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Escritoras para el Nuevo Milenio XXXV

EL CUARTO DE LA PASION
Por: Lita Pérez Cáceres
Hacíamos el amor en los altos del viejo mercado, en una habitación grande,sombreada, con persianas rotas y un cielo raso de tela desde donde unos querubines desteñidos nos espiaban. Cuentan que antes, esa había sido una mansión, pero los vendedores avanzaron y las habitaciones fueron alquiladas, los corredores ocupados y
subarrendados por gente menuda y amarilla, de ojos estirados y sonrisas prestas, que se arreglaban en cualquier rincón. El dueño del cuarto era un coreano delgadito que conocía las necesidades humanas y había acondicionado su vivienda en el pasillo, en apenas un metro cuadrado que le alcanzaba para tender su estera por las noches y le
servía por la mañana para colocar sus cajones con joyas misteriosas traídas desde su país. Una vez me dijo que estaba ahorrando para pagar el pasaje de su mujer y de sus hijas “yo, muy solo, muy solo, no mujer ahora” expresó en su media lengua. Me pareció que envidiaba nuestra felicidad.
El cuarto conservaba rastros de su antiguo destino, el color beige de sus paredes y el diseño de sus ventanas con vidrios biselados y bordes curvos me hacía sentir como una gran dama. Yo subía la escalera tratando de no ser vista por las marchantes que se ubicaban en los primero peldaños y me ofrecían yuyos, porotos, tomates, cigarros. Una, más joven y avispada me tendió un sobre dorado e insistió en que me
detuviera para hablar con ella.
- Es para el amor- me dijo.
- ¿Qué es?
- Un polvo mágico para que nunca dejes de tener ganas de amar.
Lo compré, pero dudaba de que alguna vez tuviera esa desgracia, ganas me sobraban siempre.
Abrí la puerta de dos hojas y entré, como siempre llegaba primero.
Frente a la cama, la tina de latón tenía el agua tibia y perfumada.
¿Cómo la desagotaría el dueño? A veces, por las noches, cuando no podía dormir pensaba en eso, en esa enorme tina y me preguntaba siempre lo mismo. Pero nunca le pregunté a él.
La luz de la tarde entraba por las celosías, los ruidos de los motores, los gritos de los vendedores de rifas y de quinielas clandestinas aturdían el polvo que flotaba en colores y cuyas partículas se veían atravesando el haz de luz. Yo me desvestía
lentamente, me sacaba una a una las prendas de ama de casa hacendosa, tiraba los zapatos en un rincón y el bolso con las compras también, me soltaba el cabello y me sumergía en el agua, rodeada de espuma. El aroma de las sales se confundía con el de las frutas en descomposición, el fuerte olor a detritus y a deshechos de los seres
humanos que vivían día a día en esa zona caliente del mercado de Pettirossi.
Antonio aprovechaba la cercanía de su cuartel para escaparse a la hora de la siesta, en la que todos bajan sus defensas. Llegaba ansioso, subiendo los escalones de dos en dos. Las nuestras eran tardes de amor robado, gozosas y placenteras, muy pecadoras.
A las tres y media escuchamos los primeros disparos y Antonio se sentó para escuchar mejor. Tomó su ropa y comenzó a vestirse.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué te vas ya?
- Eso fue un tiro Elena, tengo que volver al cuartel. Hay rumores de golpe.
- ¿Golpe? ¿Qué es eso?
Nunca pudo explicarme, el estruendo de la explosión nos dejó mudos, las ventanas arrojaron trozos de vidrio como armas, hacia todos rincones del cuarto que, de pronto, había perdido su encanto. Antonio se puso el cinturón con la cartuchera, sacó el arma para revisarla, me miró, se acercó y me dijo adiós luego de besarme por última vez.
Salió corriendo.
Cuando él se fue tuve noción de los gritos y las corridas. Como música de fondo se escuchaban disparos y el tronar de los cañones, la casa temblaba y la araña se mecía desde el techo sujetada por una cadena, que en ese momento, no me importó si era segura o no. Me vestí con movimientos lentos, como una sonámbula, sabía que algo se había roto para siempre, que esas horas de amor no volverían. De aquella tarde
recuerdo con precisión la despedida de Antonio, todavía conservo el sabor de su beso en mis labios.
Me di cuenta que estaba ya en mi casa, sin saber cómo llegué hasta allí. Mi esposo creyó que estaba muy mal por el susto y no me pidió explicaciones, me sacó el bolso de las manos y me llevó hasta la cama sin que cruzáramos una palabra, mi hijita estaba en la casa de la abuela y los dos pasamos la noche tensos, despiertos, escuchando disparos, gritos, corridas en las calles. Pude llorar al amanecer y
esas lágrimas que bajaban silenciosas eran el adiós a un amor que me había hacho muy feliz. Al salir el sol volvió la energía eléctrica y mi esposo encendió la radio. Escuchó que ya todo había pasado, que la paz reinaba nuevamente en toda la república.
- Dicen que no hubo muertos- me explicó, yo sabía que Antonio estaba muerto sin remedio, pero no podía decírselo- ¿Cómo te sentís ahora?
- Ya estoy bien, no te preocupes por mí, voy a buscar a la nena apenas desayune.
- No, no te veo bien todavía, además no sabemos si es verdad lo que dicen en la radio. Rosita está mejor en casa de mamá, acostate y descansá, yo voy a salir un momento para ver qué pasa.
Todo estaba bien, los rebeldes habían sido rechazados y la normalidad y el silencio de la paz comprada volvieron a regir las vidas de los ciudadanos que preferían no inmiscuirse en política porque podía ser una actividad muy peligrosa.
Volví a la casa después de un año, la tentación era muy fuerte.
Necesitaba subir nuevamente a ese cuarto, descansar en aquella cama y bañarme en la tina para echar de mi vida el fantasma de Antonio, un fantasma ingrato que nunca había regresado para decirme que estaba bien en el más allá.
Nada había cambiado, quizás había más gente en el jardín polvoriento y caliente. En el corredor, el coreano me recibió con sonrisas y gestos de agrado. Le pregunté si podía subir otra vez hasta la habitación y me respondió que no estaba preparada.
- Mañana sí, mañana preparo todo para señora. Yo abrir y limpiar.
Mañana, mañana.
Esa promesa me pareció una rama fuerte de la que podía sujetarme.
Sabía que el viento de la vida me arrastraba a su antojo y la esperanza de volver al escenario de aquel amor, de entrar nuevamente a ese cuarto donde el placer me había hecho tan feliz, bastaba para hacerme sentir viva otra vez.
Al día siguiente, después de recorrer los puestos de verduras de la calle Battilana, de comprar flores en la parte de atrás de la feria Aragón, de probarme una blusa con volantes en un comercio de Santo Domingo, tuve el valor para volver al cuarto de la pasión.
En el primer peldaño de la escalera, de mármol gastado y sucio, se encontraba la misma marchante con otro sobre dorado, que compré para repetir todo, tal como lo había hecho aquella tarde. El coreano me esperaba en la puerta del primer piso y no quiso aceptar el dinero que le pasé.
Entré. El ambiente era el mismo, las persianas cerradas, las sábanas limpias, la tina con agua tibia, en la mesita de luz una jarra de plata de bello diseño con una copa al lado, me ofrecía agua fresca.
Recordé el sobre, serví el agua, vertí el polvo y bebí. Me desvestí y entré a la bañera lentamente, cerré los ojos y descansé. Estaba esperando que Antonio llegara, como antes. Estaba esperando un milagro. Tenía tanta fe.
Las caricias llegaron tan suaves, tan leves que parecían celestiales, hacía un año que no me acariciaban así. Unas manos sabias para el amor recorrieron mi cuerpo y me lavaron de todas las miserias que me habían cubierto en ese tiempo. Después, unos brazos fuertes me llevaron hasta el lecho. Yo no abría los ojos, temía que la ilusión se desvaneciera.
Hicimos el amor con ansias, con tanto deseo acumulado, con toques diferentes, exóticos. Después dormí.
Al despertar él estaba a mi lado, mirándome oblicuamente, con temor a ser rechazado. No nos dijimos nada. Me vestí y salí. Él sabía que yo volvería todos los miércoles, yo sabía que él tendría todo preparado.
El sabía que ya no estaría más sólo y yo sabía que el polvo del sobre dorado era eficaz.





Lita Pérez Cáceres, nació el 27 de octubre de 1940, en Asunción, Paraguay. En 1947 su familia se radica en Buenos Aires y allí realiza sus estudios primarios y secundarios. Regresa a Paraguay en 1965 y comienza a publicar sus cuentos en medios de prensa, a partir de 1985.
Ejerce el periodismo en los diarios Patria (Revista La Familia) en 1988 a 1989; en Noticias desde 1989 a 1991, diario Hoy como colaboradora de la revista dominical desde 1991 a 1992; en el
Semanario La Opinión 1992 a 1993; en la revista del diario abc desde 1993 a 1995 y nuevamente en Noticias desde 1995 hasta el 2005.
También fue productora y conductora de programas de TV. Actualmente es asesora editorial en INTERCONTINENTAL Editora. Es miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP) y de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA).
Obras publicadas:
María-Magdalena-María (cuentos) -1997. Editorial Intercontinental.
Encaje secreto (novela) 2002. Editorial Intercontinental.
Amalia al amanecer (novela, con Mario Halley Mora) 2004. Ed. El Lector
Rebelión en el jardín (cuentos y poemas para niños) 2004. Ed. Servilibro.
Cherea: la niñera y las luciérnagas (Cuento para niños) 2005.
Editorial Criterio.
Mi vida con Herminio Giménez (biografía) 2005. Ed. Servilibro.
La Pasión (cuentos) 2006. Ed. Marvent.
Cuentos del 47 y de la dictadura (cuentos) 2008. Ed. Criterio.
Luis Bordón: el arpa cautivadora (Biografía) 2008. Ed. Criterio.
Sus cuentos figuran en antologías como: Narrativa paraguaya de Guido Rodríguez Alcalá; Narradoras paraguayas de José Vicente Peiró y Guido Rodríguez Alcalá; First ligth, de Susan Smith- Nash; Narrativa Paraguaya de Ayer y de Hoy, de Teresa Méndez-Faith; El Cuento Hispanoamericano actual, de Reni Marchevska y, Penélope sale Ítaca, antología seleccionada y editada por Eva Lofquist, del departamento de
Español de la Escuela de Humanidades de la Universidad de la Vaxjo University, de Suecia.