Por: Blanca Toledo Minutti
Si pudiera llenar mi cabeza de recuerdos. Saturarme del todo de pensamientos, en lugar de sentir escalofríos y temor por ese sol que indeciso en ponerse me hace mas larga la espera. Tal vez podría conservar una esperanza antes de partir...podría aferrarme a mis recuerdos más antiguos y así ir envejeciendo con ellos; pero no puedo pensar en nada, no tengo memoria...tal vez, si pudiera traer una frase, una idea y así.
“Los hombres cuando pelean parecen animales” Eso me lo dijo una vez mi abuela siendo yo aún niño, mientras desgranaba el maíz y yo la miraba a la altura de su codo sin comprenderla; parecía molesta, como si deseara que entendiera su reproche, como si aquella actitud del hombre le desagradara, sin embargo, ella disfrutaba de las peleas de perros que se organizaban clandestinamente en el patio trasero del rancho “La Patera” donde mi abuelo trabajó como encargado por más de quince años.
Los sábados llegaban camionetas de los ranchos y pueblos vecinos repletos con apostadores y por supuesto de animales fieros...A mi no me lo parecían tanto cuando los miraba finalmente detrás del corral o los graneros; abandonados en las camionetas a medio desangrar, con la muerte escapándosele por los ojos apagados, bajo el rayo del sol y sin un amo que acariciara su cuerpo herido.
La sangre les coloreaba los lomos blancos como manchones de pintura; del tono igual que utilizábamos en el primer grado de la escuela para nuestros trabajos...
De la escuela recuerdo muy poco. Fue ahí donde pretendí ser un hombre y donde luego luego me rompieron la boca. Recuerdo las trenzas de Juana que me picaban la nariz cuando ella se arrodilló y clavó sus frágiles y blancas manitas en mis hombros intentando levantarme. Era tan pálida,...nunca aprendí a decir cosas bonitas, pero me parecía una pequeña mariposa de frágiles alitas que, de haberse posado sobre mi palma extendida, yo habría tenido que aguantar la respiración para no destruirla con el soplo de mi aliento.Juana se sonrojó cuando le dije que había peleado por ella, porque no creía que una niña tan linda pudiera ser novia de Pedro, un sonso bravucón, pero cobarde, que tuvo que buscar la presencia de sus amigos para enfrentarme, siendo que yo tenía 11 años y él ya pasaba de los 13.
Ella no dijo nada, solo me dio un beso apretado en los labios y echó a correr. A mi me pareció gracioso entonces, pero con los años se me encendió la piel, se me grabó la picazón de sus trenzas y su olor se me metió en los poros hasta convertirse en parte de mi.
Que escalofrío siento, el sol se ha empeñado en hacerme la maldad. ¿Tu también en contra mía?.
La escuela estaba muy lejos del rancho. Había que atravesar un largo trecho a pie de un camino mal trazado de piedras y polvo hasta la carretera federal donde pasaban los camiones rumbo a San Martín Texmelucan. Eso si iba hacia la derecha, porque del lado contrario se dirigían a Cholula. “La Patera” estaba exactamente en el kilómetro 68 de la carretera federal para el estado de Puebla. La primaria mas cercana se encontraba en el poblado de San Gerónimo, para la secundaria habría que ir a Huejotzingo. Todo eso rumbo a San Martín.
Mi abuelo comenzó a molestarse de mis largas ausencias y exigía que dejara todo eso que no servía para nada.
-A ver, cree que yo soy léido, eso no sirve pa´nada, aquí es donde se aprende, en el campo, en la ordeña. Las capitales no le van a salvar una vaca aventada...no, no, usté se queda ya aquí y se me olvida de mariconerías, porque eso le va a pasar si cambia machetes y palos por los libros y los lápices...mire nomás, solo eso nos faltaba, que además este nos saliera rarito, ahí hablando con propiedá pa´que la gente me acabara de una buena vez-
Yo no quería dejar la escuela, pero en esa casa no se cuestionaba los mandatos del abuelo. No sé por qué mi madre no decía nada, secretamente me apoyaba, pero eso no me servía de nada.
Así continuó la escuela para los demás. Juana y Pedro siguieron estudiando, al menos Pedro dos años más. Para mí vino la cosecha, la crianza de las nuevas reses y la sumisión ante los actuales dueños que como a mi abuelo, no se les podía cuestionar un mandato; y entonces era él quien bajaba la cabeza apretando con ambas manos el sombrero en el pecho, de pura impotencia.
-En veces hay que doblar el lomo para que aiga de comer- me decía mi madre que no tuvo otra educación que la que se le dio en la casa.
Pero mi Juana bonita no tuvo al menos que soportar eso. De Huejotzingo se fue para San Martín y logró su certificado de maestra.
...Así como los perros pelean por dominar, los hombres tenemos además otro tipo de lucha, el conquistar, el ser el adecuado para la hembra en cuestión. Eso lo sabe cualquiera, es la ley del mas fuerte, no se necesita tener mucha escuela ni mucha cabeza, como yo entonces, que solo necesitaba saber la hora previa a la salida del sol para el comienzo de las labores y la hora en que se metía para salir corriendo y pillar a Juana en los últimos minutos de su clase “Educación para adultos del INEA” donde se había ofrecido como voluntaria.
Era como una especie de juego. Ella se daba cuenta de que la observaba desde la ventana; pero no era hasta finalizar la clase que sus ojos negros se clavaban en los míos. Ya no era la chiquilla que trató de reanimarme del suelo, años atrás. El suéter le sustentaba diminutos senos y la falda enmarcaba una cadera no mas afortunada, pero yo ardía de solo mirarla. En la boca me había dejado una braza que Mayo estaba poniendo al rojo vivo. Sentía el calor subirme poco a poco desde las horas interminables en el campo y venirse todas a conjuntar en los labios hinchados de tanto ardor. Juana era la única que con sus besos podría apagar lo que había prendido...Pero nunca me quedé a averiguarlo, era tan poca cosa al lado de ella; sucio, maloliente por la faena, las manos duras, ajadas por las astillas de esas herramientas rudimentarias y mi piel carcomida por el sol. No, de haberme quedado alguna vez, no...
Estoy pensando que no eres mi enemigo. Me estas haciendo compañía en estas horas de angustiosa soledad, pero mientras no te vayas ella no podrá llegar.
Mi madre y yo éramos extraños en nuestra propia casa, al menos yo nunca sentí que fuera mía. Mi abuelo cada vez más me miraba con recelo. Nunca me habló de hombre a hombre. Jamás supe que hacer con los nudos que se formaban en mi estómago cuando Juana fingía no verme y detenía esa especie de rezo 3 x 7 = 21...3 x 8 =...
Después de asearme entraba en la casa y caminaba de un lado a otro. Me acercaba a mi madre y sé que ella deseaba ayudarme, porque apretaba un poco los labios y el bordado lo iba bajando a su regazo y...no decía nada. Tampoco yo.
En el patio pasaba interminables horas hasta que se me enfriaba el cuerpo, el aire despejaba mi cabeza, lograba que las avispas que se me emplastaban en el cuero se fueran revoloteando y dejaran en paz mi corazón apretado...Ojalá se posaran en el corazón de Juana, solía pensar.
Y qué ironía. Mientras yo me asfixiaba por no encontrar la voluntad que me arrastrara a la casa de Juana, Pedro en cambio si la encontraba, pero a la mala.
La embarazó y se largó del pueblo así como hizo mi padre, que hasta entonces creí un santo.
El niñito de Juana se murió a las horas de haber nacido. Estaba todo hinchado y no quería comer nada. Juana le pasaba la mano por el pecho o la espalda y se le amontonaban borbotones de sangre por la nariz y la boca. Lo sé porque yo fui a ver a Juana; sus ojitos negros se llenaron de lágrimas de pura vergüenza. Y entonces supe que hacer, quería pasar el resto de mi vida a su lado.
Ella se llenó de un llanto bajito, era como uno aguantado por muchos días, guardado hasta ahora que le decía que la amaba y entonces se iba soltando de esos pesares pero respondía que no...Juana no quiso, no quiso nunca, pero yo no iba a permitirle a nadie que la tratara como una expatriada, del mismo modo que se me trató a mí. De niños ella sacó fuerzas de su debilidad para ayudarme; de hombre mi deber sería protegerla
-No Juana, el callar no me ha hecho nada bien, tú te vas conmigo y así se hará-
Mi madre adivinó mis pensamientos. Ya no deambulé por la casa buscando respuestas, las largas horas en el patio habían por fin terminado. Me encontraba tranquilo, en paz y ella lo respetó así. Mi abuelo vociferó, insultó la parte de sangre que tenía en las venas del mal nacido de mi padre, luego maldijo la que le correspondía a él. Pero ahí no iba a parar la cosa. Los insultos no le despejaban los odios añejados y se me fue encima. Yo no intenté defenderme, ni siquiera metí las manos. Mi abuelo estaba en su derecho y yo le respetaba; pero mi madre ya no. Se interpuso entre los dos, los puños bajos bien apretados y los ojos crispados en los de mi abuelo que lentamente se llenaron de lágrimas cuando intentó golpearla “Otra...vez...no” Le dijo ella con los dientes apretados, dificultando la salida de su dolor. “¿No cree... que en todos estos años...ya se lo he pagado...suficiente?”
Me casé en medio de murmuraciones y burlas. Juana se apretaba a mi paso cerrando los ojos, temblorosa y débil. Luego abandonamos ese pueblo y nos dirigimos hacia las afueras de San Martín, ahí teníamos dos alternativas: San Baltazar o Moyotzingo.
Moyotzingo me pareció bueno de principio, luego comenzó a haber más pobladores y no me sentí tranquilo. Juana estuvo trabajando en la primaria, ahora ya no sólo eran las tablas, había que estudiar los antiguos presidentes y la expropiación petrolera, las cualidades de las palabras graves y las preposiciones.
Yo podía mirarla desde lejos y seguir el juego de que no me estaba viendo. Sentir el calor subírseme a la boca ya con la convicción de apagarlo después con sus besos.
Con los años me hice de unas tierritas en el Verde. Nos encontrábamos más alejados de la civilización y las cosas parecían buenas.
Tengo sed, las sombras me producen frío ¿Será que me dejas?
Nada más poniéndose el sol, aparece corriendo, su figura va surgiendo del monte como si la misma tierra la pariera. Sus trenzas van brincando en su carrera y es aquel mismo beso apretado de niños el que me deja en los labios para enrojecer, aún con tantos años de amarnos...porque parece que ella no lo sabe todavía, pero me quiere.
¿Te vas sol ahora que comenzaba a acostumbrarme a tu presencia? ¿Me piensas ya causa perdida? ¡O mejor aún...está llegando a buscarme!
Después de la merienda me enseña sus libros. Me lee, sumamos y hablamos de las capitales de países lejanos...me explica, por ejemplo, que los verbos no terminan indistintamente en “s” como “oistes, corristes y me mirastes” que el “ahoy” es simplemente hoy y que el nomás no existe...pero nunca me dice por qué la palidez de su rostro aún estando sonrojado.
“Los hombres cuando pelean parecen animales” Sí abuela, como fieras salvajes, heridas, luchando por algo que consideran propio.
Pedro se enteró un día que Juana, a pesar de no haber podido engendrar otro hijo después de haber sido deshonrada, era feliz conmigo y ha venido a buscarme...
Me doy cuenta de la fácil presa que he sido. Desprevenido, porque antes de que el sol se ponga siempre saca la botellita de aguardiente que llevo en la bolsa trasera de mi empolvado pantalón y le doy un solo trago. Hago un buche con él para quitarme el sabor de la tierra labrada y lo paso despacio...luego recojo la hoz y sigo cortando la milpa.Y es aquí donde se juntan mis recuerdos, porque hoy no he vuelto a levantar la hoz, ya ni siquiera pude pasar el buche que tuvo de pronto ese gusto dulzón a sangre...La tierra se funde con mi piel, se me mete a la nariz y me arden los ojos...
No me arrepiento de nada, quise vivir y morir con Juana; se cumplió mi sueño y estoy en paz, pero me entristece pensar que ésta vez no sentiré cosquillas en la nariz con sus trenzas, ni su beso apretado...
Juana, Juana, no es el dolor físico lo que duele. La sangre es solo un cause más que avanza por los surcos después de abandonar mi cuerpo y empapar aún más mi camisa sudada.
Consuélate. Yo no siento nada, no experimento dolor, es como si todo se hubiera dormido, pero duele Juana, duele. Duele saber que nunca te dije lo frágil que resultaron tus manitas crispadas en mis hombros, ni la palidez de tu rostro aún estando sonrojado.
Yo nunca supe decir cosas bonitas, tu me enseñaste, porque eso era para las niñas que resultan frágiles y tímidas cuando lo dicen todo con un beso apretado en los labios...yo nunca supe decir cosas bonitas, no lo intenté, y me pareció que no era necesario; pero tú mariposita, te has posado como entonces sobre mi palma extendida, confiada en no recibir daño alguno y es mi arrítmica respiración, agonizante, la que destruirá tus alitas...
Te escucho venir, me he conservado vivo hasta entonces. Adivino tus trenzas brincando a tu paso y tu expresión al no encontrarme admirándote...silencio y luego tu correr atropellado; pero ya es tarde...para ti que no podrás alzas tu vuelo de nuevo...Sostengo el aliento diciéndote que todo irá bien. No quiero dañar tu frágil estructura...Que tarde es para mi también...Ya no necesito retenerlo.
BLANCA TOLEDO nació en Puebla, Pue., es diseñadora gráfica de profesión, aunque la escritura y las artes plásticas son su verdadera vocación. No obstante, ha destacado como diseñadora, habiendo sido becada por la prestigiada fundación Mary Street Jenkins. Desde muy joven ha participado en diversos talleres y exposiciones de arte. En 1983 obtuvo su primer premio literario gracias a un relato de ciencia ficción. Se le considera una de las más destacadas nuevas cuentistas poblanas, asimismo publica en diversas revistas de literatura y artes plásticas de ciculación nacional. Su correo electronico: salamandra1313@gmail.com
Si pudiera llenar mi cabeza de recuerdos. Saturarme del todo de pensamientos, en lugar de sentir escalofríos y temor por ese sol que indeciso en ponerse me hace mas larga la espera. Tal vez podría conservar una esperanza antes de partir...podría aferrarme a mis recuerdos más antiguos y así ir envejeciendo con ellos; pero no puedo pensar en nada, no tengo memoria...tal vez, si pudiera traer una frase, una idea y así.
“Los hombres cuando pelean parecen animales” Eso me lo dijo una vez mi abuela siendo yo aún niño, mientras desgranaba el maíz y yo la miraba a la altura de su codo sin comprenderla; parecía molesta, como si deseara que entendiera su reproche, como si aquella actitud del hombre le desagradara, sin embargo, ella disfrutaba de las peleas de perros que se organizaban clandestinamente en el patio trasero del rancho “La Patera” donde mi abuelo trabajó como encargado por más de quince años.
Los sábados llegaban camionetas de los ranchos y pueblos vecinos repletos con apostadores y por supuesto de animales fieros...A mi no me lo parecían tanto cuando los miraba finalmente detrás del corral o los graneros; abandonados en las camionetas a medio desangrar, con la muerte escapándosele por los ojos apagados, bajo el rayo del sol y sin un amo que acariciara su cuerpo herido.
La sangre les coloreaba los lomos blancos como manchones de pintura; del tono igual que utilizábamos en el primer grado de la escuela para nuestros trabajos...
De la escuela recuerdo muy poco. Fue ahí donde pretendí ser un hombre y donde luego luego me rompieron la boca. Recuerdo las trenzas de Juana que me picaban la nariz cuando ella se arrodilló y clavó sus frágiles y blancas manitas en mis hombros intentando levantarme. Era tan pálida,...nunca aprendí a decir cosas bonitas, pero me parecía una pequeña mariposa de frágiles alitas que, de haberse posado sobre mi palma extendida, yo habría tenido que aguantar la respiración para no destruirla con el soplo de mi aliento.Juana se sonrojó cuando le dije que había peleado por ella, porque no creía que una niña tan linda pudiera ser novia de Pedro, un sonso bravucón, pero cobarde, que tuvo que buscar la presencia de sus amigos para enfrentarme, siendo que yo tenía 11 años y él ya pasaba de los 13.
Ella no dijo nada, solo me dio un beso apretado en los labios y echó a correr. A mi me pareció gracioso entonces, pero con los años se me encendió la piel, se me grabó la picazón de sus trenzas y su olor se me metió en los poros hasta convertirse en parte de mi.
Que escalofrío siento, el sol se ha empeñado en hacerme la maldad. ¿Tu también en contra mía?.
La escuela estaba muy lejos del rancho. Había que atravesar un largo trecho a pie de un camino mal trazado de piedras y polvo hasta la carretera federal donde pasaban los camiones rumbo a San Martín Texmelucan. Eso si iba hacia la derecha, porque del lado contrario se dirigían a Cholula. “La Patera” estaba exactamente en el kilómetro 68 de la carretera federal para el estado de Puebla. La primaria mas cercana se encontraba en el poblado de San Gerónimo, para la secundaria habría que ir a Huejotzingo. Todo eso rumbo a San Martín.
Mi abuelo comenzó a molestarse de mis largas ausencias y exigía que dejara todo eso que no servía para nada.
-A ver, cree que yo soy léido, eso no sirve pa´nada, aquí es donde se aprende, en el campo, en la ordeña. Las capitales no le van a salvar una vaca aventada...no, no, usté se queda ya aquí y se me olvida de mariconerías, porque eso le va a pasar si cambia machetes y palos por los libros y los lápices...mire nomás, solo eso nos faltaba, que además este nos saliera rarito, ahí hablando con propiedá pa´que la gente me acabara de una buena vez-
Yo no quería dejar la escuela, pero en esa casa no se cuestionaba los mandatos del abuelo. No sé por qué mi madre no decía nada, secretamente me apoyaba, pero eso no me servía de nada.
Así continuó la escuela para los demás. Juana y Pedro siguieron estudiando, al menos Pedro dos años más. Para mí vino la cosecha, la crianza de las nuevas reses y la sumisión ante los actuales dueños que como a mi abuelo, no se les podía cuestionar un mandato; y entonces era él quien bajaba la cabeza apretando con ambas manos el sombrero en el pecho, de pura impotencia.
-En veces hay que doblar el lomo para que aiga de comer- me decía mi madre que no tuvo otra educación que la que se le dio en la casa.
Pero mi Juana bonita no tuvo al menos que soportar eso. De Huejotzingo se fue para San Martín y logró su certificado de maestra.
...Así como los perros pelean por dominar, los hombres tenemos además otro tipo de lucha, el conquistar, el ser el adecuado para la hembra en cuestión. Eso lo sabe cualquiera, es la ley del mas fuerte, no se necesita tener mucha escuela ni mucha cabeza, como yo entonces, que solo necesitaba saber la hora previa a la salida del sol para el comienzo de las labores y la hora en que se metía para salir corriendo y pillar a Juana en los últimos minutos de su clase “Educación para adultos del INEA” donde se había ofrecido como voluntaria.
Era como una especie de juego. Ella se daba cuenta de que la observaba desde la ventana; pero no era hasta finalizar la clase que sus ojos negros se clavaban en los míos. Ya no era la chiquilla que trató de reanimarme del suelo, años atrás. El suéter le sustentaba diminutos senos y la falda enmarcaba una cadera no mas afortunada, pero yo ardía de solo mirarla. En la boca me había dejado una braza que Mayo estaba poniendo al rojo vivo. Sentía el calor subirme poco a poco desde las horas interminables en el campo y venirse todas a conjuntar en los labios hinchados de tanto ardor. Juana era la única que con sus besos podría apagar lo que había prendido...Pero nunca me quedé a averiguarlo, era tan poca cosa al lado de ella; sucio, maloliente por la faena, las manos duras, ajadas por las astillas de esas herramientas rudimentarias y mi piel carcomida por el sol. No, de haberme quedado alguna vez, no...
Estoy pensando que no eres mi enemigo. Me estas haciendo compañía en estas horas de angustiosa soledad, pero mientras no te vayas ella no podrá llegar.
Mi madre y yo éramos extraños en nuestra propia casa, al menos yo nunca sentí que fuera mía. Mi abuelo cada vez más me miraba con recelo. Nunca me habló de hombre a hombre. Jamás supe que hacer con los nudos que se formaban en mi estómago cuando Juana fingía no verme y detenía esa especie de rezo 3 x 7 = 21...3 x 8 =...
Después de asearme entraba en la casa y caminaba de un lado a otro. Me acercaba a mi madre y sé que ella deseaba ayudarme, porque apretaba un poco los labios y el bordado lo iba bajando a su regazo y...no decía nada. Tampoco yo.
En el patio pasaba interminables horas hasta que se me enfriaba el cuerpo, el aire despejaba mi cabeza, lograba que las avispas que se me emplastaban en el cuero se fueran revoloteando y dejaran en paz mi corazón apretado...Ojalá se posaran en el corazón de Juana, solía pensar.
Y qué ironía. Mientras yo me asfixiaba por no encontrar la voluntad que me arrastrara a la casa de Juana, Pedro en cambio si la encontraba, pero a la mala.
La embarazó y se largó del pueblo así como hizo mi padre, que hasta entonces creí un santo.
El niñito de Juana se murió a las horas de haber nacido. Estaba todo hinchado y no quería comer nada. Juana le pasaba la mano por el pecho o la espalda y se le amontonaban borbotones de sangre por la nariz y la boca. Lo sé porque yo fui a ver a Juana; sus ojitos negros se llenaron de lágrimas de pura vergüenza. Y entonces supe que hacer, quería pasar el resto de mi vida a su lado.
Ella se llenó de un llanto bajito, era como uno aguantado por muchos días, guardado hasta ahora que le decía que la amaba y entonces se iba soltando de esos pesares pero respondía que no...Juana no quiso, no quiso nunca, pero yo no iba a permitirle a nadie que la tratara como una expatriada, del mismo modo que se me trató a mí. De niños ella sacó fuerzas de su debilidad para ayudarme; de hombre mi deber sería protegerla
-No Juana, el callar no me ha hecho nada bien, tú te vas conmigo y así se hará-
Mi madre adivinó mis pensamientos. Ya no deambulé por la casa buscando respuestas, las largas horas en el patio habían por fin terminado. Me encontraba tranquilo, en paz y ella lo respetó así. Mi abuelo vociferó, insultó la parte de sangre que tenía en las venas del mal nacido de mi padre, luego maldijo la que le correspondía a él. Pero ahí no iba a parar la cosa. Los insultos no le despejaban los odios añejados y se me fue encima. Yo no intenté defenderme, ni siquiera metí las manos. Mi abuelo estaba en su derecho y yo le respetaba; pero mi madre ya no. Se interpuso entre los dos, los puños bajos bien apretados y los ojos crispados en los de mi abuelo que lentamente se llenaron de lágrimas cuando intentó golpearla “Otra...vez...no” Le dijo ella con los dientes apretados, dificultando la salida de su dolor. “¿No cree... que en todos estos años...ya se lo he pagado...suficiente?”
Me casé en medio de murmuraciones y burlas. Juana se apretaba a mi paso cerrando los ojos, temblorosa y débil. Luego abandonamos ese pueblo y nos dirigimos hacia las afueras de San Martín, ahí teníamos dos alternativas: San Baltazar o Moyotzingo.
Moyotzingo me pareció bueno de principio, luego comenzó a haber más pobladores y no me sentí tranquilo. Juana estuvo trabajando en la primaria, ahora ya no sólo eran las tablas, había que estudiar los antiguos presidentes y la expropiación petrolera, las cualidades de las palabras graves y las preposiciones.
Yo podía mirarla desde lejos y seguir el juego de que no me estaba viendo. Sentir el calor subírseme a la boca ya con la convicción de apagarlo después con sus besos.
Con los años me hice de unas tierritas en el Verde. Nos encontrábamos más alejados de la civilización y las cosas parecían buenas.
Tengo sed, las sombras me producen frío ¿Será que me dejas?
Nada más poniéndose el sol, aparece corriendo, su figura va surgiendo del monte como si la misma tierra la pariera. Sus trenzas van brincando en su carrera y es aquel mismo beso apretado de niños el que me deja en los labios para enrojecer, aún con tantos años de amarnos...porque parece que ella no lo sabe todavía, pero me quiere.
¿Te vas sol ahora que comenzaba a acostumbrarme a tu presencia? ¿Me piensas ya causa perdida? ¡O mejor aún...está llegando a buscarme!
Después de la merienda me enseña sus libros. Me lee, sumamos y hablamos de las capitales de países lejanos...me explica, por ejemplo, que los verbos no terminan indistintamente en “s” como “oistes, corristes y me mirastes” que el “ahoy” es simplemente hoy y que el nomás no existe...pero nunca me dice por qué la palidez de su rostro aún estando sonrojado.
“Los hombres cuando pelean parecen animales” Sí abuela, como fieras salvajes, heridas, luchando por algo que consideran propio.
Pedro se enteró un día que Juana, a pesar de no haber podido engendrar otro hijo después de haber sido deshonrada, era feliz conmigo y ha venido a buscarme...
Me doy cuenta de la fácil presa que he sido. Desprevenido, porque antes de que el sol se ponga siempre saca la botellita de aguardiente que llevo en la bolsa trasera de mi empolvado pantalón y le doy un solo trago. Hago un buche con él para quitarme el sabor de la tierra labrada y lo paso despacio...luego recojo la hoz y sigo cortando la milpa.Y es aquí donde se juntan mis recuerdos, porque hoy no he vuelto a levantar la hoz, ya ni siquiera pude pasar el buche que tuvo de pronto ese gusto dulzón a sangre...La tierra se funde con mi piel, se me mete a la nariz y me arden los ojos...
No me arrepiento de nada, quise vivir y morir con Juana; se cumplió mi sueño y estoy en paz, pero me entristece pensar que ésta vez no sentiré cosquillas en la nariz con sus trenzas, ni su beso apretado...
Juana, Juana, no es el dolor físico lo que duele. La sangre es solo un cause más que avanza por los surcos después de abandonar mi cuerpo y empapar aún más mi camisa sudada.
Consuélate. Yo no siento nada, no experimento dolor, es como si todo se hubiera dormido, pero duele Juana, duele. Duele saber que nunca te dije lo frágil que resultaron tus manitas crispadas en mis hombros, ni la palidez de tu rostro aún estando sonrojado.
Yo nunca supe decir cosas bonitas, tu me enseñaste, porque eso era para las niñas que resultan frágiles y tímidas cuando lo dicen todo con un beso apretado en los labios...yo nunca supe decir cosas bonitas, no lo intenté, y me pareció que no era necesario; pero tú mariposita, te has posado como entonces sobre mi palma extendida, confiada en no recibir daño alguno y es mi arrítmica respiración, agonizante, la que destruirá tus alitas...
Te escucho venir, me he conservado vivo hasta entonces. Adivino tus trenzas brincando a tu paso y tu expresión al no encontrarme admirándote...silencio y luego tu correr atropellado; pero ya es tarde...para ti que no podrás alzas tu vuelo de nuevo...Sostengo el aliento diciéndote que todo irá bien. No quiero dañar tu frágil estructura...Que tarde es para mi también...Ya no necesito retenerlo.
BLANCA TOLEDO nació en Puebla, Pue., es diseñadora gráfica de profesión, aunque la escritura y las artes plásticas son su verdadera vocación. No obstante, ha destacado como diseñadora, habiendo sido becada por la prestigiada fundación Mary Street Jenkins. Desde muy joven ha participado en diversos talleres y exposiciones de arte. En 1983 obtuvo su primer premio literario gracias a un relato de ciencia ficción. Se le considera una de las más destacadas nuevas cuentistas poblanas, asimismo publica en diversas revistas de literatura y artes plásticas de ciculación nacional. Su correo electronico: salamandra1313@gmail.com