicaba sobres y hojas tamaño doble carta y cotejo de información en un monitor. Y aunque sospecho que la gente arribista y cuasi aviadora como yo nunca es bien recibida, estoy segura que mi labor se limitaba a eso porque no se le asigna un libro de contabilidad ni mucho menos a nadie cuya única habilidad es responder con acierto con qué nombres fue fundada la capital de Nuevo León antes de llamarse la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey.
La situación llegó a un punto predecible. Algunos días no había sobres, otros tantos no había hojas tamaño doble carta, y el resto la información o no existía o no podía ser cotejada. Y como ese tipo de empresa se ufana de tener políticas de contratación y de permanencia muy serias, la obligación de cumplir el horario de pé a pá era incuestionable a pesar de mi rotunda inactividad.
Yo tenía un chorro de voz, pero en la oficina ni cantaba ni pronunciaba frases, las guardaba con avaricia para el momento arriba citado, para cuando los primeros acordes de Bésame, Bésame Mucho sonaran en un altavoz como seña inequívoca de que el momento de tomar a la secretaria por el talle había llegado.
En esos días no encontraba una razón poderosa para enunciar palabra alguna. Incluso mi talento para el silencio fue una piedra labrada con suma parsimonia y paciencia, pues no es cosa fácil ingeniárselas para dar a entender que has comprendido la tarea asignada sin musitar por lo menos un débil monosílabo. Aislada del mundo como estaba durante tramposas diez horas (ocho para trabajar y dos para comer; una hamburguesa en la oficina bastaba porque tampoco era admisible, decían los jefes, andar haciendo vida social en restaurantes mientras teníamos trabajo hasta el copete), poco a poco fui perdiendo la elasticidad de la garganta.
Un día, cuando por casualidad me encontré con el Compadre Benito en una maquinita de snacks noté un ligero dolor en las cuerdas vocales pero de inmediato lo adjudiqué a la insana temperatura del Departamento de Contabilidad que rondaba tal vez los diez grados centígrados. Solo aclaré la garganta y dije “bien”, acto seguido introduje cuatro pesos con cincuenta centavos y me concentré en ver los espirales negros moverse y dejar en caída libre unas Barritas de fresa.
Al cabo de una semana de aquel encuentro fugaz con el Compadre Benito, el mal humor me invadió originado en gran parte por el dolor en la garganta que parecía anunciar los inicios de un resfriado. Ahí las cosas adquirieron un giro auto compasivo, dado que no hablaba porque me dolía la garganta y la garganta no me dejaba de doler porque no la ejercitaba; era, cabe aclarar, un dolor parecido al del abdomen luego de doscientas inútiles flexiones. En esa semana fue que ocurrió el suceso. Al cabo de terminar mi jornada en el Departamento de Contabilidad, salí cuando los últimos rayos de sol se disponían a esconderse y me dirigí hacia el automóvil modelo 96 que hace ya más de doce años mis padres me habían obsequiado con motivo de mi último semestre en la preparatoria. Abrí la puerta y tras echarlo andar, sintonicé el radio en una estación grupera porque andaba de ánimo nicolaíta y según yo, el ánimo nicolaíta exige una buena dosis de música de banda y norteña y todas esas cosas folclóricas. Resulta pues, que pasaron una canción de Bronco en el radio y quise cantarla, sin embargo la voz me salió como hilito de agua, como cuando tenía nueve años y en Monterrey racionaban el agua durante todo el día porque pasaban los meses y ni una gota de lluvia se evaporaba en el comal ardiente que era el pavimento.
No eché de menos mi voz en los próximos cuatro días, es más, dudo que alguien lo hubiera notado. Con algo de enojo pero con bastante resignación, me adapté a mi nueva vida en la cual hablar era un asunto secundario. Al cabo del tiempo el dolor desapareció y me instalé en una agradable comodidad.
Pensé que nunca iba a lamentar el hecho de haber perdido con tanta facilidad la capacidad de habla, pero pasó entonces que un buen día entré en la oficina y vi el siempre redondeado trasero de la secretaria de Presidencia contonearse enfrente mío, sería redundante decir que me quedé muda ante el espectáculo. No obstante el verdadero drama empezó cuando, ve tú a saber de dónde, el primer compás de Bésame, Bésame Mucho se oyó en la escena. Pensé, en lo que se me ocurría algo mejor, que varias tazas consecutivas de té de manzanilla y una buena vocalización en el baño me pondrían a tono con la situación.


Segundo acto
De fondo se oye un beat lastimero, con violines sangrantes y pianito eléctrico llorón. La escena es en blanco y negro y afuera llueve, de cuando en cuando la luz de un relámpago ilumina la recámara gris donde está una mujer llorando sus penas abrazada de un vaso (recuerdo de Sea World): soy yo con una infusión de las sumidades floridas de centaurea menor.
Doy tragos a la bebida e intento definir en papel, ya que no puedo hablar, a la secretaria de Presidencia. Alejandra Guzmán suena en el radio. Y sí, la secre es bella, bella, más que el firmamento con un millón de estrellas. Ella es bella, bella, peligrosa y bella, mucho más de la cuenta, tendría que gritar… pero no, no tengo voz, me he quedado sin voz. Pienso que tal vez debería añadir a la infusión otro té de manzanilla y una Halls para aliviarme.
Hay comerciales en la radio, sigue lloviendo pero con menos intensidad. Me voy a la cama y clavo la mirada en el techo; para cuando vuelvo a tener conciencia del tiempo ya son las ocho de la mañana de un día laboral. Con todo el mal humor del mundo me visto, omito la parte de tomar un baño y salgo con el ánimo afiebrado lanzando imprecaciones contra el Compadre Benito, después de todo es el culpable absoluto de esta desgracia por haberme conseguido este empleo y por tragarse todita la versión llorona de mis padres. Pero qué podía yo esperar del Compadre Benito.
Ese día durante la jornada laboral estuve viendo la pared que alguna vez fue blanca mientras pensaba algunas cuestiones. Sobra decir que nadie notó la ausencia de mi voz y como era uno de esos días en que no había papel y me habían confiscado el monitor porque otra área requería de uno extra, mi pensamiento vagó hasta una escandalosa teoría: Las buenas intenciones del Compadre Benito no eran tan buenas, y lo que es peor, las malas intenciones de mis padres no solo eran malas, sino perversas. Tal vez mis padres habían acudido al Compadre Benito (o viceversa) en un último esfuerzo por matar dos pájaros de un tiro: frenar las habladurías de nuestros respectivos bandos. Tenía lógica, si la estrategia había funcionado con Lucero y Mijares que eran mucho más públicos por qué no iba a dar resultados en un par de mortales como el Compadre Benito y yo.
Y en esas estaba cuando terminó mi jornada en el Departamento de Contabilidad y salí cuando los últimos rayos de sol se disponían a esconderse y me dirigí hacia mi automóvil modelo 96, abrí la puerta y tras echarlo andar, sintonicé el radio en una estación grupera porque andaba de ánimo nicolaíta, y la canción no era en realidad de Bronco sino del Gigante de América y decía algo así como esta melodía señor locutor, quiero que me la ponga con dedicación, y cuando quise cantarla, con las nalgas de las secretaria de Presidencia siempre en la mente, la voz me salió como hilito de agua.


Tercer acto
Al que no habla, Dios no lo ayuda, sentenció una amiga cuando leyó de una servilleta mi tragedia, y luego pidió un café descafeinado porque estábamos en el Vip’s debido a una charla en el Messenger que se había desencadenado más o menos así:
Yei, playita y drinks este sabadaba en Tampiko dice:
Ke pedo contigo, we?
Shut the fuck up and leave me alone dice:
Nariz
Yei, playita y drinks este sabadaba en Tampiko dice:
Andas perdida, ke t hs esho mujer?
Shut the fuck up and leave me alone dice:
Pos aquí en el trabajo
Yei, playita y drinks este sabadaba en Tampiko dice:
Y k tl? Kmo te va? Ke tal d amores?
Shut the fuck up and leave me alone dice:
I'm looking for a girl I can fuck in my hummer truck
Yei, playita y drinks este sabadaba en Tampiko dice:

TIENES UNA HUMMER MENTIROSA?!?!?!?!?!?!?!??!?!!??!

El punto es que le entró la curiosidad de saber a quién me quería coger en mi Hummer imaginaria y decidió vernos al día siguiente a las ocho de la noche, justo a la salida de nuestros respectivos trabajos.
Mira, wey, te lo voy a decir una vez y ya, empezó su monólogo Yei playita y drinks este sabadaba en Tampiko. La neta, yo no apruebo la vida que llevas, así tan, pues no sé, tan fuera de lo que dicta la sociedad, porque estarás de acuerdo que la sociedad no ve bien lo que tú haces. Y no lo digo por mí, lo digo porque eso es lo que piensa toda la gente. Yo sé que tú no crees mucho en estas cosas, pero deberías pedirle a Dios que te ayude. Yo creo que tus papás te quieren mil, o sea, los papás quieren un buen a sus hijos, wey, no te puedo creer que tus papás sean unos ojetes. Digo, obvio, igual no te aceptan y así, pero pues dales chance, no es fácil, tú sabes, no es fácil, tipo no te has casado, tienes un trabajo equis, no terminaste de estudiar. Wey, nada te cuesta, dales una satisfacción en su vida, acaba la prepa, búscate novio y deja tu etapa lésbica atrás, no creo que NUNCA te vaya a pelar la secre, neta, en buen plan, o igual te pela pero tantito, tipo para una experiencia y ya, pero no para siempre, o sea, deja de soñar, crece, madura, ¿me explico? Si quieres mañana paso por ti, vamos con el padre Juanjo, te confiesas y poquito a poquito vas haciendo cambios. Primero lo primero, obvio, pedirle perdón a Él. Wey, ya sé que te vas a burlar, pero se odia el pecado no al pecador. Ya tienes treinta años, ya no puedes estar perdiendo el tiempo y haciendo nada con tu vida. Wey, reacciona, pídele mucho, pídele que te quite esos pensamientos de tener relaciones con una mujer en una Hummer, pídele que tus padres encuentren paz y regocijo, pídele que perdone a tus padres por tratar de venderte al Compadre Benito, tú pide, pide mucho y se te dará.
No sé en qué momento perdí la concentración en las palabras y solo podía ver la escena con un filtro rojo. Todo se había coloreado, todo, la mesa, la taza, el mantel, la cara de Yei playita y drinks este sabadaba en Tampiko. Yo sentía que me picaban las axilas y la nuca, así que en algún punto de la conversación la interrumpí y le dije: era oye, dumb ass, al que no habla, Dios no lo oye. Y luego pedí la cuenta desde mi lugar, volteé a ver a mi amiga, hice sumas con la mente, puse mi parte proporcional y me marché sin dejar propina con un muy grande y molesto dolor de garganta.
La parte positiva fue que recuperé el vozarrón de Lola Beltrán.
¿Cómo se llamó la obra?
Quiero hacerte vibrar, quiero levantarme en este instante y cantarte como Mariah Carey, tócame el cuerpo, toca mi cuerpo, tócame y put me on the floor, wrestle me around, play with me some more, touch my body, throw me on the bed, I just wanna make you feel like you never did, le escribí en un papelito a la secre pero no me atreví a entregárselo.
Luego saqué un montón de hojas de la impresora y le escribí por horas, le escribí una confesión, un soneto, unas redondillas, una elegía, hasta que se me acabó la fuerza de mi mano izquierda y le solté la rienda como al caballo blanco.
Después me levanté a la máquina por unas Barritas de fresa y me encontré al Compadre Benito. Mientras comía, pensé que era buena idea conectarme al Messenger, pero me saignautié luego luego cuando I’m back, knsda, kmda pero FELIZ!!!! (antes Yei playita y drinks este sabadaba en Tampiko) me saludó.
Y en esas estaba cuando terminó mi jornada en el Departamento de Contabilidad y salí cuando los últimos rayos de sol se disponían a esconderse y me dirigí hacia mi automóvil modelo 96, abrí la puerta pero no lo eché a andar sino que sintonicé el radio en una estación del recuerdo porque andaba de ánimo melancólico, y era la canción de José Alfredo Jiménez y cuando quise cantarla, con la cara de la secretaria de Presidencia siempre en la mente, la vi dirigirse hacia mí. Entonces oí un mariachi, otro, salido sabe Dios de dónde, y ella con su vozarrón de Lucha Reyes empezó a cantar Quiubo Quiubo Cuándo, y yo me volví a quedar muda, me volví a quedar sin habla, pero bueno, todo mundo sabe que al buen entendedor pocas palabras.

Criseida Santos Guevara nació en Monterrey, N.L. en 1978. Es egresada de Letras Españolas del Tec de Monterrey (2001) y de la maestría en Español en la Universidad Estatal de Nuevo México (2002) donde se especializó en Escritura Creativa. Cursó algunas clases del diplomado de la Escuela de Escritores de SOGEM (2005) y ha publicado ensayos en la Revista de Humanidades del Tec de Monterrey y cuentos en revistas como Tragaluz y Arenas Blancas. En 2008 obtuvo Mención Honorífica en el Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras/Border of Words con la novela Rhyme & Reason (Fondo Editorial Tierra Adentro 2008). Actualmente estudia en el programa de doctorado en la Universidad de Houston y trabaja como asistente de investigación en el Proyecto de Recuperación de Herencia Literaria Hispana en los Estados Unidos. Pertenece al colectivo de escritoras Matraca Generation cuyo manifiesto sigue en vías de construcción.
Blog:
http://akaotome.blogspot.com/