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Escritoras para el Nuevo Milenio XI

La Desnudez
Por Leticia Garriga

Es tan difícil desnudarse. Lo hacía en el baño, de espaldas al espejo, no quería verme. Temía esa imagen descompuesta que señalaba cada pliegue de mi piel blanca, en franco amorío con la ley de la gravedad. ¡Era horrible! Mis senos, verdaderamente enormes, se confundían con el tórax y el abdomen y mis pezones apuntaban inclementes hacia el piso, se podría decir que era una masa informe. Era triste, pero no podía ponerme las medias. Vivía una verdadera lucha para colocar las puntas de las pantys, en cada pie, invariablemente aún con uñas cortas, lograba romperlas. Al caminar, mis muslos rozaban en la entrepierna y arrastraba los pies. Tenía el arco vencido hacía muchos años, por lo que era una esclava de las plantillas, a veces me equivocaba y era difícil dar un paso con una paltilla del pie derecho, en el izquierdo. ¡Que horror! ¡Era una gorda! aunque...tenía la certeza de que me había costado, lentos y sabrosos años de glotonería y el abandono de ese pecado maravilloso que es la vanidad. Pero sobre todo por el desamor, culpable de mi ruina, en todos sentidos.
Cuando tenía cinco años, caí sentada sobre una caja de folletos y la punta de uno de ellos se encajó en mi vagina. Mis padres me llevaron al doctor. Sollozando y aterrada, me dieron una paleta para que me dejara revisar; la lamí y entre mi confusión y el sabor salado y dulce de la paleta, oí que el doctor dijo “algo” que hizo llorar a mis padres.
Aún así, soy virgen, novios, tuve dos o tres. Hacía poco un enamorado, que vendía los colores con que pinto, me piropeaba y se relamía cuando me decía ¡Que carne más buena, me gustaría una probadita!
-No sabía lo que decía- En cuanto me viera desnuda o sobre él, probablemente sufriría un sofocón o un infarto.
Me daba miedo pensar en el sexo, la desnudez y la evidencia de mis defectos, entre otros, la cicatriz de la operación de mi apéndice, que a estas alturas parecía un cierre de traje de buceo…tatuaje descomunal que adorna mi vientre.
-Pobre de mí- estoy destinada a la soledad por el resto de mis días y solo tengo treinta y cinco años. Pero... sé que tengo algo bello, los ojos, del color de la hojarasca que arropa el lecho de los árboles en otoño, con los que miro con antojo el mundo que me rodea.
Hay algo que guardo íntimamente. Estoy enamorada del veterinario de mis mascotas. Son dos Frenchys, motas de algodón, Cloe y Psique. Espléndido pretexto para acudir al veterinario, arreglarles el pelo, cortarles las uñas y sin querer...atrapar la mano del Dr. Alejandro entre mis dedos regordetes y el pelo esponjoso de mis mascotas. En innumerables ocasiones chocaron nuestras miradas y sentí el sudor de sus manos…
Mi vida rutinaria se cobija en la herencia del trabajo honesto de mi padre, un maestro de primaria que se jubiló a los sesenta y murió sin pena ni gloria. ¡Otro más del montón! Decía mamá quién vivió algunos años más que él, aunque siempre recordándolo, criticando su incapacidad para ser millonario.
Vivía con mi tía Carito. Una verdadera pitón disfrazada de pariente, la que destilaba su venero mortal y me daba en el Ego y súper ego, como dicen los psicólogos.
-¡Hay Leonorcita, gorda y quedada hijita!- Pero bueno, todo tiene remedio en esta vida, menos la muerte. Era uno de sus cotidianos y ácidos comentarios
-Gordita...se te fue el tren, no supiste aprovechar tu juventud y eres una vieja fodonga y gorda.
-¡Maldita sea! refunfuñaba yo y seguía pintando acuarelas, mi pasión, además de Alejandro el veterinario.
Un día, estaba con mucho frío y verdaderamente me disfracé de oso para combatirlo, sweater, bufanda, pantuflas forradas de piel de borrego...me dieron ganas de pintar y me acomodé frente al caballete. Dejé que mis dedos y el pincel se confundieran y los colores empezaron a tomar forma en el lienzo.
Pintaba una mujer delgada, bella, con los senos túrgidos y la piel nacarada. Tomé un poco de oro viejo y tracé unos destellos dorados en su larga cabellera. Su sexo era color miel, el que hice mezclando sienas y terracotas. Para el verde violáceo de sus ojos combiné un malva y un verde chartreuse y para el rojo de sus labios, un bermellón oscuro.
¡Ahí estaba! después de todo, no pintaba tan mal. Esa Eva reflejada en mis pupilas, representaba la simiente de la vida, el eco de la fertilidad, la mujer novia que los hombres sueñan en primavera, y pasado el invierno muchos...esperan. Me sentí realizada. Hice una mujer bella, con un cuerpo sinuoso y delgado.
Pasaron los meses. Estaba en cama, mis colgajos de piel se enjutaron, no me podía mover. Mi tía Carito me puso el cuadro de Eva frente a los pies de mi lecho para ver si me animaba. Pero…languidecía, estaba enferma de melancolía. Cloe y Psique se echaban a mi lado. También enfermaron, no querían comer y hubo que llamar al veterinario. El extrañaba mis visitas. Lo llamó la tía Carito y cuando entró al cuarto y miró el cuadro de Eva, ¡Quedó prendado! Yo languidecía entre sábanas perladas de algodón bordado (las había hecho por si algún día me casaba).
Alejandro miró mi boca rojo bermellón. Se reclinó y tomó mi mano…acercó su cara, ¿Eva? nuestros labios encarnaron, fue un placido e intemporal instante.
Se desató un viento veloz y una ráfaga súbita me sacó por la ventana. La tía Carito abrazó fuertemente a Psique y Cloe, se replegó a la pared, incrédula… Alejandro quedó inmóvil, despacito parpadeó mirando hacia la ventana. Se veía el cielo claro y transparente. Casi sin poder moverse, volteó y miró nuevamente el lecho. Entre sábanas perladas... ¡Ahí estaba yo!
Fue un instante en el que Alejandro me perdió y recobró después del beso. Había una certeza y una decisión en nuestra mirada. Desde ese día, me recuperé de la melancolía, ya no pinto, solo escribo cuentos como este de “La desnudez”.



Leticia Garriga Pérez Tejada.
Nacida en México DF, desde 1981 vive en Baja California Sur.
Licenciada en Lengua y Literatura por la Universidad Autónoma de Baja California Sur. Su tesis obtuvo mención honorífica. Obtuvo su maestría en docencia.
Profesora universitaria de materias afines a su formación. Ha contribuido en el ambiente literario en Sudcalifornia. Su obra se ha publicado en revistas, libros y antologías. Ha sido co editora de la revista literaria La Mala Mujer, compiladora et al de: A Sus Libertades Alas. Antología de Escritoras Sudcalifornianas (2007).
Co autora del libro: De La Tradición Oral A La Textualidad. Baja California Sur En El Tiempo La Escritura Y El Documento: 1885-1995. (2008).Libros escritos:
Escritura en Seda (poesía Haiku), Viaje Interior…Un Encuentro (poesía), Nueve Historias Comunes (cuentos).Una mujer común noveleta iniciada en el taller de Daniel Sada. 2008.