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Escritoras para el Nuevo Milenio LIII

Ayer vino la muerte
Por: Mara Romero


A las muertas de Juárez,
y su voz silenciosa,
que crece en el huerto de la angustia.


Ayer vino la muerte,

se llevó mis ojos,

desprendió mis carnes

como anguila quemando respiros;

la hierba prendió su verdor,

y fui clarividente de mi fin.

Grito, mi lengua se pudre en silencio.

Nadie escucha.

Camino boca abajo,

piel morena;

camaleón ciego,

manos buscando respuestas en el fango,

que llega a mi barbilla,

boca dócil, ciega,

como murciélago condenado a luz,

párpados apagados,

cuerpo resintiendo podredumbres,

entierro visto detrás de la ventana,

destierro arañando la puerta

golpe de mar, tumba,

verdad no disipada…

Un pelícano merodea mi cuello

mientras estrecho la mano de una sombra

que me parte el día.

Plañideras desafinan;

monaguillos aprietan mis manos,

para dejar pizcas de fe entre sus palmas.



Es el dolor de la predicción,

indiferencia del mundo

ante mi partida,

que me hace esperar entre árboles que hablan

una lengua inexistente.

Mi corazón transparente

respira vientos de tormenta,

son los dioses del olimpo

que desvelan su furia

de olvido en el aire;

lluvia homicida

que lleva mis brazos remo

en un río que ríe de inmenso.



Mis ojos prendidos desprenden flechas

de una figura apocalíptica

que duerme a mi lado,

me hace el amor en pesadillas

y deja mi cama húmeda de resentimiento.



Mi cuerpo gárgola,

mira sin ojos el tiempo,

come con recuerdos y deja marcas.



Soy noticia que se convierte

en arena, grito imaginario,

apéndice que señala dolor,

soy pendiente, deuda por pagar,

pena desbalagada en ruinas:



yo, incompleta,

caminando en un campo

que asusta de real.