Strip tease del alma
Por: Esther Charabati
“El verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con mirada inteligente”, dice Marguerite Yourcenar en algún diálogo perdido en Memorias de Adriano. Mis espejos han sido los libros que me han secuestrado para devolverme, al concluir la lectura, una mirada más inteligente. Como rescate, he tenido que pagar unas cuantas horas frente a un texto que no sólo me emociona, sino que me conmociona, me desestructura para luego brindarme una conciencia más fina y una mirada más clara. Uno de los vuelcos más drásticos que ha sufrido esta mirada tuvo lugar recorriendo los Diarios de Anaïs Nin. El retrato de una mujer a mediados del siglo XX en su vida cotidiana: sus encuentros, sus frustraciones por no alcanzar el éxito esperado como escritora, su relación de amor-odio con un padre que la había abandonado y con una madre a la que no quería parecerse. Los amores y las amistades que definen su vida, aquellos que no puede sostener. La profundidad de su pensamiento y la valentía con que camina en un mundo desgarrado por las guerras mundiales. Y sus silencios.
“El verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con mirada inteligente”, dice Marguerite Yourcenar en algún diálogo perdido en Memorias de Adriano. Mis espejos han sido los libros que me han secuestrado para devolverme, al concluir la lectura, una mirada más inteligente. Como rescate, he tenido que pagar unas cuantas horas frente a un texto que no sólo me emociona, sino que me conmociona, me desestructura para luego brindarme una conciencia más fina y una mirada más clara. Uno de los vuelcos más drásticos que ha sufrido esta mirada tuvo lugar recorriendo los Diarios de Anaïs Nin. El retrato de una mujer a mediados del siglo XX en su vida cotidiana: sus encuentros, sus frustraciones por no alcanzar el éxito esperado como escritora, su relación de amor-odio con un padre que la había abandonado y con una madre a la que no quería parecerse. Los amores y las amistades que definen su vida, aquellos que no puede sostener. La profundidad de su pensamiento y la valentía con que camina en un mundo desgarrado por las guerras mundiales. Y sus silencios.
¿Qué pasaba con esa lectora —yo— que llegaba a los treinta años intimidada por la figura apabullante de Simone de Beauvoir, icono del feminismo, esa mujer-diosa omnipotente y omnisapiente? Beauvoir, siempre segura de sí misma, invulnerable. Un modelo a seguir… pero de muy lejos, tomando en cuenta mis innumerables limitaciones y dudas, mi ignorancia, mi cobardía y mi pequeño mundo que en nada se parecía al París de los intelectuales de antes y después de la guerra. La única manera de acercarse a ella era a través de la veneración, reconociendo su fortaleza como el paradigma de las mujeres liberadas.
Y de pronto, apareció Anaïs Nin: Una mujer valiente que deja una vida de lujos, para seguir a los artistas y vivir con ellos, que escribe cuentos eróticos sobre pedido, trabajo que Henry Miller rechaza por considerarlo indigno; ella acepta y lo ayuda a pagar la impresión de sus libros, como ayudará a tantos amigos a lo largo de su vida. Una mujer débil que vive en la mentira por miedo a no cumplir las expectativas que los otros tienen de ella. Toma el camino largo hacia el conocimiento a través del psicoanálisis, de la introspección y de la escritura, y nunca se aparta de él.
A diferencia de la Beauvoir, Anaïs Nin es humana: sufre y reconoce su vulnerabilidad; su existencia de mujer independiente no le impide reconocer que siempre esperó, inútilmente, al hombre que tenía que cambiar su vida. Lucha por la justicia porque cree en ella, pero no a través de las luchas políticas, sino de la transformación individual. Siempre anhelando una palabra amable hacia su obra, acepta las críticas, las analiza y valora. Quizás el rasgo que más me impresionó es su agudeza para detectar y describir estados de conciencia casi imperceptibles para la mayoría de las personas. Cada encuentro deriva en una radiografía; cada movimiento, en una hipótesis. Pero sus juicios nacen más que desde la autoridad moral, desde la sorpresa, desde la honda emoción que suscita un nuevo descubrimiento.
Porque Anaïs Nin es una mujer que goza la vida latente en una obra de arte, en un gesto solidario, en la belleza o en el acto de comprar una pulsera. Goza las conversaciones, las fiestas, los secretos, el tiempo de México que no se rige por el reloj, el dios “ganas” que decide los actos de los peruanos, los extremos: “En mí todo es adoración y pasión, o bien compasión”. Una mujer que no teme al éxtasis y que describe con gran belleza sus momentos de plenitud.
En esos años, yo seguía creyendo que la vida privada era algo personal y que se podía seleccionar aquello que uno quería mostrar. Leyendo los Diarios descubrí que la única forma de conocer a los demás era mostrándose en la intimidad de las ideas y los sentimientos. Aprendí que lo vergonzoso no es que los demás sepan quiénes somos, sino que nosotros no podamos aceptarnos, que mantengamos una imagen anacrónica sólo por miedo a asumir los cambios que hemos sufrido o protagonizado.
La transformación que produjeron en mí los Diarios es fácil de rastrear: el Diario I está intacto, como si nadie lo hubiera tocado. ¿Respeto al libro o más bien miedo a que los futuros lectores —siempre he sido una prestalibros compulsiva— fisgonearan en mi interior, vislumbraran mis cuestionamientos y adivinaran mis deseos? Como sea, muchas líneas del Diario V están atravesadas con un plumón rosa. El pudor había desertado. “Cada uno de nosotros tiene sus momentos de fuerza, en los que puede rescatar a los demás, y también sus momentos de debilidad, en los que necesita que le rescaten”. Yo iba adquiriendo fuerza a medida que daba vuelta a las páginas.
La lección fue invaluable. Aprendí que el strip tease del alma no puede ser un espectáculo solitario, porque no es un espectáculo sino una construcción, y nadie se construye a solas. Requerimos de los aplausos, los gestos o el desinterés del espectador. Necesitamos su presencia transmutada en espejo. O más bien, precisamos de un interlocutor, que con su mirada y sus palabras le dé sentido a las nuestras. Aprendí también que la introspección nos da un servicio invaluable cuando, repentinamente, se nos nubla la razón y empañamos nuestros juicios.
La deuda con Anaïs Nin es grande y sin embargo… sé que si cometiera el error de volver sobre ella, experimentaría una gran decepción. A aquellos autores que nos sacuden debemos conservarlos en la memoria con el júbilo del primer impacto.
Esther Charabati
Es licenciada en Filosofía por la UNAM, donde también cursó la Maestría en Pedagogía y actualmente cursa el Doctorado. Realizó el Diplomado en Derechos Humanos en la UIA.
Es creadora y coordinadora de los cafés filosóficos del Distrito Federal desde el año 2000. Ha impartido conferencias y coordinado talleres sobre valores en diversas ciudades y es editora de la revista Horizontes. Fue columnista en el periódico El Mañana de Nuevo Laredo y en el periódico El Centro con la columna “Ética cotidiana”. Es colaboradora de revistas en México, España y Argentina.
Sus libros más recientes son: Rasgando el tiempo: los judíos, extraños en la casa, No soporto el paraíso y El oficio de la duda, además de la colección infantil Cuentos y valores.
Es licenciada en Filosofía por la UNAM, donde también cursó la Maestría en Pedagogía y actualmente cursa el Doctorado. Realizó el Diplomado en Derechos Humanos en la UIA.
Es creadora y coordinadora de los cafés filosóficos del Distrito Federal desde el año 2000. Ha impartido conferencias y coordinado talleres sobre valores en diversas ciudades y es editora de la revista Horizontes. Fue columnista en el periódico El Mañana de Nuevo Laredo y en el periódico El Centro con la columna “Ética cotidiana”. Es colaboradora de revistas en México, España y Argentina.
Sus libros más recientes son: Rasgando el tiempo: los judíos, extraños en la casa, No soporto el paraíso y El oficio de la duda, además de la colección infantil Cuentos y valores.